Capítulo 8: Kiss me slowly

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CATO

Camisa blanca y con unos añitos, herencia de mi padre. Una chaqueta en la que he gastado gran parte de mis ahorros de este mes (conseguidos de una forma no demasiado limpia) toda entera negra, y los únicos pantalones medianamente elegantes que poseo y aún me valen. Miro mi reflejo en el roto espejo del pasillo, y peino con los dedos los cortos mechones de pelo rubio de la mejor manera que puedo. Así iré al funeral del que, durante años, fue mi maestro.

Me dirijo a la cocina. En ella se encuentra mi padre, que, por primera vez desde que me acuerde, no me insulta al verme pasar (quizás esté demasiado borracho para ello). Solo saca un no muy grueso fajo de billetes de un mugriento bolsillo, y los deposita delante del plato de sopa-caldo que acabo de preparar.

-La mitad es para mis cosas, no lo olvides – asiento sin levantar la cabeza y esbozo una sonrisa triste. Mi vida es una mierda.

Por si no lo habéis intuido ya, las “cosas” de mi padre son alcohol y tabaco. De dónde saca el dinero, es un misterio: tráfico ilegal de algo, supongo, pero me da igual siempre que me de parte de la paga.

Ese es nuestro trato: yo me encargo de que esto parezca una casa y no una pocilga, de ir a recogerle todas las noches al lugar en el que haya acabado, y de comprar lo que sea necesario, siempre que no implique un asunto que moleste a los agentes de la paz. A cambio, él me da lo que gana (menos su comisión, claro), para que yo pueda cumplir mi parte, y tener algún capricho de vez en cuando.

Doy vueltas y más vueltas con la cuchara a mi comida, sin probar un bocado.

-¿No comes, chaval?

-No tengo hambre

-Tú siempre tienes hambre – observa, y yo aprieto los puños

-Hoy no. No puedo – contesto con voz  tensamente calmada

Una pequeña pausa.

 -Solo era un viejo, Cato

Antes de que mi padre termine la frase, ya estoy encima de él dispuesto a matarle por insultar a Dock. Pero el mirarle a los ojos, como siempre, a esa mirada que me recrimina sin cesar que soy un inútil, y que siempre estará por encima de mi, me frena.

Él sonríe, y me pega un puñetazo en la cara, que hace que mi nariz sangre de inmediato. Su forma de castigarme, de devolverme a la realidad. Él es el macho alfa, y yo, claramente inferior, no puedo hacer más que agachar la cabeza, e ir a mi cuarto a intentar cortar la hemorragia.

Con un trozo de papel, tapono la salida del líquido rojo, y emito un gruñido animal. Golpeo la pared con todas mis fuerzas, pero esta, tras años repitiendo el gesto, acaba hoy por ceder y dejar paso a un limpio boquete, y una nube de polvo blanco.

-¡Joder! – exclamo. Ya no puedo más: salgo de la habitación, corro al cuarto de mi padre, y saco un paquete de cigarrillos. Cojo un cartón con cerillas, y fumo uno.

La sensación de mareo me invade casi al instante, y toso un par de veces. “Menudo asco”, pienso mientras miro la cajetilla. Sin embargo, por unos segundos me he olvidado de los problemas, así que podría volver a…

-¡Chaval, espero por tu bien que no estés andando entre mis cosas!

Vale no, no puedo. Me sacudo los restos de pared que se me han quedado en el pelo, y salgo corriendo a la calle.

El funeral de Dock es en el cementerio del distrito, un bonito recinto que no pilla demasiado lejos de mi casa: tan solo hay que llegar hasta la bifurcación que nos separa de la Aldea de los Vencedores, y andar un par de minutos desde allí. A la izquierda, se ve la única zona que permanece verde todo el año, excepto cuando está cubierta de nieve, la gran mayoría de los días con al menos un par de personas sintiendo como se les arranca un pedazo de corazón. Hoy yo conozco a esas personas.

District Two (Cato & Clove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora