CLOVE
Al día siguiente, me dirijo al centro de entrenamiento con la pierna izquierda entablillada, vendas alrededor de la cabeza y el pecho, y un labio superior que, sinceramente, dan ganas de vomitar sólo con verlo. Sin embargo, y pese a que no voy a poder entrenar correctamente en al menos un mes, me siento satisfecha: Alline está ingresada en el “hospital” del distrito, con tal carga de morfina que ni siquiera es capaz de incorporarse.
Apoyada en una rudimentaria muleta y con mi hermana, obsesionada en acompañarme para que no me pase nada malo, me dirijo al centro para comunicar mi situación a Idey y el resto del grupo. Las reacciones en general, son muy graciosas: en cuanto me ve, a Coy se le cae la lanza que sujeta en la mano y se queda tan pálido como si acabase de ver un fantasma; Liah casi atraviesa la cabeza de Marietta con una flecha; y Hayden ahoga una exclamación de sorpresa antes de correr como una bala hacia mí y darme un abrazo que se queda a poco de tirarme al suelo.
El único que no actúa de una manera especial es Cato que, tras una milésima de segundo en la que me parece ver una sombra pasar por sus ojos, se me acerca tranquilamente esbozando una irónica sonrisa.
-¿Te equivocaste de lado al lanzar un cuchillo, Knivey?
Hago un amago de pegarle un puñetazo, aunque la que acaba sufriendo las consecuencias del brusco movimiento el resto del día soy yo. Tras una carcajada general, y pasado el “shock” de verme como recién devuelta por las entrañas del infierno, cada miembro del grupo vuelve a lo que estaba haciendo y yo, con el permiso de Idey, me siento en una esquina de la sala a observarles.
La rutina del centro de entrenamiento es bastante simple: yo he llegado a poco de las once, pero, por lo general, los fines de semana empezamos a las nueve, sin descanso por ser sábado o domingo. Durante tres horas, nos dedicamos a una especie de “tour” por todas las estaciones de entrenamiento, guiados ocasionalmente por nuestra entrenadora, que se dedica a colocar lanzas en su posición correcta antes de atacar, ejercer de árbitro en los combates cuerpo a cuerpo o con armas, y, en los casos que ello lo requiera, transportar a los heridos hasta la enfermería. Después, tenemos lo que a Idey le gusta denominar “charlas de orientación”, o como Dock las llamaba, “vamos a ver quién cuenta el mejor chiste”; básicamente, consiste en sentarse en un corro cual niños de tres años y recibir todas las correcciones que se hayan podido ver, más, en el caso de los otros grupos, intentar que cada aspirante a profesional se decante por un estilo de lucha, arma, etcétera, que potenciar. De ahí viene el nombre que puso nuestro anterior mentor: al tener que llenar los mismos tres cuartos de hora con la mitad de contenido, en lo que suele acabar la cosa es un montón de pullas y apuestas, seguidas de comentarios sobre las habilidades y NO habilidades de cada miembro particular.
Llegada la una menos cuarto, dedicamos una porción de tiempo igual a la preparación física, con carreras, abdominales y demás ejercicios musculares, para finalmente, hasta las dos en el caso de los domingos, prolongado hasta las seis si es sábado, practicar nuestra… llamémosla habilidad especial.
Así que eso es lo que hacen mis compañeros durante toda la mañana. Lo único extraordinario que sucede en ese período de tiempo, es la llegada de un chico poco más pequeño que yo, y mucho más alto y corpulento. Según nos dicen, es un buen candidato a meterse en el, actualmente, escaso grupo especial; sin embargo, basta con que me eche un vistazo de reojo y Cato le susurre algo así como que me pasé de lista con Marietta, que en ese momento está destrozando despiadadamente a un maniquí para que, con un saludo cortés, se vaya por donde ha venido.
A partir de ahí, los días pasan y sigo la misma rutina, introduciéndome poco a poco en el entrenamiento habitual: tras una semana, pruebo a lanzar cuchillos sentada, aunque no es hasta la segunda que puedo realizar el gesto sin que mis dos costillas rotas hagan acto de presencia; después, cuando mi pierna mejora y en el labio la hinchazón ha disminuido, empiezo otra vez con los ejercicios de pie. Tras un mes y nueve días, puedo entrenarme con normalidad tal y como lo hacía antes de mi encontronazo con Alline y compañía, la cual por cierto, ya ni siquiera se atreve a mirarme por los pasillos.
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District Two (Cato & Clove)
FanfictionClover Ringer, la que antes fuera una niña llorona y débil, lleva entrenando desde los ocho años para convertirse en una auténtica tributo profesional lo que, aún no siendo bien visto por su madre y hermana mayor, Bethany, cumpliría el sueño que su...