Capítulo 38: I'm not okay

630 37 2
                                    

CLOVE
"-Porque... Ella está aquí conmigo."
El silencio es tan absoluto que resulta casi tangible.
-Vaya, eso sí que es mala suerte –dice Caesar Flickerman tras unos segundos.
La multitud le da razón entre murmullos, pero yo soy incapaz de reparar en ellos: sólo veo la cara de Katniss Everdeen, la maldita niñata, reflejada en todas las pantallas a nuestro alrededor...
Y el cuadro de emociones cambiantes en que se ha convertido Cato.
-No es bueno, no –coincide el chico del 12.
-En fin, nadie puede culparte por ello, es difícil no enamorare de esa jovencita. –por favor, me están entrando náuseas -¿Ella no lo sabía?
-Hasta ahora, no. –responde.
Por suerte para él, tampoco nosotros lo sabíamos, o estoy segura de que ni se nos habría pasado por la cabeza hablar con él, en primer lugar.
Qué quieres que te diga: para empezar, no me trago ni de lejos su supuesto y repentino amor. Si realmente estuviese enamorado de esa niñata, ¿a cuento de qué acepta aliarse con nosotros y dejarla a ella sola, eh? Su declaración grita sensacionalismo barato por los cuatro costados y, por razones obvias, no me hace ninguna gracia que se juegue con un tema tan serio y delicado como baza para tratar de conseguir patrocinadores.
Pero cuando el himno de Panem comienza a sonar, soy consciente de que tendré que reservar mi recién inaugurado odio a nuestro nuevo aliado para otro momento, porque hay otro problema más apremiante: lograr que Cato no se lance a su cuello mientras nos levantamos en fila para volver al vestíbulo del Centro de Entrenamiento.
Así que, antes de que le dé tiempo a separarse demasiado de mí y nos encontremos con una muchedumbre de estilistas, mentores y acompañantes entre nosotros, le cojo del brazo y me acerco todo lo que puedo a su oído.
-¡Ni se te ocurra ir a por él! –grito para que me oiga entre el ruido.
Él se gira, enfrentándose a mí cara a cara, y veo la furia irradiar por cada poro de su cuerpo.
-¡Yo fui quien dijo que le metiésemos en el grupo, Clove! ¡A él! ¡A un crío que va a estar más centrado en buscar novia que en sobrevivir! ¡Si no voy a por él hoy, te juro que lo primero que haré mañana cuando suene el gong será abrirle la cabeza!
-¡Pues mañana, hazlo! –exclamo. Inspiro hondo para tratar de mantener la calma -Pero primero, mira el lado positivo: sí, nos habrá borrado a todos del mapa de las entrevistas, pero tampoco necesitamos esa publicidad, ¿vale? Y él puede ser tanto una carga como una ayuda, una manera de acercarnos más a ella. Lo hacemos así: le dejamos en prueba un día, y si no nos sirve, le matamos. No creo que pueda más que con Xack por separado, imagínate todos juntos.
La respiración de Cato se va acompasando conforme yo hablo, hasta que parece volver a un ritmo normal. Asiente.
-Un día. Si no, yo mismo le clavo la espada.
Dicho esto, nos sumergimos entre la multitud hasta que conseguimos llegar a un ascensor con otros cinco tributos y un estilista. Suspiro para mí: en realidad, yo también pienso que el "chico amoroso" va a ser más lastre que ayuda, y que nos haríamos un gran favor deshaciéndonos de él cuanto antes; pero lo que Cato necesita ahora no es alimentar su furia y cometer otra locura más, como la del entrenamiento de hace unos días... Sino dejarse reconfortar por alguien que le diga que no se ha equivocado.
A veces, es sorprendente lo mucho que se parece a un niño pequeño.
Cuando la puerta del ascensor se abre, Lunnette, Brutus y Lyme ya están esperándonos, con sus miradas mostrando diferentes grados de preocupación y enfado. Regina y Quio han vuelto a destacar por su ausencia, supongo que viéndose venir otra escena después de la experiencia tras el Desfile.
-Bueno, –dice Lunnette con su vocecilla aguda –vamos a disfrutar de la cena, ¿no?
Nuestros mentores asienten.
-Sí, la cena es lo que más me apetece en este momento –comenta Lyme, lanzándome una mirada significativa.
¿Y eso a qué ha ven...? ¡Ah, es verdad! Con todo lo que ha pasado en la última hora se me había ido de la cabeza por completo; pero al acabar la cenar tendré por fin un momento para hablar con Cato y dejar las cosas claras, esta vez sin prórrogas ni segundas oportunidades como las que llevamos dándonos desde que nos conocemos. Sólo de pensar en ello noto cómo una gota de sudor comienza a formarse en mi nuca y la respiración se me acelera, hasta el punto de que tengo que contar los segundos que pasan entre una inspiración y otra para no ponerme a hiperventilar.
Una vez en la mesa, Lunnette tarda poco en iniciar una conversación banal acerca de estadísticas, expectativas, y posiciones en las casas de apuestas. Vale, sí, sé que eso no tiene nada de banal, y que debería prestar más atención porque mi supervivencia en las próximas semanas estará marcada por ello; pero estoy demasiado concentrada en evitar que el temblor de mi mano haga que se me derrame la sopa como para atender a sus palabras. Los siguientes platos pasan sin que pruebe apenas una pizca de cada uno, y para cuando me quiero dar cuenta, todos están terminando su postre y yo me he quedado con la mirada clavada en el pedazo de tarta que hay frente a mí como una tonta.
-La repetición de las entrevistas está a punto de empezar, chicos –dice súbitamente Lyme. –Nosotros vamos a ir a analizarlas y si encontramos algo interesante, os lo diremos mañana por la mañana; pero a vosotros os quedan unos días muy duros por delante y lo mejor sería que os fueseis a dormir en cuanto terminaseis la cena. En fin, -concluye –buenas noches.
-Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte –canturrea Lunnette.
Antes de irse, Brutus se acerca a mí con una sonrisa socarrona que, para variar, no hace más que aumentar mis ganas de extirpársela a cuchilladas. Contengo un escalofrío de repulsión al sentir su aliento en mi oreja.
-Buena suerte con tu novio, sobrinita –susurra antes de alejarse -¡Chico! –exclama, esta vez en voz alta -Si mañana en vez de despertarte yo lo hace Quio, intenta guardarte los impulsos asesinos unas horas.
Cato se ríe del comentario, pero yo sólo puedo notar el rubor que se extiende incontrolablemente por mis mejillas. No sé qué me daría más rabia: que Lyme le haya contado mis intenciones a Brutus o que él haya sido capaz de descubrirlo con sólo mirarme.
De todas maneras, ahora eso da igual; Cato acaba de dejar su plato de postre en la mesa con lo que, antes de que sea demasiado tarde, me obligo a mí misma a dejar de jugar con el pastel y aclaro la voz.
-Eh... ¿Cato?
Él se queda paralizado a mitad levantarse. Lentamente, vuelve a tomar asiento y alza la vista hacia mí.
-¿Sí?
Suspiro. Allá vamos.
-Has pensado en... bueno, en lo que pasará en la Arena. Quiero decir... -venga, Clove, ordena tus pensamientos, tú puedes...
-En la Arena quiero ganar, Clove.
-¿Cueste lo que cueste? –contesto con mayor desesperación de la que debo.
"Cálmate."
Él me dirige una mirada franca en la que sólo cabe el orgullo.
-Cueste lo que cueste.
-Es decir, tú...
Vale, me he hartado. Vamos a ver: ¿de verdad esta soy yo? ¿Una chica que se muerde el labio, a la que le tiembla la voz mientras habla? No, claro que no: soy Clove Ringer, la profesional, la lanzadora de cuchillos. Así que recojo energía y fuerza de donde no la hay, y planteo, por fin, la pregunta que resuelve todas las dudas que he tenido estos meses.
-¿Tú me matarías?
Tan pronto como termino de pronunciar esas palabras, parece que el tiempo se ralentiza hasta alcanzar un ritmo insoportable. Las facciones de Cato se congelan un segundo...
Y luego sonríe.
Sonríe. ¿Por qué narices sonríe? ¡Es un tema serio, no algo que tomarse a broma...
-Si fuera necesario, sí.
Au. Mientras él se levanta, dando por concluida la conversación, yo soy casi capaz de oír los miles de diminutos pedazos en que me acaba de romper la puñalada más dolorosa que me han lanzado en mi vida. De golpe, ya no me parece que sea Clove Ringer, la profesional, sino un patético reflejo de mí misma que cada vez está más cerca de empezar a hablar sin que a mi cabeza le dé tiempo antes de analizar lo que digo.
-¿Cómo... que si fuera necesario? –una nota de histeria tiñe mi voz.
Cato se gira y suspira, como un entrenador harto de explicar el mismo movimiento cincuenta veces.
-Bueno, Clove, ya sabemos que entre nosotros han pasado muchas cosas y estoy seguro de que no disfrutaría con ello, pero como tú, siempre he tenido unas prioridades y la primera es ganar.
-¡¿Ganar?!
Se acabó, esta vez no puedo reprimir el grito: de rabia, de desesperación, de furia, de la tristeza más absoluta. Parpadeo varias veces para contener el líquido salado que se está acumulando en mis ojos, dispuesta sobre todo a no dejarlo salir; sin embargo, no puedo hacer lo mismo con las palabras.
-¿¡Y ha pensado realmente el señor prioridades en TODAS esas "muchas cosas entre nosotros", antes de la maldita cosecha!? ¿¡En lo que sucedió ayer, sin ir más lejos!? ¿¡Eso no es ni mínimamente importante!?
-Eh, eh, cálmate, ¿vale? –él también está empezando a subir el tono –Precisamente porque he pensado en ello más de lo que debería tengo claro qué es lo más importante, ¿estamos? Y respecto a lo de ayer... ¡Venga, no me jodas, Clove! Creía que ambos teníamos claro que no influiría nada en lo que suceda a partir de mañana, así que no sé qué coño te enfada tanto.
Noto cómo se le tensan los músculos. Claro, yo he trabajado años en ser fría como el hielo, pero Cato ya está tardando en explotar: que le griten le pone nervioso, lo sé; pero por una vez, estoy demasiado alterada como para cuidar de él y de que su humor sea el adecuado.
-¿¡Que qué me enfada!? ¿¡Tú eres tonto Cato o tienes un problema!? ¡Ya sé qué dijiste que no influiría nada...
-¡Y en el momento, a ti te dio bastante igual!
-¡Pero una cosa –continúo, gritando aún más tras su interrupción –es que no vayas tras de mí como un gilipollas y otra MUY diferente, es que estemos hablando de que me asesines y tú te lo tomes como si estuviésemos discutiendo sobre el menú de la cena! ¡Cato, he perdido mi virginidad contigo, te conozco como nadie, he sido más que una amiga durante cuatro años y hablas de acabar conmigo como si fuese el niñato del 12! Que por cierto –añado con sarcasmo. Una vocecilla en mi cabeza me dice que me calle, que la situación empieza a ponerse peliaguda, pero la rabia me hace ignorarla deliberadamente –es un reclutamiento excelente. ¡El chico amoroso ni más ni menos! ¡Un maldito enamorado! De verdad Cato, una puntería increíble.
-Ya, claro, estabas tardando mucho. Te encanta recriminar las cosas cuando es demasiado tarde  y echar la culpa de las consecuencias a los demás, ¿verdad, Clove? Pero, ¿sabes qué te digo? ¡Que tú cada vez te pareces más a él!
Se le ha puesto la cara literalmente roja de ira, y tiene los puños cerrados y tan apretados que le noto cada vena de las manos. Cuando vuelve a hablar, ya no pronuncia, si no que escupe las palabras casi con asco.
-¡Una puñetera niña caprichosa! –pone una voz ridícula –Cato, ¿me matarías? Oh no, Cato yo te quiero. Oh, Cato por favor, necesito importarte. Cato por favor, arriesga tu vida por mí. ¡Creía que tenías claro que querías ser fuerte, que querías ser la mejor a toda costa! Y mírate, ¿en qué te diferencias ahora de tu madre, del niñato del 12, eh? ¡Morirás en un instante por estúpida!
La poca razón que queda en mi mente me está gritando que pare, que si siempre hago tantos esfuerzos por evitar estas situaciones es porque Cato ya no es un ser coherente, y en un ataque de locura puede matarme...
Pero, sinceramente, ¿qué más da? Total, ya ha dicho que está dispuesto a acabar conmigo, así que no haría más que adelantar el momento. En un acto reflejo, cojo el cuchillo de cortar pan que ha quedado sobre la mesa y lo empuño con todas mis fuerzas.
-¡No me compares con ese niñato enamorado! – rujo. Me lanzo contra él, pero hasta furioso, Cato es suficientemente rápido para esquivarme. Pasa por detrás de mí, y me aparto un segundo antes de que su mano consiga cernirse donde antes estaba mi brazo. Soy una luchadora fría, y sé que pierdo facultades frente a él en este estado; sin embargo, la emoción pura me da mayor impulsividad con lo que, en poco tiempo, y tras varios amagos de ataque, Cato queda todo lo arrinconado que puede quedar un chico de su tamaño por una chica del mío.
-¡Yo también podría matarte, ¿sabes?! – ladro.
-Pero no lo harás, ¿no? –dice con ironía envuelta en su sonrisa maniaca, inconsciente mientras las pronuncia de la fuerza de sus palabras.
Pero no pasa lo mismo conmigo; me quedo parada un segundo más que él, con el recuerdo del día en que lo conocí tan vívido en mi mente como si hubiese sucedido ayer... Y eso es todo lo que necesita. Hace un movimiento rápido que asimilo un instante demasiado tarde, y cuando me quiero dar cuenta mi espalda ha chocado contra la pared. Cato usa una de sus manos como cepo para las mías y me sujeta la cabeza con la otra, tan fuerte que empieza a doler. Resopla cabreado, y mirándole a los ojos siento una pizca de algo parecido al miedo; sin embargo, no aparto la mirada y, al cabo de unos segundos, noto como su furia se calma, la presa sobre mis muñecas se relaja y la sonrisa maniaca pasa lentamente a tomar un matiz más natural, menos psicópata.
-"Podría matarte" – repite él –Tiene gracia, ¿no? Como cuando nos conocimos.
Finalmente, Cato suelta mi cabeza, y yo me masajeo las sienes en un acto reflejo. Entre la pelea y el cansancio acumulado por el estrés, estoy agotada. No, no agotada: agotada es como me siento después de entrenar, incapaz de mover un solo músculo pero tan llena de endorfinas que resulta casi placentero. Ahora es como si me hubiesen drenado a toda velocidad, no ya de energía, sino de todo lo que tengo en mi interior, todo lo que me hacer ser yo. Las manos me tiemblan ligeramente y el vacío ha acabado con todas mis ganas de luchar...
Sin embargo, quiero que lo sepa, que lo sepa de verdad. Y solo se me ocurre una manera.
-La tendría, Cato –suelto con un hilo de voz, al borde de quebrarse por las lágrimas –Si no fuese porque tú sí que lo harás. Buenas noches; nos vemos mañana.
Dejo el cuchillo en la mesa y camino hacia mi cuarto. De reojo, veo la mirada aún confusa de Cato, que suspira y termina de descargar la adrenalina de la pelea clavando la hoja en la mesa. Justo en ese momento, alertados por fin por el ruido, aparecen Lunnette, Lyme y Brutus, esta primera chillando como un ratón.
-Pero, ¿¡qué ha pasado aquí!? Cato, ¿qué haces con ese cuchillo? –no responde -pero, ¿¡qué os pasa!? ¿¡Clove!?
Doy un portazo como respuesta. Fuera, Lunnette sigue gritando pero ya no la hago caso: el ruido se pierde entre los extraños sonidos que estoy emitiendo y que tardo un rato en reconocer: sollozos. Hacía años que no lloraba, desde el día del funeral de Dock, y darme cuenta no consigue más que hacerme romper en nuevas lágrimas, en las que se juntan tantos sentimientos que apenas puedo distinguirlos. Da igual lo que yo me haya dicho a mí misma desde la Cosecha porque ahora, Cato tiene razón: estoy siendo una débil, un desecho sin más fuerza que el maldito niñato del 12; pero no puedo hacer nada por evitarlo, y eso es lo peor de todo. Así que echo el pestillo antes de que a nadie se le ocurra venir a por mí, y me arrojo a la cama, dispuesta a ahogar mis lágrimas contra las sábanas...
Hasta que soy dolorosamente consciente de que eso no va a servir de nada.
Porque  hasta mis sábanas huelen a él.

District Two (Cato & Clove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora