Capítulo 50: As I lay me down

571 33 0
                                    

CATO
Cuando Clove se despierta, el sol ya ha salido.
En cuanto noto que empieza a sacudirse, separo mi brazo (innecesariamente pegado a su cuerpo, si tenemos en cuenta que a estas horas ya hace mucho calor), y para cuando ella ha abierto los ojos ya estoy levantado.
-¿Comemos?
Clove necesita apenas un segundo para acostumbrarse a la luz y estirarse antes de estar completamente despierta y activa. Sonríe extrañada.
-¿No has empezado sin mí?
Niego con la cabeza, incapaz de que su sonrisa no se me pegue.
-Soy así de caballero.
Lo cierto es que la inactividad y el hambre llevan pasándome factura desde hace al menos un par de horas; pero después de todos estos meses casi sin tocarla, poder rodear su cintura, tener su pelo negro, su cuerpo diminuto junto al mío, con una excusa perfectamente válida para sentirla tan cerca...
Ni toda la comida del Capitolio me habría hecho moverme.
Sin embargo, ahora que se ha levantado, el cuadro cambia: lo primero que hace Clove es sacar su último paquete de comida y decidir qué cantidad tenemos que guardar para el mediodía; siempre tan calculadora, tan organizada. Mientras ella selecciona cuidadosamente categorías y grupos alimentarios, consigo su permiso para dar una vuelta de reconocimiento por el claro, más que nada porque sabe que, si no, acabaré subiéndome por las paredes.
O a falta de paredes, dejaré que la niñata en llamas vuelva a llenar mi cabeza con su fuego hasta terminar de consumirme.
Clove demostró anoche que, si hay una persona en el mundo que desee eso menos que yo, es ella. Quizá sea por mi bien, o por su propia supervivencia, o por la de los dos, lo mismo da. Aunque intenta parecer de hielo, como siempre, hasta yo me he dado cuenta de que haría lo imposible por mantener a nuestra enemiga alejada de mi cabeza. Si pienso en la manera en que anoche me dio la mano...
Respiro hondo, y aparto la imagen rápidamente. La imagen y todo lo que provoca. Esto son los Juegos del Hambre, por mucho que hayan mejorado en el trascurso de las últimas horas: no puedo perderme en ese tipo de idioteces. Con una última carrera, finalizo mi vuelta y aprovecho para practicar un par de fintas con la espada antes de volver al refugio.
Cuando llego, Clove ya ha terminado de preparar el desayuno, y sorbe de una botella metálica lo que sólo puede ser café instantáneo. Estoy seguro de que es lo que más ilusión le ha hecho de todo el contenido de las raciones. Se ríe al verme hacer una mueca, y después me lanza dos barritas de chocolate con almendras, un paquete de una especie de masa insípida a la que el envoltorio llama “pan galleta”, y un recipiente de comida enlatada.
-Si te gustase el chocolate un poco sabrías que no pega demasiado con el estofado de cerdo –digo en cuanto la abro.
-También tengo un par de ratones y una lagartija, si lo prefieres.
El tono sarcástico de su voz hace que levante la vista de la lata; pero cuando miro a Clove, ella me está sonriendo con la ceja arqueada. Aliviado, tardo menos de quince minutos en devorar el desayuno, que hace bastante por saciarme el hambre. Después vuelvo a practicar fintas con la espada, memorizando aquellas que tengo más desgastadas.
Tardo unos minutos en advertir que Clove me observa de reojo.
-Ocupando la cabeza. –Aclaro.
Ella asiente con desinterés, pero hay algo más en su mirada, una especie de advertencia contenida.
-La última se te ha ido un poco de fuerza. –Tamborilea con los dedos antes de seguir -. No es un movimiento fatal, pero parece... no sé, es como si... Estuvieses intentando matar a alguien.
-Es que estoy intentando matar a alguien.
Las palabras salen bruscas y precipitadas. Intento evitar el impulso de encararme, pero no puedo dejar escapar eso. Nunca he llevado bien las críticas, ni siquiera las de Clove; más bien, aún menos las de Clove, que son directas y no tratan de ocultarse debajo de un halago. Sin embargo, hago un esfuerzo por centrarme en respirar, y dejar que la ira fluya fuera de mí y de mis manos convertidas en puños.
-Perdona –digo.
 Espero un segundo. No suena sincero, pero a Clove le basta, por suerte. Tomo aire antes de volver a hablar, con una sonrisa nerviosa luchando por aflorar.
-Ya sabes lo que pasa, ¿no? Hasta cuando intento estar en otras cosas...
No tengo que terminar. Tampoco habría sido capaz de encontrar las palabras. Clove vuelve a asentir, con el ceño fruncido, aún sentada en el suelo. Yo paso del peso de una pierna a otra, incómodo, y estoy a punto de volver con las fintas cuando ella se levanta.
-Vamos a dar una vuelta. Y coge las armas: tenemos que encontrar una forma de mantenernos si pasa algo.
“Si los patrocinadores nos abandonan.”, quiere decir. No creo que buscar nidos y robar huevos sea una habilidad innata y apasionante que llevo ocultando toda la vida, pero su mirada no admite réplica. Con el ceño fruncido, le hago caso y la sigo fuera del refugio.
Tardamos HORAS en volver.
Es como si Clove se hubiese tomado lo de ocuparme la cabeza como un desafío personal. No sólo me enseña todo lo que ha aprendido estos días para robar los malditos huevos, sino que incluso intenta que pesquemos algún pez y matemos un conejo que huye al segundo de que le hayamos visto. Me enseña todos los tipos de plantas comestibles que reconoce (tiene una memoria asombrosa), recoge hojas para que nos abriguemos por la noche, y cuando parece que ya no podremos hacer más cosas, me reta a un combate. Dice que no me puedo permitir ir por ahí con una finta tan patética como la que he hecho antes. Yo le respondo que, si no fuera porque me moriría de hambre sin ella, ya estaría matándola. Ella sonríe, esa sonrisa peligrosa y con un punto de sadismo que hace magia entre mis piernas, y espera en posición de defensa a que me lance a buscarla. Varios moratones y un puñado de cortes después, ella ha ganado dos combates y yo, otros tres y un subidón de orgullo.
Intento ignorar el hecho de que Clove dejó resbalar el cuchillo a mitad del último para dejarme ganar.
Por tanto, para cuando llegamos al refugio, el sudor chorrea por nuestras frentes y yo me muero de hambre. Devoro todo lo que hemos recogido en nuestro paseo y una ración de comida liofilizada del paquete, que se queda en las últimas. Afortunadamente, nuestro espectáculo parece gustar a los patrocinadores, porque al final de la comida recibimos un pastel de frutas enorme.
Clove intenta hacerse la agradecida, pero le oigo susurrar por lo bajo algo del estilo de “al menos no es de chocolate”. Yo me limito a añadir una ración a mi copiosa comida.
No puedo contener un bostezo al acabar. A Clove se le escapa otra sonrisa y una mirada al cielo, antes de empujarme lentamente para que me tumbe.
-Te recuerdo que llevas sin dormir desde ayer por la tarde –dice con un tono de voz demasiado agradable para la Arena.
Pero yo no me quejo. No tengo fuerzas para ello y, sorprendentemente, me apetece hacerle caso. Dormir: suena bien. Cuando duermes, tu cabeza no puede ir a parar al rincón de mierda de siempre. Hasta ahora ha sido un día casi perfecto, y quizás lo que necesite para rematarlo sea una siesta. Luego, por la noche, me tumbaré al lado de Clove...
El sueño me alcanza en menos de un minuto.

District Two (Cato & Clove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora