Capítulo 42: Ain't got your back

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  CLOVE
Cuando los demás llegan por fin, a mí se me caen los ojos de sueño. En silencio, agradezco que ningún tributo haya aparecido durante mi guardia, porque mi forma de luchar en las condiciones en que me encuentro habría dejado mucho que desear.
-¿Cómo ha ido la caza? –pregunto, cuando llegan a mi lado.
-Uno menos, esta noche sabremos quién –responde Marvel –. Debió de ser una víctima dura, ¿no Cato? –Añade después en tono de burla-. La chica que nunca muere.
Yo miro de una a otro sucesivamente, sin comprender de qué están hablando. Abro la boca con intención de interrogarles; pero la cara de mala leche de Cato me disuade de ello rápidamente.
-Bueno, algo es algo. ¿Y tu noviecita? –digo para cambiar de tema.
No tengo ni tan siquiera que fingir la sonrisa sarcástica; me sale sola en cuanto me dirijo al chico amoroso, que ahora mismo parece más muerto que vivo.
-No la hemos visto. –contesta con sequedad.
-Ya. Tú sigue siendo así de útil, por favor.
Me levanto de mi puesto de guardia, hacia la pirámide en la que están guardados todos nuestros recursos. Echando una ojeada, decido sacar unas latas de alubias con tomate y unas galletitas saladas para que todos desayunemos.
-También hay unas siete u ocho lagartijas clavadas por el suelo. Por si alguien quiere variar la dieta –comento, mientras lanzo al centro del círculo en el que estamos las latas que he cogido.
Después de oír eso, nadie parece disgustado por tomar el desayuno de las latas. Por primera vez desde que nos conocemos, comemos en silencio: estamos todos demasiado cansados para dedicarnos a bravuconear, ni siquiera a trazar un plan. Establecemos dos turnos de sueño: a mí me toca el segundo por regla, ya que se supone que la guardia es más descansada que la caza; pero, por suerte, Cato, que está todavía rebosante de energía (y que cede a regañadientes a hacer los turnos) me cambia el puesto. Nunca ha sido una persona que necesitase muchas horas de sueño diarias; todo su agotamiento lo suple con ingentes cantidades de comida. Yo, por el contrario, como poco para la forma física que tengo y lo que entreno; pero, y pese a la facilidad con la que me desvelo, necesito unas cuantas horas para descansar, a ser posible, seguidas.
Así que me hago un hueco en el tenderete que montamos ayer para los primeros auxilios (la zona mejor resguardada del sol, que ya está lo suficientemente alto como para resultar molesto) y caigo rendida a los pocos minutos.
A partir de ese momento, la vida en los Juegos se vuelve increíblemente rutinaria: durante los dos siguientes días, salgo de caza cuatro veces, me quedo de guardia otras dos, y entre medias, mato lagartijas, tomo comida enlatada que sin embargo, está casi mejor que la que cocina mi madre, hago una competición de lanzamiento contra Marvel (pierde miserablemente), y evito a Tamina y Glimmer siempre que puedo permitírmelo, lo que implica, por ende, evitar también a Cato la mayoría de las veces. Mientras tanto, no hay ni una sola muerte; ni a nuestras manos ni a las de nadie.
Lo cual no hace más que dar razones para no cruzarme con Cato: a él, al miedo hacia una inminente triquiñuela de los Vigilantes que sentimos todos, se le une a la furia de no haber encontrado a nadie en ninguna de sus incursiones. Cato es impaciente, le gusta acabar las cosas rápido; estos parones le ponen histérico.
A mí, sin embargo hay cosas que me preocupan más: por ejemplo, el tema de las guardias. Desde que Marvel se quedara dormido ayer en su turno, por la mañana, somos dos personas las que perdemos horas dando vueltas alrededor de la pila de recursos, vigilando para que los otros tributos no nos arrebaten nada. Y ahora que somos seis, eso no nos supone ningún gran problema (más allá de la amenaza de morir de aburrimiento); pero cuando, tarde o temprano, alguno de nosotros caiga, no podremos permitirnos perder a la mitad de nuestra capacidad de ataque para proteger un maldito saco de manzanas.
Estoy dándole vueltas a ello, cuando la voz de Cato interrumpe mis pensamientos.
-Chico amoroso, ¿alguna pista?
Peeta, que está sentado jugueteando con un cuchillo a unos pocos metros, levanta la cabeza. Piensa la respuesta un minuto.
-Buscad restos de hogueras. –dice finalmente. -Se mueve rápido, pero por las noches debe de tener frío.
-¿Qué pasa? –comenta Marvel con una sonrisa irónica -¿La chica en llamas no tiene suficiente fuego por sí misma?
Se ríe de su propia broma, mientras ajusta el cabezal de la lanza, y pasa otro a Cato para que haga lo mismo. Detrás de ellos, Glimmer se carga una ballesta a la espalda, y Tamina mete un par de cuchillos por debajo de su cinturón; no se me escapa que también lleva un látigo corto que nadie sabe de dónde ha salido. Cuando ya están preparados, van hacia el campo de cereales que hay cerca del lago, mientras yo me preparo para otra mortal espera; esta tarde es la segunda en la que Peeta y yo compartimos guardia.
He de admitir que no es tan insoportable como pensé que resultaría en un principio. Sí, su historia con la niñata combustible es insufrible, y sí, sus aspiraciones de ejemplo moral a pesar de haberse aliado con el maldito grupo profesional resultan inaguantables; pero dejando todo ello a un lado, no deja de ser un chaval normal, menos pagado de sí mismo que cualquier otro de los que estamos aquí y bastante más inteligente que la mayoría. Además, no es del todo malo con los cuchillos, lo cual siempre es un punto a favor.
Eso me da una idea. El subidón de adrenalina que me dio al destrozar a Marvel ha sido lo más emocionante de los últimos días; quizás sea hora de repetirlo.
-Eh, chico amoroso –le llamo. En cuanto levanta la cabeza, saco un cuchillo que refleja la luz blanca del sol. -¿Tienes algo importante que hacer?
Es una pregunta retórica, por supuesto: no hay nada importante que hacer aquí, más que comerse la cabeza acerca de cuál será la siguiente estratagema de los Vigilantes, o cuántos patrocinadores habremos atraído; o, si su historia de amor es real (cosa que dudo), en qué estado se encontrará su querida chica en llamas.
Peeta niega con la cabeza, como espero que haga; sin embargo, no se me escapa que se le tensan los músculos al ver el cuchillo. Esbozo una sonrisa torcida. Bien, me encanta meterle el miedo en el cuerpo.
-No te preocupes, no quiero usarte de maniquí... Por ahora. ¿Te apetece ver lo malo que eres con los cuchillos?
Eso parece relajarlo un poco. Casi nada, a decir verdad; pero consciente de que soy la única que hace algo más que insultarle durante las guardias, coge el set que le lanzo, dispuesto a dejarse humillar un rato.
-¿Por qué no hacemos un poco de combate cuerpo a cuerpo? –propone, sin muchas esperanzas. –O podrías enseñarme a usar algún arma que no domine.
Yo me rio.
-No. Lo primero –contesto, dando vueltas mientras busco una diana adecuada -porque sólo a un idiota se le ocurriría lesionarse sin necesidad durante los Juegos.
-¿Y lo segundo?
Me paro para mirarle a los ojos, con la ceja arqueada y la sonrisa destilando tanto sarcasmo que es casi visible.
-Y lo segundo, porque no me fío un pelo de ti, chico amoroso. Recuerda que si por mí fuera, ya estarías muerto.
Parece que eso es suficiente para convencerle. Encuentro por fin un grupo de árboles que me gusta, con nudos y suficientemente separados como para que cada uno pueda ser una diana independiente e inconfundible, pero no demasiado lejos de los suministros. Colocándome a una distancia respetable del primero de ellos, cojo posición: una pierna ligeramente adelantada, postura activa, y el cuchillo en mi mano derecha, preparado para ir directo al objetivo.
Por desgracia, es imposible hacer cualquier cosa con Peeta sin que este sienta la necesidad de iniciar una conversación.
-Oye, ¿tú crees que Cato ha encontrado algún bote con café? Porque mat... haría cualquier cosa por conseguir una taza ahora mismo.
El cuchillo silba antes de clavarse en el centro de un árbol que empieza a supurar savia poco después. Suspiro con orgullo antes de girarme hacia el chico amoroso.
-A Cato no le gusta el café. ¿Por qué dices eso?
-No sé, creo que es el que menos duerme y el que más energía tiene –dice mientras prepara un cuchillo.
Su lanzamiento se queda a un par de centímetros del centro del nudo al que estaba apuntando, la mejor marca de Marvel el otro día; alzo las cejas casi imperceptiblemente por la sorpresa.
-Cato siempre ha dormido poco y trabajado mucho, físicamente. Las ganas de matar no hacen más que acentuarlo. Yo vigilaría mi espalda, o puede que las sacie contigo.
Lanzo otro cuchillo, esta vez sin ni siquiera preocuparme de que la postura sea la correcta, ni tan siquiera de que Peeta esté suficientemente lejos como para que no le dé. El filo pasa cerca de él antes de clavarse otra vez en el blanco, y veo cómo se lleva instintivamente la mano a la venda que aún rodea su brazo.
Sin embargo, cuando contesta, lo hace ignorando deliberadamente mi pulla.
-Le conoces bien, ¿verdad?
Me quedo congelada un instante al oír esas palabras. Y cuando mi corazón vuelva a bombear sangre al resto de mi cuerpo, lo hace acompañado de un calor imparable.
Quiere jugar sucio, ¿no? Pues está en clara desventaja.
-No tanto como tú a tu chica en llamas, supongo.
Mi comentario enfría el ambiente, hasta entonces distendido, entre nosotros. Noto cómo las ganas de hablar del chico amoroso han desaparecido; pero yo no he terminado con él todavía.
-No me lo trago, ¿sabes?
Peeta arquea la ceja.
-¿Perdona?
Mi mueca irónica se transforma en una sonrisa con un punto de maldad, mientras dirijo la vista al cielo.
-Que no me lo trago, chico amoroso. No me trago tu amor trágico por la niña quemada, no me trago que estés enamorado de ella y, sin embargo, no tengas nada mejor que hace que aliarte con el grupo profesional, donde sabes que lo único que te mantiene vivo es que la conoces mejor de lo que la conocemos nosotros. ESO no es amar. Y no hay que ser muy listo para darse cuenta.
Omito que la gran mayoría de los patrocinadores son, con toda probabilidad, lo suficientemente imbéciles como para haberse creído todo su melodrama; las cámaras no andarán lejos, y yo no quiero problemas por meterme con los del Capitolio. Por el contrario, me centro en el silencio: un silencio largo, que se prolonga tanto como para reconocerlo como una victoria sobre el chico que nunca calla, el chico carismático, el chico con el don de la palabra...
-A lo mejor es que tu idea del amor y la mía son diferentes. –dice al final.
¿He dicho que no era tan insoportable como pensaba? Lo retiro.
-O a lo mejor –continúa -es que soy más listo de lo que tú crees. Piénsalo: no sabes si me lo he inventado todo, si de verdad la quiero, si sólo era una estrategia, o incluso si es el amor de mi vida pero soy tan cobarde como para preferir mi propia supervivencia a la suya. Ahora mismo, da igual: estáis en un callejón sin salida. Sea como sea, vuestra única arma para alcanzarla soy yo, así que me necesitáis aquí para que os dé pistas. Y para mí, eso es un seguro de vida.
-Hasta que la encontremos y la matemos –respondo a bocajarro.
Peeta se toma un segundo para contestar.
-Cuando eso suceda, verás si de verdad la quiero o no.
Ya no tengo fuerzas ni para sonreír con ironía. Noto que algo, algo similar a la furia, se apodera de mí y me empuja a contestar sin apenas pensar lo que digo.
-Lo siento, chico amoroso, pero no es tan fácil como eso. ¿Quieres que te cuente cómo es, lo que sentirías si de verdad estuvieses enamorado de esa chica? Te lo voy a decir: cuando estás enamorado de alguien, de verdad, en una situación como esta, lo que más quieres en el mundo es que no se entere nadie, para que nadie sea capaz de usarlo como un arma, ni contra ti ni contra esa persona. No vas soltándolo a los cuatro vientos en la televisión nacional, no: si no que haces lo posible, realmente y no como se supone que estás haciendo tú, para que sea invisible. Y que de ninguna manera, sobretodo la persona a la que quieres, se dé cuenta de lo mucho que te importa...
-Como tú con Cato, ¿no?
En el blanco.
Ya no soy sólo yo, sino que el mundo entero se queda paralizado un instante. Rezo porque en la otra punta de la Arena alguien esté a punto de morir de la manera más sangrienta y cruel posible, para que ni una sola cámara, ni el más mínimo micrófono, hayan grabado esta conversación. Mierda, mierda, mierda. ¡Joder! Lo ha conseguido. El muy capullo ha conseguido sacar a la chica de hielo de su propio disfraz y aquí estoy, desnuda emocionalmente delante de todo el que haya podido escucharlo. Genial, simplemente genial.
Abro y cierro los dedos, rápido, pensando en algo que hacer, que decir, algo que borre toda esta conversación, pero dentro de mí sólo encuentro una cosa: ira. Ira y desorden, un caos absoluto. Esto debe de ser lo que Cato siente siempre. Con un rugido, lanzo otro cuchillo, que se clava con tanta fuerza en un árbol como para que la punta asome por el otro lado.
Me dirijo hacia el chico amoroso a trompicones, hasta agarrarle de la pechera de la camiseta.
-Llevas dos días aquí –escupo. –Te recuerdo que tu novia todavía no ha aparecido, y yo no soy la única que se está aburriendo de esta situación. Haz algo útil dentro de poco, o te juro que yo misma me encargaré de abrirte las tripas y arrancártelas poco a poco hasta que ya no quede nada de ti.
Peeta me mira a los ojos, pero ya no hay miedo en ellos; no. Hasta eso lo he perdido. En su lugar aparece otra cosa, algo con un punto de compasión...
"No me tengas lástima, chico amoroso" pienso. "De todas las personas que hay aquí, tú no eres quién para tenerme lástima."
-¿Me has entendido? –digo con un tono peligroso.
El miedo sigue sin aparecer. Joder.
-Sí, te he entendido. Haré algo útil.  

District Two (Cato & Clove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora