CLOVE
Doy gracias al Cielo porque, con todo, Bethany nunca se decidiera a depilarme; estoy segura de que como lo hubiese intentando sin tenerme sujeta a una camilla, de la forma en la que estoy ahora, lo mismo me tiraba a su cuello.
Aprieto los dientes con el último tirón en mi axila, pero pasa poco tiempo antes de que las manos del equipo de preparación vuelvan a recorrerme, embadurnándome con un potingue verde y aceitoso.
-Lo has hecho muy bien, cariño –me dice una mujer llamada Shada, que lleva un intrincado tatuaje plateado con incrustaciones de diamantes en el lado derecho de la cara.
Suspiro para mí. Odio el tonito condescendiente con el que parecen tratarme todos los peculiares habitantes del Capitolio. Aun así, me esfuerzo por esbozar una sonrisa e intentar resultar simpática. No gano nada poniendo en mi contra a tres personas que tienen el poder de arrancarme hasta el último pelo del cuerpo.
-Muchas gracias, ahora me siento mucho mejor –contesto, tratando de disimular el deje sarcástico.
-¿Verdad que sí? –interviene uno de los dos hombres del equipo, Bend. –Después de pasar por la preparación, todos parecéis una persona nueva. ¡Y verás lo bien que te queda la melena cuando los brillantes sean de verdad!
Ese comentario hace que me hierva la sangre. Sí, puede que los abalorios con los que mi hermana me peinase no tuviesen nada que ver con las carísimas joyas capitolenses, pero que lo primero que hayan hecho, antes de desvestirme, ducharme, exfoliarme, dejarme unas uñas perfectas y, por supuesto, depilarme de arriba abajo, haya sido deshacer el trabajo de Beth con una mirada de resignación, me ha sentado mal a un nivel personal.
Sin embargo, estas personas extrañas, con horas y horas de cirugía encima, no parecen darse cuenta de nada que no les afecte a ellos mismos y la burbuja mágica en la que viven. De hecho, estoy segura de que si en este instante les preguntasen por mi personalidad, dirían que aunque quizás soy un poco salvaje, por lo demás a la que están aseando es una muchachita simpática y complaciente, no alguien capaz de matarles en menos de un segundo si tuviese un cuchillo en la mano y volviesen a decir "cariño"...
Pero para qué engañarnos. En el fondo, me dan hasta pena: estas semanas anuales de preparación deben de suponer el momento más emocionante de su vida, mientras que el resto del tiempo no tendrán más que hacer que someterse a nuevas operaciones quirúrgicas que los alejen un poco más de la humanidad. Eso explica su aspecto tan singular: el tatuaje de Shada es lo más normal que he visto. Tanto Bend como el otro hombre, Xavier (sospecho que son pareja), llevan pintado en uno de los dos brazos un entramado de líneas azules y rojas que les ascienden desde la muñeca hasta la cara interior del antebrazo, simulando venas y arterias. El primero, además, no sé si por efecto de lentillas o del quirófano, tiene el iris de un antinatural tono argentado, que contrasta mucho con su tez oscura. Xavier, por otro lado, lleva el cabello lila (a juego con sus labios) peinado a un lado, lo que permite apreciar los siete pendientes en línea que adornan su oreja.
Mientras les observo, Shada frunce finalmente sus rojísimos labios antes de esbozar una sonrisa complacida.
-Me parece que así ya estás visible. ¡Llamemos a Regina!
Los tres desaparecen, dejándome sola en la sala con una bata de papel. Me incorporo lentamente, evitando el impulso de rascarme la piel irritada. Apenas he dado diez pasos cuando oigo una voz femenina y de marcado acento capitolense a mi espalda.
-Quítate la bata, cielo, no te va a hacer mucha falta.
Con el "cielo" reventándome la cabeza, obedezco a regañadientes y me doy la vuelta.
No puedo decir que lo que veo me sorprenda: Regina Miles lleva encargándose del Distrito 2 catorce años, por lo que todos los diseños que puedo recordar los ha hecho ella. Lleva alas de ángel tatuadas en los párpados, su piel tiene un ligero tono rosado, y desde el escote hacia la clavícula emergen una lluvia de brillos, como purpurina blanca, que le hacen resplandecer. Su pintalabios fucsia va a juego con la peluca, recogida en un complicado moño engominado. De alguna manera, en la incomprensible moda de este lugar, reconozco que Regina tiene estilo.
Pero a pesar de sus desesperados esfuerzos, se nota que ya no es la chiquilla que era cuando empezó su carrera, y los signos de la edad (y más aún, los de intentar disimularla) empiezan a hacerse patentes: las arrugas en el contorno de los ojos, la piel menos firme, los labios operados... Temo, por un momento, que su capacidad creativa se haya ido apagando con los años.
-Vamos a sentarnos, ¿vale? –dice.
Sigo a mi estilista hasta una elegante sala con dos sofás rojos y un enorme ventanal que ocupa toda una pared, lo que me hace sentir aún más incómoda por mi desnudez. Ambas tomamos asiento y, con un distinguido movimiento, ella aprieta un botón en la mesa que hay entre nosotras, haciendo aparecer una maravillosa y finísima comida.
Me sirvo una pequeña ración de pollo con gajos de naranja y arroz, que nada en salsa de nata; Regina ni siquiera toca el plato. Mientras yo aún estoy comiendo, ella comienza a hablarme de su plan para el desfile.
-Tu nombre es Clover, ¿no? –pregunta.
Trago tan rápido como puedo el trozo de pollo que estoy masticando para corregirla.
-Pero prefiero Clove.
-Muy bien, Clover –continúa, haciendo caso omiso de mis palabras –Como ya sabrás, el Desfile de los Tributos pretende brindar un homenaje a las actividades propias de cada Distrito, lo que significa que al Dos, en un principio, le tocan canteras.
Lo sé perfectamente, igual que sé que canteras no es, ni mucho menos, un tema afortunado. Mis padres aún recuerdan un año, cuando comenzaron a ser pareja, en el que se trató de seguir el tema a rajatabla y nuestros tributos parecieron poco más que unos niños escuálidos del Doce, con máscaras y unos chalecos reflectantes terriblemente ajustados.
Sin embargo, nuestro Distrito se caracteriza por dos cosas: su simpatía con el Capitolio y la existencia de los Centros de Entrenamiento, que generan casi tantos ingresos como nuestra actividad oficial.
-Pero como vosotros probablemente no os sentiréis demasiado identificados con ese tema, -prosigue Regina, confirmando mis sospechas -tanto el estilista de tu compañero como yo hemos decidido orientarnos más hacia vuestras habilidades como tributos. –como iba diciendo... -El concepto es simple: sois los campeones por antonomasia de la mayor competición deportiva del país, luchando hasta la muerte para brindar orgullo a vuestro Distrito; ¿te recuerda a algo?
Claro que me recuerda a algo, porque llevo viendo las similitudes entre el funcionamiento de Panem y el de las antiguas culturas desde que tengo uso de razón. Pero algo me dice que revelarle que su idea no es tan original sería una mala idea, así que adoptando mi mejor tono dubitativo, respondo:
-Eeeh... ¿Gladiadores?
Su sonrisa es afilada y altiva al contestar:
-Exacto.
Así que una hora después me veo encerrada en una coraza dorada que trata de constituir un corpiño, a juego con una milimétrica falda de cuero y sandalias bañadas en oro. Sólo ha habido un problema: debido a la complejidad de la "pieza estrella" de mi vestuario, un casco en el mismo tono que el resto del conjunto del que surgen unas "majestuosas alas" a los lados, este tuvo que elaborarse algunas semanas antes de que se eligieran a los tributos. ¿Resultado? Previeron que quien ocuparía mi lugar sería al menos dos veces más grande que yo, y el puñetero casco se balancea de un lado para otro cada vez que me muevo.
Por suerte, en un momento de máxima lucidez, a una de los miembros del equipo se le ha ocurrido que, si me recogen el cabello, mi cabeza abultará mucho más, por lo que ahora mismo llevo todo el pelo colocado en una posición estratégica, y la semiesfera metálica casi no se mueve.
Casi.
Porque cuando Cato cruza delante de mí sin tan siquiera mirarme, un traspiés hace que se incline peligrosamente a la izquierda. Lo devuelvo a su sitio de la mejor manera que puedo y observo anonada a mi compañero de Distrito.
Cuando a mí me han puesto el traje me ha parecido como poco, ridículo: una niña disfrazada de mayor, más mona que atemorizante, tratando constantemente que su puñetero casco se esté quietecito; pero al verlo a él, comprendo cuál era la idea de Regina y el otro diseñador a la hora de crear este atuendo. Para Cato la armadura no es un ceñidor horrible, sino prácticamente una pintura dorada sobre su pecho, resaltando a la perfección los músculos de este, y dejando al mismo tiempo sus brazos enormes al descubierto. Las alas en su cabeza no quedan absurdas, sino que recuerdan a las fotografías antiguas de cuadros sobre dioses y diosas, y el color del conjunto, en vez de chocar con una mata de cabello negro, realza su pelo rubio. En resumen, está tan increíblemente guapo que resulta casi doloroso.
-Que tú lleves falda todavía lo entiendo; ¿pero en serio me la quieren poner a mí?
Tardo un segundo en asimilar que es a mí a quien está hablando. Noto cómo se me encienden las mejillas al verme pillada en mitad del cacheo, aunque él no ha parecido darse cuenta. Para ser sinceros, me había quedado tan embobada con su imagen dorada que ni siquiera me he fijado en la incomodidad con la que anda al llevar sobre las piernas unas cintas de cuero poco más largas que las que me han puesto a mí misma. El comentario me hace reír, y por un momento me olvido de la tensión de los últimos tres meses, de que decidió dejarme de lado sin motivo aparente de un día para otro, y vuelvo a ver frente a mí al que ha sido mi mejor amigo durante años...
Al menos hasta que una sombra fucsia y brillante rebosante de plumas pasa por delante, le da una palmada en un sitio que yo no llegué a tocar hasta después de medio año juntos, y guiña el ojo a un Cato que se queda aún más estupefacto que yo hace apenas unos instantes.
-¿Qué... -masculla, deslumbrado.
Es en ese momento en que Brutus decide hacer su aparición detrás de nosotros.
-Veo que ya habéis conocido a la nueva pupila de Cashmere. –comenta con esa insoportable sonrisilla suya estampada en los labios –Toda una fierecilla, por lo que me han contado. Se nota que ha aprendido de la mejor, ¿eh, tigre? –ríe dándole unas palmadas en la espalda a mi compañero.
Esto parece devolverle a la realidad. Sacude la cabeza para despejarse y parpadea varias veces.
-¿Cashmere? ¿Del Uno? Entonces será nuestra aliada, ¿no? –pregunta.
Brutus asiente, burlón.
-Sí; por eso mismo te recomiendo que te andes con mil ojos cuando esté cerca. No dejes que sus formas de femme fatale y esa carita de ángel te engañen: estoy seguro de que en cuanto vuestra alianza empiece a fragmentarse no dudará en clavarte el puñal que tú mismo le habrás afilado por la espalda.
Me sorprende que, por una vez en mi vida, esté de acuerdo completa y absolutamente con las palabras de Brutus. Sólo la he visto dos veces en mi vida, y una de ellas a través de una pantalla, pero con eso ya ha conseguido que me ardan las entrañas al pensar en ella. Le miro sorprendida al vernos compartir una opinión pero, por lástima, la situación es demasiado idílica para durar mucho. Rápidamente, mi tío se acerca y, con tono guasón, me susurra al oído:
-Y si fuera tú, también me preocuparía al verles juntitos –alzo la vista al cielo, lo que le provoca una carcajada.
-No sé qué tendrá que ver conmigo... -comienzo
-Ya, ya, lo he captado, los dos queréis hacernos creer que no te interesa –me corta -Pero, ¿notas ese calor quemándote como brasas desde lo más profundo de tu ser, ese que está haciendo que ahora mismo se te cierren los puños hasta clavarte la perfecta manicura de tu equipo de preparación en las palmas? –me dirige una mirada elocuente –Se llaman celos.
Bajo la vista yo también para comprobar que, efectivamente, me estoy dejando la marca de las uñas, pulcramente ovaladas, con la fuerza que estoy ejerciendo; relajo las manos rápidamente y, antes de que el rubor me cubra la cara por segunda vez en menos de cinco minutos, cambio de tema:
-¿Qué haces aquí? ¿Necesitas a TU tributo para algo? –enfatizo.
Mis patéticos intentos de desviar la conversación le hacen reír nuevamente; temo que contraataque otra vez más pero, afortunadamente, parece dar el momento de las pullas por zanjado y contesta a mi pregunta:
-¡Ah, sí!; Regina y Quio os quieren con los caballos para un último repaso antes de que empiece el desfile. Y es mejor darse prisa, sólo nos quedan diez minutos.
Le seguimos en silencio por entre la marabunta de estilistas, equipos de preparación, mentores y tributos ornamentados hasta llegar a nuestro carro, junto al que esperan pacientemente cuatro caballos alazanes, tan majestuosos como debiera sentirme yo con mi vestuario. Noto cómo me tiran del brazo y a los pocos segundos estoy envuelta en una nube de polvos y laca.
-Retocadle la línea dorada en los párpados, se la comen los ojos marrones –ordena Regina, con lo que Shada me aplica otra generosa ración de pintura por encima de las veinte capas que ya llevo.
-Clove, cariño –comenta esta –él ya es mucho más alto que tú, así que si encima vas así de encorvada, va a parecer tu hermano mayor antes que tu compañero.
Ahogo una risotada, más por evitar llenar mis pulmones de maquillaje que por pudor. ¿Encorvada? Si creo que con la maldita armadura se me va a tronchar la espalda de un momento para otro...
Dan la señal de que el Desfile va a comenzar en ese preciso instante. El equipo de preparación me ayuda a subir al carro, y desde el otro lado el de Cato hace otro tanto. Compruebo que el casco está todo lo bien colocado que puede estarlo mientras empieza a sonar la música, y frente a mí aparecen los caballos blancos como la nieve que transportan a la... Llamémosla "indecente" de las plumas y a su compañero. Nada más salen a la calle, les recibe una gran ovación y chillidos emocionados.
"Puedo ser la mejor diseñadora de todo Panem" recuerdo haber oído decir a Regina en las horas anteriores "Que, con un tema tan fácil como joyería, hasta el estilista más mediocre del Desfile conseguiría algo como poco equiparable." Nuestro Distrito siempre ha brillado más una vez se dan a conocer las puntuaciones de los entrenamientos, las entrevistas, e incluso los primeros minutos en la Arena; es algo que también llevan repitiéndome desde hace años, para que no nos desanime el vernos eclipsados en el minuto uno por nuestros propios aliados...
Sin embargo, el guiño petulante de la rubia (cuyo nombre todavía no sé), y ver que Cato le sigue con la mirada aun pudiendo ver solo su espalda, hace que mi habitual sangre fría, razonar las cosas para servir una calculada venganza en el momento justo, desaparezca de mi mente rápidamente. Como una niña pequeña enfurruñada se me pasa por la cabeza, aunque en el fondo sé que jamás lo conseguiré, sacar todas las armas que tengo en los veinte minutos de Desfile. Por suerte, un ramalazo de coherencia asoma a mi pensamiento antes de que cometa ninguna locura y me recuerdo a mí misma quién soy: Clove, la que parece dos años menor de lo que es, la chica de la que sus compañeros de entrenamiento se rieron nada más ver, y a la que toda esa fachada no hace sino parecer ridícula. Conforme nuestro carro se mueve me pongo la máscara que sí llevo preparada y ensayada, volviendo a sonreír al público con dulzura y mirada felina, a agradecer con gesto casi inocente las rosas que me lanzan, aunque por dentro sienta cómo otro pedazo de mi entereza se desprende de los restos que llevo intentando mantener unidos a la fuerza demasiado tiempo.
Quizás por eso se fue, dijera lo que dijese él entonces. Porque, al fin y al cabo, soy poco más que una cría y él, si no le hubieran nombrado en la Cosecha, estaría a punto de abandonar el Centro, el colegio, todo lo que ahora mismo constituye mi vida para ponerse a trabajar, más que probablemente en las canteras que mi familia pudiente no pisará jamás. Quizás ya no necesitara mi apoyo infantil para evitar sus impulsos hiperactivos sino a una mujer, de verdad, como la idiota del 1, que fuese capaz de ofrecerle algo más que la cabeza fría y la buena puntería que suponen lo único con lo que cuento yo. Bajo la cabeza casi imperceptiblemente para observar lo mal que me queda la armadura y le miro a él, que ya ha adoptado su actitud de tributo invicto, realzada, en vez de empequeñecida, por su vestuario. Aparto la vista justo antes de que él se gire, evitando cualquier contacto visual que me obligue sin yo quererlo a romper mi careta de fingida ternura y superioridad, y vuelvo a intentar centrarme en saludar al público, mantener la espalda erguida y parecer la profesional que se supone que soy; aun así, la sonrisa ha desaparecido inevitablemente de mi cara.
Llevaremos unos diez minutos de desfile, a juzgar por el sonido de carros y la cercanía del Círculo de la Ciudad, cuando oigo la primera gran ovación. Al principio, intento ignorarla: seguramente la tributo de delante habrá lanzado un beso, o incluso mostrado la pierna por la abertura vertical de su vestido, y todos se habrán vuelto locos. Continúo a lo mío, pero un minuto después el rugir de los capitolenses exaltados no sólo no ha disminuido, sino que ha tomado aún más fuerza, y los espectadores que se encuentran a nuestra altura miran hacia atrás asombrados. Incapaz de contener la curiosidad yo también me giro en la medida de lo posible para ver qué es eso que está causando tanto revuelo. Aparte de a mi amiga de rosa, no recuerdo ningún tributo especialmente atractivo de las Cosechas (o al menos, no tanto como para provocar semejante jaleo) así que por mi mente se pasa la posibilidad de que alguno de los jóvenes que competiremos en la Arena haya caído y sido arrollado por el carro del siguiente Distrito...
La impresión al girarme hace que tenga que agarrarme con fuerza para no ser yo la protagonista de esa imagen. Al fondo de la fila, movidos por unos caballos que sólo pueden corresponderse con los del Distrito más miserable de Panem, dos figuras envueltas en llamas saludan a la multitud con sendas sonrisas estampadas y las manos cogidas, manteniéndose inexplicablemente intactas pese al fuego que emerge de sus capas y tocados. Observo con asombro cómo los tributos del 12, por los que nadie apostaría ni una moneda hace una semana, son vitoreados y aplaudidos, con el ambiente haciéndose eco de sus nombres coreados:
"¡Katniss, Katniss, Katniss!"
Oírles hace que una chispa salte en mi mente, y repentinamente la recuerdo: la chica del vestido azul, la que se presentó voluntaria por su hermana, a la que...
A la que Cato aseguró que mataría personalmente.
Observo a mi compañero de Distrito y el gesto me sale natural antes de poder pensarlo. Él también se ha dado cuenta de que no somos nosotros, ni siquiera nuestros aliados, los que acaparan la atención del público, la tensión de su mandíbula es la viva prueba, así que apoyo una mano en su brazo.
-Tranquilo –le susurro –Ya les llegará su momento en la Arena.
Parece que eso le calma ligeramente. Y al decirlo me doy cuenta de que, en realidad, pese a que a mí tampoco me guste ver la atención que se nos da mermada, yo no soy capaz de sentir ese odio irracional que le posee a él contra la chica en llamas. No, el impulso que me lleva a pronunciar esas palabras es mucho más íntimo: simplemente, soy incapaz de verle pasarlo mal y no correr en su ayuda, como hemos hecho el uno con el otro una y otra vez desde que nos conocimos.
Porque a pesar de todo lo que haya de por medio, sigo queriéndole.
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District Two (Cato & Clove)
FanfictionClover Ringer, la que antes fuera una niña llorona y débil, lleva entrenando desde los ocho años para convertirse en una auténtica tributo profesional lo que, aún no siendo bien visto por su madre y hermana mayor, Bethany, cumpliría el sueño que su...