CLOVE
-Estás espantosamente feo, ¿lo sabías?
Él gruñe.
-Mi atractivo no era lo que más me preocupaba cuando tenía un puto nido de rastrevíspulas persiguiéndome. –Se mantiene en silencio unos segundos–. Tú también has estado mejor, ¿sabes?
Ja, ja. Aplico el desinfectante con un poco más de fuerza sobre su piel irritada, haciéndole soltar un rugido que me hace reír. Levanta la mano por instinto, dispuesto a lanzarme un zarpazo, pero mi expresión le frena a tiempo.
Bueno, mi expresión y el cuchillo que con el que tardo un segundo en apuntarle, amenazadoramente. Arqueo una ceja.
-Has empezado tú –protesta en un murmullo, como un niño pequeño.
No puedo evitar sonreír a escondidas ante ese gesto, tan suyo. Es agradable estar con él, durante un rato, simplemente riendo, incapaces de ignorar toda la confianza que generan cuatro años de amistad. Centrarme en ganar, olvidar todo lo demás, es la mejor decisión que he tomado desde que llegué aquí: ya no hay discusiones por mis intentos de aclarar una relación demasiado complicada, ni él me rehúye, ni siquiera tenemos una tercera parte entre medias para agriar nuestros encuentros...
Llevaba tanto tiempo en tensión que me había olvidado de lo gratificante que es relajarse un momento.
Lo empecé a notar anoche, cuando salimos a cazar; o, más bien, a poner las trampas que Marvel consiguió imitar, basándose en las que dejó el chico amoroso, porque no encontramos una sola persona en todo el camino. Pese a que lo inútil de nuestra búsqueda le puso de mal humor (para variar), al menos esta vez no estuvo tan hosco cuando fui a calmarle. Me escuchó, como ha hecho siempre: dejó que mis promesas de encontrar a la niñata en llamas le relajasen, igual que a un crío al que cuentan un cuento. Y aquello fue tan agradable como lo está siendo esta tarde.
Sin embargo, esto son los Juegos: los momentos felices no pueden durar para siempre así que, en cuanto deja de hacerme muecas, termino con la última picadura; al menos, al estar en la cara, sí se había arrancado el aguijón de esta. Hago amago de levantarme, dispuesta a memorizar por fin el maldito recorrido para acceder a las provisiones, pero él me para con una mano.
"No acabas de sentir escalofríos."
-Me falta enseñarte otra... Un poco más desagradable.
No es hasta que empieza a levantarse la pernera izquierda que noto que a su pantalón no es el mismo con el que entró en la Arena. Vuelvo a sentarme, entre curiosa y preocupada por lo que pueda encontrarme...
-Joder, Cato. –Se me escapa en cuanto la veo. –Tienes que aprender ya a limpiar una herida.
El corte no es extremadamente profundo, ni demasiado grande, pero he de admitir que resulta hasta más feo que la enorme picadura bajo su ojo. La costra es blancuzca y la herida supura un pus amarillento de olor desagradable. Por suerte para él, nunca he sido muy impresionable, porque esto es verdaderamente asqueroso. Sin embargo, mientras vuelvo a abrir el botiquín para ver qué puedo hacer, mi voz surge fría y calmada.
-¿Cómo?
Es una pregunta sencilla, con una respuesta sencilla; por eso, cuando Cato no me contesta inmediatamente, no puedo evitar girarme para clavar mi mirada sobre él.
-¿Cato?
Él desvía la cabeza, aparentemente muy concentrado en la tensa manera en que sus manos se cierran para arrancar la hierba del prado.
-Tamina –dice finalmente. –Fue Tamina.
¿Qué?
-¿QUÉ?
Es entonces cuando me mira, con la rabia llameando en sus ojos.
-¡Sí, Tamina, joder! –Pega un puñetazo al suelo. –Tenías razón, ¿vale? Me despisté, le dolía lo de Xack, no la tuve en cuenta, y si la maldita niñata en llamas no nos hubiese lanzado las rastrevíspulas, probablemente tendría algo más que un maldito corte en la pierna.
-Espera... ¿Te atacó debajo del árbol? –una nota de indignación me tinta la voz -¿Por qué no me despertaste?
Cato me mira, incrédulo, su cara empezando a adoptar un tono rojizo.
-Estaba lanzándome latigazos a tu lado, Clove, ¡y no te enteraste! ¿Crees que en esas condiciones habría servido de algo que te pidiera ayuda? Esa noche estabas tan mal que no podías ni escalar un maldito árbol.
Au. Vale, se acabaron los momentos agradables. Hago lo que puedo por tragarme mi orgullo con esa pulla, y vuelvo a centrarme en curarle el corte, cerrando la conversación.
Cato también parece calmarse, pero su entrecejo sigue fruncido mientras yo limpio el pus y aplico tanto desinfectante como puedo. Veo que aprieta los dientes para evitar gritar del dolor en un par de ocasiones, pero no puede contener el gruñido que se escapa de entre sus labios. Inspiro profundamente, haciendo acopio de valor para volver a hablar.
-¿Te molesta mucho?
Él asiente con sequedad. Vale, hasta aquí hemos llegado: yo no he sido nunca una persona sociable, así que no voy a empezar a cambiar ahora por él.
¿No quiere hablar? Estupendo; no hablaremos.
Vendo la herida de manera poco delicada y, sin siquiera despedirme (¿qué voy a hacer? ¿Esperar a que me dé las gracias? Ya, claro.), me levanto para que el tal Chip me enseñe de una maldita vez cómo llegar a las provisiones.
***
Lo admito: si hubiese llegado a saber lo irritante que sería, me habría mostrado más paciente con Cato.
En su favor, he de decir que chaval no debe de ser tonto, puesto que hace falta cabeza para poner en marcha el circo que ha montado; sin embargo, me tiene tanto miedo que llega a ser desquiciante. Tartamudea al hablar conmigo, le tiemblan las manos... Han pasado veinte minutos en los que me ha debido de enseñar algo más de una cuarta parte del recorrido, cuando, para mi alivio, oigo a Cato gritar:
-¡Mirad! ¡Allí!
No me hace falta siquiera seguir la dirección de su dedo; en cuanto levanto la vista del suelo minado, me es imposible obviarlo: una fina línea de humo asciende hacia el cielo, señalando la posición de un pobre tributo incauto.
"Demasiado para haber sobrevivido a los Juegos hasta ahora" no puedo evitar pensar. Sin embargo, me guardo mis malos presentimientos; lo cierto es que la idea de una lucha hace que la adrenalina corra por mis venas casi de inmediato. Me alejo del terreno minado para ir a recoger mi mochila y un par de sets de cuchillos.
-¡Tú quédate ahí! –grito a Chip.
Cato deja la piedra de amolar con la que afila su espada en cuanto me oye.
-No, de eso nada. Se viene con nosotros.
Alzo la vista al cielo. ¿Es que ha hecho su objetivo en la vida llevarme la contraria en todo lo que diga?
-Cato –dice entonces Marvel, en voz alta. –Cazando sólo será un estorbo.
-Si vamos a dejarlo aquí, ¿por qué no le matamos directamente? En el bosque puede ayudarnos a cargar las armas.
Mis ganas de abofetearle aumentan por minutos; pero el veneno de las rastrevíspulas ha dejado de afectarme, así que tengo la suficiente cordura como para no hacerlo.
-Chip –llamo en su lugar. Él viene, corriendo asustado. –Cuando te encontraron, ¿era la primera vez que intentabas robar algo? Di la verdad –añado con voz fría.
Él titubea pero, finalmente, niega con la cabeza. Yo dirijo una mirada elocuente a Cato.
-Se queda.
-A ver –replica Marvel -, las trampas del chico amoroso no tienen nada que ver con lo que ha hecho...
Pero, ¿de qué lado está? Da lo mismo: sus palabras son suficiente para terminar de convencer a un Cato que asiente, orgulloso, con los brazos cruzados sobre el pecho en señal de victoria.
-Se viene –dice. -Lo necesitamos en el bosque y aquí ya ha terminado su trabajo. Nadie puede tocar los suministros.
-¿Y el chico amoroso? —pregunta Marvel.
Cato gruñe, enfadado.
-Ya te he dicho que te olvides de él. Sé dónde le di el corte. Es un milagro que todavía no se haya desangrado. De todos modos, ya no está en condiciones de robarnos.
Cada día que pasa sin que su cara aparezca en el cielo, Marvel parece menos convencido por esa teoría; sin embargo, no dice nada más.
-Venga. —Insiste Cato, y le pasa una lanza Chip.
Estamos a punto de adentrarnos entre los árboles en el momento en que vuelve a hablar.
-Cuando la encontremos, la mato a mi manera, y que nadie se meta.
No creo que a nadie que apreciase su vida se le ocurriera.
***
Me aparto el sudor de la cara, con el ceño fruncido.
Algo va mal.
Tras cerca de una hora caminando por el bosque, revisando las trampas que dejó ayer Marvel sin resultado alguno, lo hemos encontrado: un claro completamente desierto, a excepción de una fogata de la que aún asciende un fino hilillo de humo... Pero alrededor de la cual no hay nadie calentándose. Ni restos de comida, ni tan siquiera un tributo escondido entre los árboles que hemos revisado, uno por uno... Nada.
Como si el único objetivo del fuego hubiese sido atraernos hacia él.
Me reprendo mentalmente por no haber hecho caso a mi instinto en el prado. No sé cómo, ni tan siquiera tengo una idea de quién, pero ya no me queda ninguna duda: nos han tendido una trampa.
Y por eso, cuando vemos una segunda columna de humo más allá y Cato se dispone a ir hacia ella, no tardo un segundo en cogerle del brazo y frenarle.
-Tenemos que volver al campamento. –Digo entre dientes. –Ya.
Él me mira, entre irritado y simplemente enfadado.
-Clove, esa niñata está pidiendo a gritos que vaya hacia su hoguera y l...
-La niñata combustible no sería tan estúpida como para ponerse a jugar al escondite con nosotros, Cato. Hay algo aquí que huele muy mal. –Frunzo el ceño. -Volvamos. Al. Campamento.
Veo en su cara la indecisión de Cato: no por plantearse la opción de hacerme caso, sino, más bien, por no saber si contestar como un ser mínimamente racional, o finalizar la pelea dándome un puñetazo. Le mantengo la mirada, retándole, para demostrarle que esta vez no pienso ceder...
Cuando un estallido brutal hace temblar la Arena y me tira al suelo.
Pasan unos segundos antes de que las imágenes vuelvan a aparecer nítidas ante mis ojos, y no llenas de puntitos negros. Me llevo la mano a la cabeza, desorientada, y necesito parpadear varias veces antes de ser capaz de levantarme y recordar dónde estoy. A mi alrededor, los demás parecen igual de aturdidos que yo, por unos instantes. Veo que Cato se tambalea ligeramente al ponerse en pie.
-¿Qué ha sido eso? –Pregunta costosamente.
-No lo sé –contesto -. Es como si...
Y entonces una idea dolorosamente posible viene a mi cabeza.
-Los suministros.
***
Cuando llegamos a nuestro campamento, el paisaje es desolador. Hay trozos de plástico, metal y comida chamuscados allá donde mires, y un círculo de hierba negruzca señala el lugar en el que antes se encontraba nuestro seguro de vida en los Juegos. Siento la rabia crecer dentro de mí al pensar en quien haya hecho esto, y aprieto los puños con rabia mientras busco algo que se pueda salvar de la masacre; pero nada es comparable con la reacción de Cato.
Llevaba años sin verle tan furioso, tan ido, tan... Loco. Se tira del pelo hasta arrancarse algunos mechones y pega puñetazos al suelo, profiriendo exclamaciones de rabia casi animales. Cuando los nudillos empiezan a sangrarle, coge los restos de un contenedor y se dedica a pegarle patadas hasta terminar de hacerlo trizas, para pasar entonces a repetir la operación con otro contenedor, y otro, y otro...
Hasta que localiza al chico del Distrito 3.
-Tú –dice señalándole con un dedo acusador mientras avanza hacia él.
Para cuando Chip asimila lo que está a punto de suceder, es demasiado tarde: apenas es capaz de correr unos pocos metros antes de que Cato le alcance y rodee el delgado cuello del chico con sus manos...
-¡Cato! –Exclamo.
Pero es como si no me escuchara: en un movimiento, brutal y perfectamente medido a un mismo tiempo, parte su cuello con un crujido aterrador. Después, tira el cadáver a un lado como si fuese un muñeco de trapo y coge su mochila y su espada de donde las ha dejado, a la entrada del claro.
-Vamos a cazar a esa cabrona –gruñe.
Tardo un segundo en reconocer la sensación fría que me atenaza hasta el último músculo del cuerpo: miedo. No por él, sino de él. Un miedo que llevaba sin sentir... Qué narices: Cato nunca me ha dado miedo, ni siquiera cuando le conocí. Sí, es verdad, sé lo fácil que es desequilibrarle, y por eso siempre he controlado cada movimiento a su alrededor; pero siempre he pensado que, con tacto, con las palabras correctas en el momento adecuado, podría calmarlo, guiarlo hacia ese lugar en su mente en el que ya no resulta un peligro.
Ahora mismo, ya no estoy tan segura.
"Vamos, Clove, tú puedes con ello."
Tomo aire. Sí, yo puedo. Me obligo a acercarme a él, con suavidad. Vale, sí, le ha roto el cuello a un chico en un ataque de rabia; ¿y qué? Es Cato, al fin y al cabo: el mismo Cato que se quedó conmigo en el funeral de Dock, el que me sacó de los rápidos... Alguien habría tenido que deshacerse del chaval, de todos modos; sin las minas que protegen las provisiones, no era más que un estorbo.
-Cato. –Me cuido de que mi voz no suene recriminatoria, pero tampoco dulce y edulcorada. -¿Crees que quien quiera que haya provocado esto seguirá vivo?
-Quien quiera no, Clove: ha sido ella. Y la voy a destrozar de tal manera que tendrán que recoger sus pedazos del suelo.
-A lo mejor ya se te han adelantado –dice entonces Marvel. –Clove tiene razón: la explosión ha volado medio claro. Seguramente, alguien intentó robarnos, y se encontró con la sorpresa. Esta noche –dice señalando al cielo –veremos su cara ahí arriba junto con la del idiota de Chip.
Asiento, en señal de conformidad.
-Por favor.
Lo digo en voz muy baja, para que ni los micrófonos, ni siquiera Marvel, puedan oírme; tan solo Cato es capaz de leer mis labios.
-Vamos a trazar un plan, ¿vale? –Añado entonces, para que me oiga todo el mundo.
Comienzo a andar hacia el tenderete donde hace apenas unas horas curaba las heridas de Cato, lo único que ha sobrevivido a la explosión. No puedo contener un suspiro de alivio al ver por el rabillo del ojo que, pese a todo, se ha resignado a seguirme.
Discutimos acerca de nuestra estrategia hasta bien entrada la noche; la explosión nos ha puesto en una situación muy difícil, más aún si tenemos en cuenta que la principal razón por la que los tres permanecíamos unidos a estas alturas eran las provisiones. Sin embargo, decidimos continuar juntos, aunque sea por esta noche: sin alimentos y sin apenas nada con lo que refugiarnos, nos necesitamos los unos a los otros, al menos hasta cubrir estas deficiencias. Después intentamos cazar algo de comer, aunque sin mucho éxito: me enorgullezco de tener una puntería casi infalible, pero para ello, primero necesito que el objetivo en cuestión esté relativamente cerca de mí. Eso, añadido a las deficientes trampas de Marvel (ya me extrañaba que hubiese sido capaz de imitar al chico amoroso de un solo vistazo) nos deja con un puñado de lagartijas, dos pequeños roedores, y una liebre que, además, no sabemos limpiar. Doy gracias en silencio cuando, intentando pescar cerca del lago, veo unas plantas acuáticas que me resultan extrañamente familiares, hasta que caigo: estaban en el ejercicio de plantas comestibles que hice mientras espiaba a Tamina. Junto con lo que queda de la liebre, que Marvel puede cocinar gracias a la botella llena de combustible que llevaba en la mochila, da lugar a una cena que apenas termina de llenarme a mí, y que poco hace por los apetitos voraces de mis aliados.
Estamos royendo los huesos de la liebre cuando empieza a sonar el himno.
Primero, aparece la cara de Chip, seguida, poco después, de la del chico del Distrito 10. Es la primera vez que le veo desde que arrancaron los Juegos, pero puede que haya sido él quien ha volado nuestras provisiones; sin embargo, esta mañana oímos otro cañonazo por lo que, sea él o no, todavía queda alguien más. Cruzo los dedos, deseando que el Distrito 12 aparezca en la pantalla...
Pero el himno se acaba y el cielo deja de brillar con la luz de las imágenes.
A mi lado, Cato aprieta los puños.
-Y ahora, vamos a matarla.
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District Two (Cato & Clove)
FanfictionClover Ringer, la que antes fuera una niña llorona y débil, lleva entrenando desde los ocho años para convertirse en una auténtica tributo profesional lo que, aún no siendo bien visto por su madre y hermana mayor, Bethany, cumpliría el sueño que su...