Capítulo XXXI

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Draco ya estaba a una manzana y media de distancia cuando Harry salió a la calle, tirando de su abrigo y su bufanda. Harry trotó para alcanzar al otro chico, quien parecía marchar hacia las afueras del pueblo, con las manos metidas en los bolsillos y las mejillas teñidas de rosa por el aire frío y la emoción.

— ¡Cómo se atreve a dar la cara por él! —estalló Draco una vez que Harry llegó a su lado—. Después de todo lo que hizo, se supone que debo congraciarme, ¿y qué? ¿Perdonarlo? No lo haré. No puedo. Le desprecio a él y a todo lo que representa. —llegaron a las vías del tren y las cruzaron, las largas piernas de Draco se dirigieron hacia el estanque más allá de la estación. El viento otoñal perturbaba la habitualmente plácida superficie, pequeñas crestas blancas subían y bajaban. No era un día agradable; no había nadie alrededor. Draco estaba de pie frente al agua, con la mandíbula apretada.

—Hola —dijo Harry, acercándose a su novio, rodeándolo para cruzar los brazos sobre la espalda contraria. Apoyó su mejilla en la sien de Draco—. No tienes que perdonar a nadie. Es tu elección y tu derecho. Es sólo una opción de muchas. Yo no voy a perdonar a mis tíos a corto plazo. Diablos, no me importará que los pateen, y no voy a perder el tiempo sintiéndome culpable por ello. Tienes derecho a pasar página con la gente, especialmente con la gente que te ha hecho daño. No le debes nada.

— ¿No me convierte eso en un maldito gran hipócrita entonces? —Draco resopló, retirando los brazos de Harry para entrelazar sus manos— Quiero que tú y tus compañeros y el resto del mundo mágico me perdonen, que me den una segunda oportunidad.

Harry se acurrucó contra la mejilla de Draco, besándolo.

—Diferentes circunstancias, cariño, lo sabes. Además, no es que tu padre se esforzara en expiarlo.

Draco se encogió de hombros.

—Incluso cuando lo hace, no puedo creerle. Siempre ha dicho lo que ha necesitado decir para salirse con la suya. No sospecho que le quede una pizca de algo más que de auto-conservación. Y las cartas que me escribe, Merlín. Llenas de todas las cosas que anhelaba oírle decir durante la mayor parte de mi vida. Todas las cosas que me negó. Pero ahora no tiene sentido, ¿no? Importaba cuando creía que su respeto valía algo. Ahora sé que él y sus opiniones son una mierda. —un escalofrío lo recorrió y Harry lo sintió también en su cuerpo.

—Está bien si es así —murmuró Harry suavemente—. Si lo que dice sigue teniendo peso, aunque tú no lo quieras, es bastante comprensible, de verdad.

—Quiero tirar sus cartas al fuego, sin leerlas —dijo Draco, en voz baja—, pero no lo hago. Las leo. Una y otra vez, las leo. Es patético.

—Realmente no lo es —replicó Harry—, no podemos elegir quién es importante en nuestras vidas, no realmente.

— ¿Cómo lo sabes? —Malfoy resopló.

— ¿Crees que me habrías elegido a mí? —sondeó Harry.

—Definitivamente no —Draco soltó una carcajada—, queriendo que me hicieras sentir miserable. Durante años, literalmente.

—Y ciertamente yo no quería elegirte. Me negué a mí mismo durante semanas, a pesar de que todo lo que quería era apretarte contra varias superficies y besuquearte sin sentido. Pero aquí estamos, y es jodidamente glorioso, creo. Así que tal vez no me importe no tener el control total de lo que siento. Ha funcionado bastante bien, hasta ahora.

Draco se recostó un poco en el pecho de Harry, agarrando el abrigo de éste por la cintura. Su rostro barrido por el viento parecía cansado.

—Quiero desconectarme —murmuró—, quiero despertarme y que no me importe una mierda. Es que, Merlín, he querido complacerlo durante tanto tiempo.

Un Camino A Seguir [ Harco ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora