Cuarenta y ocho

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Todo lo que había pasado en los últimos meses era demasiado para Dex, sentía que había envejecido un par de años en solo unas semanas. Desde que Eren se había unido a la Legión de Reconocimiento las cosas habían cambiado de forma radical, no había tenido ni un segundo de descanso. Creyó que la aparición de la Titan Hembra sería la peor experiencia de su vida, pero la reaparición del Titán Colosal fue la gota que derramó el vaso.

Lo vio sobre la muralla, incluso a la mitad era gigante. Dex ni siquiera intentó pelear, cayó de la muralla sin ser capaz de activar su equipo, solo se salvó porque Moblit la había atrapado a varios metros del suelo. Vomitó sobre su compañero, nada le asustaba tanto como el Titán Colosal. No le impresionaba el Acorazado ni Eren en su forma de Titán. Cuando le ordenaron retirarse lo hizo sin protestar.

Su agonía no terminó con eso, tuvo que ver al hombre de su vida, a su esposo, estar en la boca de un titán. Habría regresado por él si el comandante no le hubiera indicado a todos los soldados que avanzaran. "¡Avancen! ¡Sigan a su capitana!"

Ni siquiera habían tenido tiempo para discutir, cuando menos se dio cuenta estaba en una celda subterránea en la capital, separada de Erwin, en la mayor incertidumbre que había sentido jamás. El gobierno, Historia, Rod Reiss, todo era demasiado para la capitana que sin poder evitarlo se había sumergido en un profundo agujero de desesperación.

El universo se negaba a darle un descanso, tenía varias semanas sin oler a lavanda, se sentía sucia incluso luego de haber pasado horas bajo la lluvia artificial. En ese momento, se sentía sucia en el suelo de los baños de mujeres mientras todos celebraban con un festín de carne en el comedor.

Tenía por lo menos diez minutos mareada y a su lado descansaba una vieja cubeta en la que había vomitado, no era ni la primera ni la última vez que la capitana lo haría debido al estrés. Estaba sola, en el piso polvoriento, huyendo de Erwin y de su escuadrón. Debía ser una figura fuerte, pero estaba cansada de aguantar el dolor.

— No deberías estar aquí. — la castaña no levantó la vista, sabía quién era.

— Tú tampoco, este es el baño de mujeres.

— Creí que eras algún recluta escabulléndose por el cuartel.

Encontró los ojos plateados de Levi, tan cansados como los de ella. Habían llorado juntos la muerte de su escuadrón, en silencio, en secreto. El capitán aun sentía un gran amor por Dextra, pero se alejaba del romance, seguía encontrando en ella el mayor consuelo y ya había dejado de dolerle saber que otro hombre la acompañaba al dormir.

— Me iré a dormir en un momento. — ambos sabían que era una mentira.

— ¿Vomitaste?

— No.

— ¿Por qué eres tan obstinada? — se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo tendió a la capitana. Dex se limpió los labios con delicadeza huyendo de la mirada del mayor. — Quédate aquí.

— Ya te dije que iré.

— Eres igual que Erwin, no es coincidencia que hayan terminado juntos. — Dex dejó escapar una risa cansada.

Apenas había visto a su marido en los últimos días, los preparativos los mantenían a ambos ocupados y los pocos momentos que tenían a solas se abrazaban en silencio, resignados a lo que estaba por venir.

— Levi. — el azabache se sentó en el suelo ignorando la suciedad. — Ambos sabemos que Erwin está dispuesto a morir si es necesario, y yo estoy lista para seguirlo. — tenía una mirada seria. — Pero para hacerlo, necesito que me prometas algo. — Levi la miró a los ojos. — Promete que cuidaras de los niños, que harás todo lo posible porque Armin, Eren y Mikasa estén bien.

Una Probada de HumanidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora