CAPÍTUO 30 - PARTE II

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RECUERDOS QUE ATESORAR.

Pandora

Abro los ojos cuando aún la luna agoniza las últimas horas de su reinado en el cielo. Mi cuerpo se encuentra rodeado por unos fuertes brazos que me apresan de forma protectora. Sus piernas están entrelazadas con las mías y su rostro descansa sobre mi cabeza, la cual está apoyada junto a su pecho.

Es la primera vez en mucho tiempo, que duermo como un bebé, que no tengo pesadillas y que me he sentido relajada durante mi descanso. Esta sensación solo me ocurre cuando duermo con él.

Sonrío observándole dormir. Se le ve tan adorable así... Nadie diría que es un hombre que derrocha rabia, disciplina y egocentrismo. Y lo mejor de todo, es que yo era la única privilegiada de admirar esto.

Con mucho cuidado, intento salir de su firme agarre, lo que no es una tarea fácil porque me atrajo dos veces hacia él, como si fuera a huir, cosa que no planeo hacer en mucho tiempo.

Voy al baño a ver mi reflejo en el espejo, pues después de anoche, no creo que mi pelo tenga buen aspecto. Y, en efecto, mi pelo estaba muy hecho un desastre, pero nada que no pueda arreglar un cepillo. Por mi cara no había problema, desde la boda no he puesto maquillaje en él y no tengo la necesidad de aplicarme, esta es mi versión más sincera y natural, y me siento bastante cómoda sin una pizca de maquillaje en mi rostro.

Con sigilo, busco en la maleta algo que ponerme y opto por un vestido largo beige parecido al de ayer. Cojo mi móvil, los auriculares inalámbricos una copa con zumo de una jarra que había en la mesa de la cocina y salgo al porche en dirección a la orilla del mar.

Pulso una lista de reproducción con la música que suelo usar para bailar ballet. Una melodía de piano comienza a resonar por los auriculares, dejo la copa y el móvil en una pequeña mesa al lado de las tumbonas y me dejo llevar por el momento.

Cierro los ojos cuando mis manos y pies se mueven solos y la fragancia marina entra por mis fosas nasales. No sé lo que bailo, aunque tampoco me importa. Solo me dejo llevar por lo que mis pies deciden. Solo sé que mi cuerpo se mueve en armonía y que este está feliz por volver a sentir la danza. Estaba dejando fluir energías de la mejor forma que sabía; bailando.

La música clásica deja de sonar para dar paso a otro estilo de música totalmente opuesta. En ese momento, unas manos me sujetan los hombros y me hacen girar sobre mi eje. Abro los ojos de golpe por el pequeño susto, encontrándome el azul celeste de Dante y su cara de recién levantado frente a mí.

—Shh, no digas nada —me adelanto a lo que pudiera decir y le paso un auricular—. Escucha la música y baila conmigo.

Frunce el ceño, pero se ajusta el auricular en la oreja y se pega a mi cuerpo, uniendo sus manos a las mías cuando el ritmo de una bachata nos envuelve a ambos.

Ninguno media palabra, solo bailamos al son de la música sin apartar la mirada del otro, perdiéndome en su océano celeste y remontándome al primer encuentro, donde decía que él no bailaba y yo le arrastré a bailar un tango, donde también demostró que se movía de maravilla y que ahora me refresca la memoria. Sabe bailar bastante bien y lo demuestra tomando el control de los pasos de baile, haciéndome girar sobre las dunas de arena y sincronizando sus golpes de cadera a los míos.

No tenemos público a nuestro alrededor ni hay una intención erótica en el baile, simplemente bailamos en la arena con el amanecer de fondo, lo que lo convierte en un bonito momento para recordar.

Termino apoyando mi cabeza en su pecho, debido a la diferencia de altura entre ambos cuando la canción acaba y nos quedamos quietos, aunque sin soltar el agarre de las manos.

PANDORA © (Sombras #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora