CAPÍTULO 33

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LAS PIEZAS DE LA PARTIDA.

Claus

Aún no se me borra la sonrisa del rostro por haberla visto tan hermosa en ese salón de baile. Pese a las máscaras, su presencia no pasaba desapercibida y era imposible no mirarla. Mis ojos babeaban al recorrer su cuerpo y se consumían cuando no era mi cuerpo el que le hacía compañía, sino que era ese griego, el obstáculo de mi camino.

Hice sonar su canción para que me recordara, pero por desgracia, colapsó y ese militar fue tras de mí. Por supuesto, no me atrapó. Estaba en mi terreno, y solo quería verla y recordarle que queda poco para que vuelva a mi lado.

Enciendo un puro mientras me voy adentrando por los pasillos de un antiguo monasterio protestante en Cambridge, convertido en mi residencia por regalo de mi padre, Don Maxim Sideris, cuando salí de La Academia.

«¿Qué hay más profano que convertir una casa del Señor en la residencia de un Pecador satánico?», me dijo cuando me entregó la propiedad y el oscuro negocio familiar, la mafia inglesa o El Clan Gris, en honor al cielo gris de Reino Unido.

Empujo el gran portón que separa la zona exterior del interior de la casa, arrastrando las pesadas puertas de madera antigua, anunciando mi llegada. Un empleado recoge el abrigo que lanzo al aire y doy otra calada al puro, aún colmado de júbilo por mi victoria de la noche anterior.

La he visto y casi la he podido tocar. Con eso me basta para calmar mi ansia por ella y para seguir con mi juego macabro hasta que vuelva a mí.

Chiara y Abigail se encuentran en el salón principal, una frente a la chimenea y la otra en el sillón a un lado de esta. Ambas se vuelven al verme llegar.

—¿Qué tal ha ido? —Abigail pregunta, con calidez y entusiasmo en su voz, provocando una arcada en mi interior.

—¿La has visto? —Chiara, en cambio, alza la voz de forma fría e indiferente, yendo al quit de la cuestión.

Las ignoro, soltando el humo con soberbia, mientras me quito los guantes de cuero y desabrocho la pajarita. Me siento en la esquina libre del sofá, en el extremo opuesto donde Abigail se halla recostada. Me quito la chaqueta y me remango la camisa, sabiendo que estoy exasperando a Chiara con mi silencio.

—La he visto. Se paralizó al verme entre la multitud, pero me reconoció y yo la observé a ella el tiempo justo como para seguir con nuestros planes —expulso el humo de la última calada al puro cuando cierro los ojos y la visualizo.

Se me pone durísima solo de recordarla.

—¿Ya has satisfecho tu capricho de verla? —Chiara inquiere mientras aparta su larga caballera rubia de su pecho. La noto molesta aunque en realidad siempre se pone así cuando la menciono.

—Sí —respondo complacido—. ¿Cómo evoluciona el proyecto?

Capto su atención, pues desvía la vista de lo que estuviera leyendo y me mira inquisidora, señalando con su rostro hacia Abigail. Niego con la cabeza, pues ella es ajena a todo lo que nosotros tenemos entre manos.

—Comprobémoslo —dice cuando se levanta de golpe y se encamina a la puerta.

La sigo por los fríos pasillos del monasterio hasta llegar al final de la propiedad, donde mandé a construir un laboratorio de alta seguridad en el que Chiara pudiera trabajar.

Antes de entrar, me hace ponerme una bata blanca, una mascarilla, gorro y gafas de seguridad, ya que algunas cosas que hay en el interior de ese laboratorio son de riesgo biológico. También me hace usar guantes estériles cuando nos paramos frente a la cámara frigorífica que conserva una de nuestras próximas jugadas.

PANDORA © (Sombras #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora