CAPÍTULO 42

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NANITA NANA.

Pandora

El plan original era atacar el martes de la semana siguiente a la fiesta de disfrace para así tener un plan trazado sin fallos. Era, en pasado. Es domingo por la noche, casi medianoche, un día después de la fiesta y yo estoy cargando las armas que me voy a llevar.

No hay plan sólido, no hay ruta de escape. En otras palabras: vamos a ciegas con lo que nos encontremos hoy. No soy fanática de estos planes, soy más de tenerlo todo medido, con planes de escape, pero las circunstancias así se han desarrollado.

Todo puede salir bien o catastróficamente mal.

La gente va entrando y saliendo de la armería a paso rápido, con la cabeza gacha y la mirada endurecida. Solo yo soy la que se queda estática en ese lugar. Supongo que estar rodeada de armas colgadas en las paredes es mejor que una sala de operaciones con gente dado órdenes por doquier.

—¿Te vas a llevar el arco? —me giro hacia la procedencia de la voz.

Dante entra en la armería con los dos chalecos antibalas que uso en función del arma que me lleve.

—No lo sé —admito en un suspiro, apoyando ambas manos en la mesa donde estoy dejando las armas—. Por mucho que cueste asimilarlo, vamos casi a una misión suicida. Si me llevo el arco, puede que sea un estorbo.

—No necesitas que adjudiquen la hazaña a Cazadora. Ellos piensan que son los agentes de la ley los que están derribando a sus iguales. Dejémosle creer que así siga siendo y no que en realidad es la hermana falsa del mafioso que pretende tener el monopolio de la droga y que juega a ser de los buenos la cerebro de todo esto.

Su mente y forma de pensar, en sintonía con la mía, es una de las razones por la que me siento atraída por él. Tan iguales y complementarios que abruma.

Hago un gesto que se queda a medio camino entre la mueca y una media sonrisa amarga por lo que se avecina. Acabo cogiendo el chaleco que es más como una coraza rígida a prueba de balas ajustada a la silueta de mi cuerpo para darme más rango de movimiento al usar el arco. Hoy, aunque no use el arco, me lo llevo para ser más ágil y rápida.

—Pásame varias dagas —pido cuando el se acerca a la pared donde estas están expuestas junto los fusiles preferidos de Dante.

Me coloco todas las pistolas, dagas y otras armas que pueda llegar a necesitar en las correas de mis piernas y el cinturón de combate. Cruzo mi fusil de asalto a la espalda cuando Dante también termina de colocarse sus armas.

Ambos salimos juntos para reunirnos con los demás. La sala de operaciones es un bullicio angustioso de gente que va de un lado a otro, dando gritos y contestando llamadas sin parar. Consecuencias de que los planes se adelanten por imprevistos.

—¿Listos? —alzo la voz entre la multitud. Todos se ponen rectos cuando asienten—. Andiamo.

Tanto el camino a los coches como el trayecto hacia el edificio industrial es terriblemente incómodo. Solo se escucha al motor del coche y nuestras respiraciones.

Pero no es este silencio el que me preocupa, sino que es Brina. Ella no debería estar aquí, mucho menos si ayer en la fiesta le dio un ataque de pánico por ver algunas de las cosas de las que fue una víctima y testigo. Tuve que llevarla a un lugar aparte para que se tranquilizase.

También se hizo la prueba que ella tanto temía. Salió negativa, me lo enseño esta mañana. Eso me tranquiliza porque eso le da la paz y se deshace del nudo imaginario que se cernía en su cuello por el miedo y los pensamientos sobre ese tema.

PANDORA © (Sombras #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora