CAPÍTULO 23

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AMIGA,  PACIENTE Y AMANTE.

Diana

Termino la sesión clínica con mi paciente, recetándole nueva medicación para evaluar su evolución en la nueva visita. Me despido de él mientras lo acompaño a la puerta y le doy mis típicos abrazos de «fuerza, todo irá bien y eres fuerte para superarlo».

Me apoyo en el marco de la puerta y cruzo los brazos sobre mi pecho mientras observo como se va alejando por el largo pasillo blanco del hospital. En ese mismo vistazo, veo como Zia viene hacia mí a paso rápido, apurada, y con semblante serio y preocupado. Automáticamente mi expresión cambia.

—Los resultados de las pruebas de Pandora —dice cuando llega a mi lado, alzando una carpeta con sus datos y el sello de confidencial en ellos.

Entramos a mi despacho y lo cruzamos hasta llegar a la pequeña salita donde guardamos todos los datos clínicos de nuestra amiga, sus evoluciones y las hipótesis que nos hacemos. Deja la carpeta sobre la mesa y la abre, sacando todos los resultados de las pruebas que le hicimos en la central militar hace una semanas.

—¿Cómo va el control hormonal? —es lo primero que pregunto y lo que más nos preocupa a ambas.

Niega con la cabeza antes de emitir un suspiro pesado y apoyar las manos en la mesa.

—No remonta... Es como si no tuviera ciclo hormonal —lleva sus manos a su cara—. Me faltan los resultados de una analítica especial que pedí para confirmarlo, pero con lo que ya tenemos...

—No lo digas —la interrumpo para que no diga las palabras que ninguna de las dos queremos que salgas de nuestros labios—. Esperemos esos resultados y no saquemos conclusiones precipitadas.

Como si mis palabras fueran una señal, llaman a mi puerta. Las dos miramos en dirección a la puerta, luego Zia me mira con el ceño fruncido.

—Adelante.

Entra la enfermera que nos ayudó cuando le hicimos las pruebas a Pandora y le entrega unos informes a Zia. La observo con el ceño fruncido, fijándome en la misma característica en la que se fijó mi amiga la otra vez y que yo no le di importancia; sus ojos, amarillos como el sol y con destellos naranjas.

—Bonitos ojos. Muy únicos y exóticos —comento para llamar su atención.

—Gracias, señorita —responde amable y un poco cohibida—. Es una mezcla de ojos mis padres.

—¿Cómo te llamas? Seguro que, con esos ojos, no tendrás un nombre común.

—Ámbar, señorita —me sonríe, mirándome fijamente con ese amarillo intenso en los ojos—. Como la piedra preciosa.

—Y como el color de tus ojos —puntualizo cuando fija su atención en Zia y le comenta algunas cosas.

Sigo detallándola y haciendo memoria de si la he visto en otra ocasión por el hospital, pues tiene una mirada que no se olvida con facilidad, pero no hallo respuesta. Será del reemplazo de personal por la temporada de invierno.

Se va y nos vuelve a dejar solas.

—¿Es el informe de la analítica? —me acerco a ella para leerlo yo también. Mueve la cabeza en señal de asentimiento y sus ojos vuelan de un lado a otro, leyendo el informe sin dejar verlo—. Zia qué dice.

Lo deja de mala gana con el resto de los papeles, y me mira. Una lágrima brota de uno de sus ojos.

—Diagnóstico: infertilidad —se lleva las manos a la boca y suspira pesadamente, dejándose caer en la silla que hay frente a mí.

PANDORA © (Sombras #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora