CAPÍTULO 56

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ESPEJISMO.

Pandora

Absorta en mis pensamientos, juego con una flecha entre mis dedos mientras en mi cabeza se reproducía el ritmo de una canción de electrónica, muy acorde a la situación tensa que se respira en el furgón.

Hace dos días las cámaras de seguridad de la ciudad captaron a Chiara por una urbanización casi desolada de la ciudad. Era como si quisiera que supiese que estaba por allí, como si quisiera que fuera tras ella, provocándome.

Justo eso estamos haciendo, ir hacia allí armados hasta las cejas. Posiblemente estemos yendo hacia la boca del lobo, o al menos es lo que mi instinto me dice, pero cuando se tratan de ellos, hay que tomar demasiados riesgos e improvisar sobre la marcha.

Esa canción electrónica que suena en mi cabeza se hace cada vez más presente conforme nos vamos acercando a la casa en cuestión. Eveyday anyone de Nominal se cuela en mi cabeza, acompasándose mi corazón a la base de la canción.

Echo una última mirada a la punta de la flecha antes de guardarla, pensando en cómo se sentiría si se la clavara a Chiara en la frente o en el corazón. Seguro que sería un placer macabro muy difícil de explicar. Me muerdo el labio pensando en esa meta a cumplir.

Soy la tercera en salir del furgón, detrás de Dante y Selena y delante del resto. Frente a nosotros se alza una casa mediana de dos pisos y aspecto abandonado. Muy de su estilo, solitaria, abandonada, vieja y útil para el trabajo sucio.

Entramos por el jardín trasero siguiendo un rastro de gotas de sangre que empieza en el porche. La gran pregunta es si la sangre está puesta ahí a propósito o es porque ese ha sido el recorrido que ha llevado la persona que sangraba.

—Sangre fresca —gruñe Marco a mi espalda, poniéndose rápidamente a mi lado.

—Están aquí —suelto fría, con rabia, mientras miro hacia el techo, como si los sintiera.

No nos separamos como habríamos hecho en el resto de las ocasiones, porque si lo hacemos, el juego se igualaría, no seríamos mayoría y podrían usar el juego mental y el cuerpo a cuerpo a su favor, o peor, dañarlos para atraerme hacia ellos.

En vez de empezar por la planta baja, que sería lo más lógico, giro hacia las escaleras, subiendo los escalones de dos en dos con la vista clavada en las gotas de sangre que marcan un sendero posiblemente falso, pero un sendero, al fin y al cabo.

Somos ocho para cuatro puertas, por lo que nos vamos dividiendo en parejas conforme avanzamos por el pasillo. Dana y yo abrimos la tercera puerta porque yo tenía un presentimiento en el pecho. Y bueno, no me equivocaba mucho.

No está Chiara en esa habitación que en su momento era de una niña, pero sí había un gran charco de sangre y gotas negras de tinta. Acaban de matar hace no mucho a la quinta víctima, casi en nuestras narices.

La rabia y la impotencia empiezan a burbujear en mis venas.

—¿Algo? —digo por el intercomunicador.

—Nada —es lo que todos dicen ante mi pregunta.

—Tengo el lugar del crimen, pero ni rastro de ellos —hablo y al segundo todos están en el marco de la puerta viendo lo mismo que yo.

Un charco en el centro, las paredes y un viejo espejo llenos de salpicaduras de sangre y sogas atadas a una silla, también ensangrentados.

El sonido de una puerta cerrarse abajo y una risa femenina me pone en alerta, casi corriendo de forma automática escaleras abajo en busca de ese ruido, porque sé con certeza que esa risa es de ella.

PANDORA © (Sombras #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora