CAPÍTULO 38

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CISNE NEGRO.

Pandora

La parte buena de ser militar es que podemos descargar todas nuestras emociones en nuestro trabajo. La ira y la rabia se canalizan en un golpe más doloroso y en un disparo certero; el dolor y el desamor en una actitud fría y una estrategia impecable. Pero el miedo... El miedo es el único que te inhabilita y no te deja actuar.

Yo soy una mezcla de todas esas sensaciones. Rabiosa por la situación en la que me encuentro involucrada: dolida por los recuerdos que me visitan por las noches y me impiden descansar, y aterrada por tener frente a mí a mi carcelero dentro de un mes.

¿Y cómo estoy llevando toda esta situación? Con el arco tensado y una flecha lista para ser disparada a quien se interponga en mi camino durante este operativo.

Esta semana se nos encomendó colaborar con el FBI en una misión de reconocimiento y asalto a una fábrica antigua usada para distintos negocios como el procesamiento y empaquetamiento de droga y almacenamiento de armas ilegales para su posterior venta, entre otros negocios.

Skylar lleva infiltrada en este clan desde mucho antes de la boda de Diana, labrándose poco a poco un puesto de poder y así ser más fácil para nosotros la invasión.

El frío húmedo de las últimas horas de la madrugada cala hondo en mis huesos pese al uniforme térmico y la coraza antibalas. La unidad de asalto, enviada por cortesía del FBI, espera órdenes para derribar las puertas de acceso a los túneles que desembocan en el corazón de la fábrica.

Con gestos, aviso al grupo de colocarse las mascarillas y la protección facial, ya que entraremos por pasillos que fueron y son usados como desagüe de gases y sustancias que pueden ser peligrosas para nuestro organismo.

Sistema de seguridad desactivado. Entrad ahora —comunica Ana desde el intercomunicador.

Los agentes del FBI tiran las puertas abajo y entramos en fila india accediendo al perímetro. Los primeros encienden las linternas que alumbran el camino entre la oscuridad y el hedor que desprenden las tuberías.

—Entrada despejada —informo a los cerebritos para que nos vayan guiando.

Avanzamos por el primer pasillo sin nadie a la vista. Solo se escuchan nuestras pisadas y las gotas de agua cayendo al suelo por tuberías viejas y oxidadas. Bajo la flecha porque mis brazos se resienten tensados y sin movimiento.

Llegamos a una bifurcación en tres pasillos, por lo que nos dividimos en tres grupos liderados por Marco, Dante y yo. Me aseguro de que Brina vaya en mi grupo, se incorporó hace unos días de su baja y no quiero que le de un ataque de pánico por su vuelta repentina.

El silencio roto por disparos en uno de los pasillos son los que nos hacen ponernos en guardia y esperar a qué vengan a nosotros, ya que es cuestión de tiempo que vengan a revisar este pasillo. Vuelvo a colocar la flecha y tenso el arco, apuntando hacia el final del pasillo.

Cuarenta y siete segundos. Ese es el tiempo que tarda la primera bala enemiga en ser disparada. Y siete segundos después, los tres pasillos se convierten en un verdadero campo de batalla.

Al tener el permiso de abatir a toda persona que intente atacarnos así que no nos molestamos en pelear y noquearlos, simplemente apuntamos y disparamos a matar. Disparo a la cabeza, corazón o abdomen; sin pensarlo y sin arrepentimientos.

La cuerda de mi arco se rompe cuando hago caer a la última persona que nos ataca en nuestra sección. Maldigo por ello y hago un apaño para al menos cruzármelo en la espalda. Sigo teniendo pistolas de emergencia y las flechas, tan afiladas como una daga y, de extra, están impregnadas con veneno.

PANDORA © (Sombras #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora