Cap 46: Señor Hans

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Al saber que su esposa no regresaría, en por lo menos, otros tres meses, Hades solía aburrirse con facilidad en el inframundo. Gran parte de su trabajo era encargado por su hijo mortal, Nico di Angelo, y el resto solía acabarlos antes de la media tarde (relativamente en el inframundo) por lo que solía escapar al mundo mortal en busca de consuelo para su aburrimiento.

Especialmente, los viernes en la tarde.

Justo como hoy.

Llegó media hora antes a la habitual a la cafetería que frecuentaba de rutina desde hace dos meses.

Hades tomó asiento en la primera mesa vacía que halló en el fondo del lugar. Desde allí, podía ver quien ingresaba o salía del local por medio de su gran ventanal, una manera sutil de distraerse.

Golpeteando sus dedos sin compas, el dios esperó 5 minutos exactos hasta que una joven veinteañera se acercó con una sonrisa confiada.

—Señor Hans, buenas tardes—saludó cortésmente—¿Desea ordenar lo mismo de siempre?

Hades la miró con discreción y aburrimiento.

—Esta vez en una tasa más grande—dijo a lo que ella asentía al anotar en su libreta.

—¿Día difícil, señor?—preguntó mientras pulía la mesa con un trapo blanco dejando el azucarero y unos cuantos utensilios que jamás se usaban.

—Nada importante—Hades sacudió su mano indiferente—Solo que el café de este lugar sienta bien con los granos italianos que traen para estas fechas.

Ella asintió en acuerdo.

—El negocio de las importaciones nos beneficia demasiado—dijo la joven quien estaba habituada a tratar con el dios cada viernes—Nuestro gerente hace excelentes negocios.

—Lo sé—dijo con una expresión fría al ver como terminaba de retocar su lugar—No demores.

—Si señor—y ella se retiró.

Hades no había detallado lo acostumbrado que estaba a la rutina. Se hacía pasar por un empresario discreto que tendía a ser gruñón con quien se atreviera a mirarlo de más, pero esa joven hizo una excepción al ser demasiado tolerante con su mal humor.

Obviamente, no iría más allá de unas cuantas palabras.

Odiaría imitar a sus hermanos menores.

Suspiró fastidiado ante la idea de que pronto los vería en esa insoportable reunión de consejo de Solsticio de Invierno.

Irritado, aventó su saco al otro lado del sillón mientras cruzaba las piernas por debajo de la mesa reacio a soportar los comentarios absurdos de Zeus.

—Si sigues pensando de esa manera, el vendrá a hacerte un berrinche—dijo alguien de repente—Deberías ser más discreto con tus pensamientos.

Hades bufó de nuevo y torció el gesto indignado.

—No sé a qué te refieres exactamente, hermana.

Hestia rio por lo bajo.

—Admite que también puedes llegar a ser inmaduro, hermano—dijo suavemente. Hades finalmente la miro con los ojos entrecerrados—Los tres comparten ese lado estúpido.

—No te atrevas a compararme con los ineptos de Zeus y Poseidón.

Sobre sus cabezas comenzaron a tronar las nubes en medio de una ventisca.

—¿Lo ves?—la voz de Hestia sonaba divertida—Todo un berrinche.

Volvió a tronar, pero esta vez un poco más fuerte.

—Si quieres armar un tifón en medio de Nueva York podrías quejarte en otro lugar,—pidió el dios del inframundo cansado—no quiero arruinar el café que traerán en tres minutos.

El aire de repente se espeso entre ambos dioses.

—Oh, no te preocupes—dijo la bruma marina antes de materializarse—Acabo de venir del piso seiscientos, nuestro hermanito se llevó las nubes por el Pacifico Sur.

Hades se tomó el puente de la nariz irritado. Quería patear las canillas de su hermano.

—¿Y que se supone que haces acá?—pregunto ya fastidiado.

Hestia, con sus ojos brillantes, insto a que Poseidón respondiera.

—Nuestra madre nos enseñó a saludar, hermano—se quejó Poseidón, pero, de inmediato recibió un puntazo en la espinilla—¡No seas inmaduro, Hades!

—¡Oh!—exclamó Hades después de que Poseidón le pinchara los ojos con el cuchillo de plástico—¡Mira quién es el inmaduro, estúpido cebo de camarón!

—¡Al menos no fueron esas nalgas flácidas que nunca cambias, aliento de muerto!

Hades tocó su límite imaginario.

—¡¿Puedes callarte, idiota?!—replico a punto de lanzarse por el cuello del dios del mar con los ojos encendidos. Pero se detuvo cuando Hestia carraspeo.

—Hermano—susurró por lo bajo haciendo que tanto Hades como Poseidón la miraran sin entender—Tu café.

La joven de hace rato estaba allí, petrificada, viendo como dos adultos se peleaban con los ojos refulgentes tratándose como niños pequeños mientras una mujer de su misma edad reía como si hubiera escuchado el mejor chiste.

—Señor Hans, disculpe la tardanza—dijo aun cohibida por esos impresionantes ojos que la observaban como si fuera el punto de una singularidad—Aquí está su café.

Hades se acomodó nuevamente en el asiento, apenado.

—Si, gracias—dijo aun consternado.

—¿Desea pedir algo más?—preguntó a Hades, pero esta vez haciendo una mirada discreta a los otros dos dioses que, por alguna razón, parecía aguantar una histérica carcajada de labios reprimidos.

—Trae otros dos, uno con crema y el otro con azúcar.

—Si señor—y se retiró.

A lo que los demás soltaron a reír golpeando la mesa con el puño cerrado y las mejillas rojas.

—¡¿Seños Hans?!—exclamó Poseidón, casi ahogándose.

—¡¿No se te ocurrió algo mejor?!—esta vez fue Hestia con pequeñas lágrimas en el borde de sus ojos—¡Y pensar que el idiota es Poseidón!

—¡Hermana!—chilló Poseidón herido ante el vocabulario de la mayor—¡Tú no eres así!

Hestia volvió a soltar una carcajada al ver el rostro fruncido que el dios del inframundo ponía.

—Debí quedarme en mi palacio—susurró Hades por lo bajo al ver como Hestia le pinchaba las costillas a Poseidón con la cuchara de plástico mientras este último le pagaba en los tobillos—Ya hasta beber de un café es imposible.

One Shots: Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora