Capítulo 28.

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No sé qué decir.

Esa imagen de nosotros en el baile de máscaras vuelve a mi mente con fuerza, recordando la forma en que nos mirábamos el uno al otro. Mi mano incluso la sostenía cerca.

Enamorados.

No. Era otra cosa. Su mirada, la sonrisa, la forma en que presionaba su cuerpo contra mi en ese baile. Ella me adoraba. Su amor por mí era innegable, ni siquiera trataba de ocultarlo a la multitud.

Yo tampoco.

La amaba.

El reconocimiento me golpea dejándome sin aire, pero no hay ataque de pánico. Las jodidas sombras del pasado que me persiguen están ahí, reducidas a simple incomodidad.

—¿Hay algo más que necesites? —su cabeza sigue colgando de sus manos—. Si no es así, voy a pedirte que te vayas.

Me debato entre continuar externando mis dudas o apartarme porque este parece ser un tema delicado para ella. Tal vez sea el hecho de que me ha querido por más tiempo del que en realidad hemos estado juntos.

Mi mirada se desplaza entonces hacia el niño que hicimos juntos. Está apoyado en el borde del corralito con sus ojos atentos en su madre, como si pudiera consolarla con sus ojos grises.

Dudo que funcione.

No quiero provocar más su incomodidad y la mía, así que retrocedo un par de pasos. Omito preguntar sobre sus nuevos planes porque hablar del jodido fulano ese no va a mejorar su estado.

—Enviaré más tarde por Theodore —le aviso, evitándole la molestia de verme.

Hace un gesto de despedida con la mano, aún sin mirarme y retrocedo hasta llegar a la puerta. Ahora el niño está mirándome mientras su madre permanece ahí, decaída.

Salgo de ahí con un último vistazo.

No estoy de humor para volver a la empresa, así que le digo a Taylor que me lleve a Escala y programe a Prescott para recoger a Theodore. En cuestión de minutos estacionamos en el garaje y tomamos el ascensor juntos.

Y ya que Taylor es la persona más cercana a mi, decido compartir mis pensamientos.

—Anastasia dice que le propuse matrimonio —sacudo la cabeza—. ¿De dónde saca esa absurda idea?

Jason suelta un bufido bajo que me tensa la espalda.

Jodida mierda, ¿Se lo propuse delante de él?

—¿Qué? —incluso yo puedo notar que mi voz es más aguda—. ¿Lo hice?

Su respuesta demora segundos.

—No lo sé, señor.

Suspiro de alivio.

—Bien. Por lo que sé, tampoco compré un maldito anillo.

Otro pequeño bufido de Jason Taylor, y esta vez me hace enfadar.

—¿Qué? —gruño, saliendo al vestíbulo de mi ático.

Jason carraspea, la comisura de sus labios tirando en una minúscula sonrisa.

—Le compró una casa, señor.

¿Como? ¿Una casa? ¿A ella?

—¿Qué? —balbuceo sin poder formar una oración coherente.

—No compró un anillo, señor Grey, pero si una casa para usted y la señorita Steele.

¿Casa? ¿Niños? ¿Familia?

Estoy jodido. Mi yo enamorado de Anastasia fue tan espléndido que compró una casa, seguramente pensando en el futuro y haciendo planes.

—¿En donde está esa casa?

Taylor sigue mirándome con su expresión seria, pero puedo decir que siento algo de irritación de su parte. ¿Desde cuándo mi mejor empleado cuestiona mis actitudes?

—Junto al estrecho de Puget.

¿Una casa como la de Grace y Carrick? Al menos tengo la casa que quería. Pero... Un momento. ¿Por qué ella no vive ahí?

—¿Anastasia sabe de esa casa? —le pregunto, y a él le toma unos segundos negar.

—Andrea dijo que concertó una cita con la agente de la inmobiliaria y le pidió mantenerlo en secreto para la señorita Steele. La compra se concretó aquella mañana que usted y la señora Bailey estaban en Portland.

Me mira como si quisiera decir más, y a mí me toma unos segundos captarlo... El día del accidente. Compré una casa justo antes de estrellarme en el monte Santa Helena.

—¿Cómo lo supiste? —y me parece extraño que Taylor no lo supiera de primera mano, él parece saberlo todo de mi.

—Andrea me preguntó quién debería encargarse del contrato de compra venta, luego de que la señora Bailey...

—... Muriera. —termino la frase por él. Eso solo deja a una persona de confianza para arreglar el asunto, alguien que si supiera que saqué a Anastasia y al niño de Escala, le habría mencionado la casa.

Carrick Grey.

—Llévame. —le ordeno—. Llévame a ver la casa que compré.

No sé de qué carajos serviría verla, pero estoy un poco entusiasmado por la idea de tener un lugar donde amarrar mi catamarán. Sin duda sería más práctico que mantenerlo en el club de yates.

Taylor llama al ascensor y toma el móvil, seguramente para comunicarse con el resto de su equipo. En esta ocasión tomamos mi R8 y le pido que me guíen en el camino hasta lo que parece ser Broadview.

En una de las calles más cercanas al estrecho, me pide que me detenga frente a una verja metálica y baja para poner un código de seguridad. La puerta se abre al instante, dejándome estacionar en el camino que lleva a la casa.

Bajo, apreciando la vista del viejo porche de piedra de la casona de dos pisos. Luce descuidada y sucia, pero con algo de la magia de la compañía de Elliot se verá espectacular.

El frente de la casa es enorme, sin duda para al menos un par de autos, y el camino lateral que lleva al patio trasero se extiende por algunos cientos de metros hasta la orilla del Puget. Haría falta algo de seguridad en ese borde, solo por precaución.

Regreso mis pasos al frente de la casa para encontrar la puerta abierta y a Taylor de pie en el vestíbulo, tocando los muebles cubiertos de polvo con mirada crítica.

—La cocina se encuentra por allá, y las habitaciones en el piso de arriba. ¿Desea que envíe a un equipo de limpieza?

Habitaciones.

Espacios que serían ocupados por niños. ¿Por qué otro motivo habría comprado un lugar tan grande, siendo dueño del ático más lujoso de Seattle?

Por una familia...

Memories: El Recuerdo De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora