Capítulo 39.

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Bajar en el ascensor juntos es sumamente tenso.

No sé si es por el coqueteo, el alcohol que bebimos o la promesa de una celebración que suena extremadamente erótica.

Me mira brevemente antes de volver la vista a los botones frente a ella, momento que yo aprovecho para apreciar mejor su silueta. Por supuesto mis vistazos no son discretos, haciendo que ella vuelva a mirarme.

—¿Qué? —pregunta, mordiendo ese labio carnoso.

—Los ascensores —balbuceo—. No sé qué tienen los ascensores.

Ella suelta una risita tímida que me hace pensar que significa más, seguramente porque podría recordarle ese primer beso en el Heathman. Cursi.

Incluso Taylor se remueve incómodo cuando ambos entramos al auto. No pregunta, solo conduce en dirección a Escala sin todo el tráfico de los empleados saliendo de la oficina.

Luego otro jodido ascensor.

Al menos el de Escala es un poco más rápido y no se detiene en otros pisos. Subimos directo al ático, encontrando todo en absoluto silencio.

—¿Una copa? —le pregunto, antes de que decida alejarse.

Ana asiente y me sigue a la cocina, observando cuando tomo una copa y un vaso de cristal para beber whisky. Los chocamos como si estuvieramos haciendo un brindis y bebemos.

—Bien. Entonces... ¿A qué te refieres exactamente con traer la fiesta a casa? —retomo el tema y realmente espero que tenga una connotación sexual.

Ana parece bastante receptiva cuando empuja su pecho hacia afuera para hacerlo resaltar y atraer mi atención. Funciona totalmente.

—¿Te gustaría jugar billar?

¿Qué?

—No entiendo.

Deja la copa a un lado para acercarse. Pasa sus delicadas manos por las solapas del saco y hacia arriba, cruzándolas por detrás del cuello de mi camisa.

Su voz se vuelve seductora.

—Que tal vez revivir los aspectos físicos de nuestra relación te ayudará a refrescar la memoria.

Mierda, esperaba eso.

—Tienes ahí una teoría interesante —intento mantener la calma—. Pero no entiendo qué tiene qué ver el billar con eso.

Ella chupa su labio inferior dentro de su boca y empiezo a creer que lo hace a propósito. Está intentando seducirme cuando yo felizmente la llevaría a la primera habitación libre.

Toma mi mano que no sostiene el vaso de whisky y me lleva con ella por las escaleras, luego hacia la biblioteca donde resguardo mis costosas botellas de vino y la mesa de billar.

Saca los tacos del estante y las bolas, acomoda todo como una experta en el centro de la mesa.

—Te dejaré ir primero —dice con una gran sonrisa.

Mis cejas se fruncen en confusión.

—No entiendo cómo esto nos ayudará a tener sexo.

Su sonrisa se tensa. Baja la mirada a la alfombra de color verde antes de suspirar.

—Hace tiempo tú y yo jugamos aquí, e hicimos una apuesta muy interesante.

—Soy todo oídos.

A pesar de que dijo que yo iría primero, ella rodea la mesa y busca el mejor ángulo de tiro. Se inclina y mira, pero no lo hace.

—Después que volvimos, te negaste a llevarme a tu cuarto rojo porque dijiste que no harías nada que pudiera hacer que te deje.

¿Y me castré a mi mismo? ¿O solo me condené al jodido vainilla?

—¿Entonces no estuvimos en el cuarto de juegos después de eso?

No.

Eso responde mi pregunta. En otro momento me alarmaría de la situación, pero supongo que el yo arrepentido tomó cartas en el asunto. Y considerando que llevo algunas semanas sin sexo, que en realidad son años, no debería estar tan quisquilloso.

Ella retoma su anécdota.

—Apostamos que si yo ganaba la partida, me llevarías al cuarto rojo. —quiero hablar pero ella me detiene de interrumpir—. Si tú ganabas, lo haríamos como tú quisieras.

—Mierda, suena tentador. Y voy a suponer que gané.

Se inclina sobre la mesa y finalmente realiza el primer tiro, que golpea la bola de color amarillo dentro del hoyo. Mierda, es buena.

—Tal vez te dejé ganar, señor Grey.

Es mi turno de buscar el mejor ángulo para mi tiro, rodeando la mesa y reclinándome a su lado.

—No sabía que era tan competitiva, señorita Steele. —alineo mi taco con la bola—. ¿Eres buena?

Obviamente el tiro es perfecto puesto que mi función viso-motora no se vió afectada. Ana arquea una ceja en respuesta, y vuelve a caminar alrededor de la mesa para colocar su próximo tiro.

Cuando si inclina sobre la mesa, justo enfrente de mi, soy yo quien tiene el mejor ángulo de sus tetas, generosas y cubiertas por encaje negro que me hace imaginar que lleva una tanga a juego.

Mi pene concuerda felizmente con mi pensamiento y tengo qué estirar la tela de los pantalones porque de pronto me quedan muy ajustados.

—La mente en el juego, señor Grey. —se burla.

Este coqueteo inocente comienza a molestarme, sobre todo sabiendo que mis avances son bien recibidos por Anastasia. La veo golpear la bola con el taco, pero mi atención está en otra cosa.

Rodeo la mesa para acercarme a ella, y apenas se endereza, la giro para que quede frente a mi. Moviendo mis manos rápidamente por su cintura, bajo por su cadera hasta sus muslos y la levanto sobre la mesa.

—¡Christian! —chilla aferrándose a mis brazos.

El movimiento hace que ella separe las piernas para acomodarme mientras su bonito culo se apoya sobre la alfombra verde.

—¿Qué hicimos cuando gané? —susurro contra su cuello y ella suspira.

—Lo hicimos aquí —palmea la mesa—. Me tomaste por atrás y querías ser rudo conmigo.

No tan vainilla como supuse al inicio. Tiro de sus muslos más cerca del borde de la mesa, lo que la obliga a estirar los brazos hacia atrás para sostenerse. Ana no retrocede cuando meto las manos debajo de su falda y le bajo las bragas.

—Tanga de encaje —sonrío por mi acertada suposición.

—Christian... —atrae mi atención de vuelta a ella y sus ojos brillantes de excitación. Incluso tiene las mejillas rojas.

—Te tomaré aquí, pero no seré rudo. —la advierto.

No ganaste.

Sonríe, retándome. Es una provocadora que me seduce a querer esto, a querer más.

¿Fue eso lo que ocurrió antes?

Memories: El Recuerdo De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora