Capítulo 17.

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Decidí aparecer sin una notificación o una cita, pero es mi hijo, puedo venir cuando me dé la maldita gana.

Golpeo su puerta con mi mano libre y espero. El sonido de un televisor, voces bajas y luego pasos que se acercan a la entrada.

Cómo lo imaginé, su expresión es de cejas y labios fruncidos de molestía, lo que solo me hace sonreír. Estoy irrumpiendo en su vida justo como ella hizo en la mía.

—Vine a ver a Theodore, y traje algunas cosas. —empujo la bolsa de papel a su pecho y me abro paso hacia el interior de su apartamento.

—Christian, no puedes simplemente aparecer aquí como si nada. —se queja.

—Claro que puedo —echo un vistazo buscando al puto guardaespaldas—. Se llama visita social. Y no estás siendo una buena anfitriona.

No espero un vaso de whisky con dos cubos de hielo como me gusta, pero al menos podría ofrecerme una copa de vino y algo de charla.

Esta vez el niño está arrodillado junto a la mesita de café haciendo dibujos con crayolas, la madera de la mesa rayoneada con la cera de colores.

—Es porque no estoy de humor para visitas —chilla. Lleva la bolsa a la encimera de su cocina y comienza a sacar las cosas, empezando con el frasco—. ¿Suplemento alimenticio? ¿Qué carajos?

Lo aclaro.

—En caso de que el puré de frutas y la avena no estén nutriéndolo adecuadamente. —meto las manos a los bolsillos cuando me acerco a ella—. Hablé con un especialista en pediatría y le envié la información de Ted, y una breve descripción de sus últimas comidas. A ambos nos preocupa que sus hábitos alimenticios sean inadecuados.

Ella me mira como si pudiera apuñalarme.

—Te aseguro que Teddy recibe lo necesario para mantenerlo saludable, y ya tiene un pediatra, gracias. —gruñe.

—¿Estás segura de eso? Ese jodido imbécil parece más preocupado por meterse en tus bragas que por seguir el régimen alimenticio. ¿Sabías que le prometió panqueques?

Anastasia sube su mano para frotar su entrecejo.

—Bien, recuerdo que la alimentación es un tema importante para ti, pero te aseguro que lo tengo cubierto. Si quieres, puedes acompañarnos a nuestra próxima cita con el pediatra, pero de ninguna manera vamos a cambiar a la doctora Murphy.

—¿Murphy, qué?

¿De cual clínica? ¿Es especialista? ¿Cuánta experiencia tiene? ¿Está actualizada en temas de nutrición?

—No, no. Alto ahí. No vas a traer tu locura a mi vida. Ya no más.

Niega con la cabeza, pero una pequeña sonrisa se estira en sus labios. ¿Mi locura? ¿La locura con la cual me conoció?

—Hablando de eso, —rodeo la encimera para estar frente a ella—. tengo algunas preguntas.

—¿De qué?

—De nosotros.

Sé que di con algo cuando sus mejillas se sonrojan, ella no es inmune a mi. Todavía siente algo por mi y si lo que dijo es cierto, soy el único hombre con el que ha tenido sexo.

Mi mano sostiene su mejilla mientras los labios van al lado opuesto de su cuello para inhalar el agradable aroma de su perfume. El roce de mi nariz con su delicada mandíbula le eriza la piel.

—¿Te llevé a mi cuarto de juegos? —pregunto en su oído.

—Si.

—¿Qué hicimos?

El sonrojo se hace más profundo.

—Me inmovilizaste.

¿Oh, sí?

Hay muchas maneras de hacerlo, me pregunto cuál es la que más le gustó. ¿Estar atada? ¿Esposada? ¿Usando un separador?

—¿Te gustaría volver ahí? —susurro, con un tono más bajo y seductor.

Suspira, Seguramente recordando algo de lo que yo soy incapaz pero que está trabajando a mi favor. O eso creí.

—¡Mamá! —chilla el niño, levantando una hoja de papel—. ¡Colores!

Eso rompe nuestra pequeña burbuja, haciendo que Anastasia se aleje de mi para mirar al niño. Luce un poco agitada, no hay una maldita forma en que pueda negar la atracción que siente por mi.

—Se ve genial, mi amor.

Ted baja la hoja y la pone a un lado para tomar otra. Es entonces que Anastasia gira para mirarme.

—¿Qué intentas?

Presiono mis labios para esconder la sonrisa.

—Es más una propuesta.

Sus ojos azules lucen más grandes cuando se abren con sorpresa. Resoplar antes de golpear mi brazo con su mano.

—No me voy a acostar contigo —chilla.

—¿Por qué no? Hasta donde sé, ambos estamos limpios. Y acabas de admitir que te gustó estar en el cuarto rojo.

Ella está furiosa ahora, puedo verlo por la forma en que aprieta su mandíbula, como si se contuviera de gritarme o hacer un escándalo que asuste a su hijo.

—¡Entré ahí por ti! ¡Porque te amaba! —su dedo me apuñala el pecho—. Porque disfrutaba estar ahí y confiaba en ti. No más. Ahora no te conozco.

—Es un acuerdo que nos beneficia a ambos. —agrego, y rápidamente veo que eso la altera más.

—¡Por supuesto que no! Que seas el padre de mi hijo no significa que me voy a acostar contigo cada vez que quieras. No tengo sexo con cualquiera, deberías recordar al menos eso. Cuándo lo haga, será porque estoy en una relación de verdad.

Qué idiotez.

Sabía al inicio que Anastasia no podría separar el sexo de la parte emocional, y esto solamente lo confirma. ¿Por qué querría yo atarme a una relación?

Ella señala la puerta sin mirarme.

—Vete, Christian.

—No. —se pasa la mano por la frente—. Quiero ver a Theodore.

—Pues está allá —lo señala—. Puedes quedarte pero aléjate de mi. He tenido suficiente de ti por hoy.

Se da la vuelta y saca del gabinete una copa de cristal, y del refrigerador una botella de vino tinto.

—¿Es un syrah? —pregunto, queriendo también algo de alcohol.

Ella toma la botella para leer la etiqueta.

—Si.

—¿Puedo tener una copa también? ¿Por favor?

Creí que iba a ignorarme, pero toma otra copa del gabinete y sirve el vino en ella. Quiero decirle que no es el mejor y sugerir otro, aunque viendo su expresión, mantengo ese comentario para mí mismo.

Tomo la copa de la encimera para volver a la sala con Theodore y me siento a verlo dibujar. El niño me mira por unos breves segundos antes de volver a sus asuntos.

¿Cómo se supone que interactúe con él si apenas sabe su nombre? ¿Y cómo es que ese imbécil lo hace parecer tan fácil?

Carajo.

Memories: El Recuerdo De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora