Capítulo 36.

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—¿Estás loco? —chilla, volviendo sobre sus pasos hasta la puerta del ascensor—. No voy a subir a esa cosa.

Su mirada se dirige a mi nuevo Eurocopter y cruza los brazos con una postura obstinada, provocando incomodidad en Stephan.

—¿Conoces alguna otra forma de llegar a Portland en menos de 30 minutos? —pregunto y ella niega con la cabeza—. Lo supuse. Ahora sube ahí para que pueda llevarte.

Anastasia niega de nuevo, lo que me parece absurdo puesto que ella no tuvo ningún accidente.

—Olvídalo, no voy a subir y tú tampoco lo harás. Teddy nos necesita.

Ahora está siendo ridícula.

—Te aseguro que es más seguro viajar por aire que por tierra. ¿Sabes cuál es la probabilidad de un accidente en auto?

Eso la hace molestar, pero no se mueve de dónde está atrincherada contra las puertas del ascensor. Al menos no ha intentado abandonar el helipuerto.

—¿Y conoces las probabilidades de tener un accidente en helicóptero? ¿O las de sobrevivir? ¿O que tal las de ser víctima de un intento de asesinato?

Carajo, es obstinada. Mis ojos se ponen en blanco sin que pueda evitarlo. Tal vez tiene un punto y decido no discutir con ella. A la mierda con la reservación en el restaurante.

—¡Bien! —miro de vuelta a Stephan para hablarle—. Dile a Andrea que cancele la reservación en Le Picotin y lleva a Charlie Tango II de vuelta a Boeing Field.

Él asiente en confirmación y rodea el Eurocopter para subir, mientras yo voy al ascensor con Anastasia. La señora Jones y Prescott están en el ático con Ted, así que tenemos la tarde libre para esto.

—Ya que cambiaste mis planes, dime ahora ¿Qué propones?

Encoge los hombros con indiferencia, luego saca el móvil de su bolsillo y empieza a teclear con rapidez.

—La galería de Virginia St. Aún está abierto, y queda a 4 calles de aquí. —pone el móvil de vuelta en el bolsillo y sonríe—. ¿Estás de humor para una caminata?

No deja de sonreír, incluso cuando salimos al vestíbulo y luego hacia la calle con Taylor silenciosamente detrás de nosotros.

Pongo las manos en los bolsillos mientras caminamos lado a lado por la acera, solo preguntándome qué tiene ella de especial que me hizo replantearme una relación vainilla, y al parecer, a largo plazo.

Ayer que planee el viaje a Portland, Taylor me aseguró que aquella vez me encontraba muy nervioso, temiendo que ella quisiera mantenerse lejos de mi. Y al parecer también fui espléndido regalándole una Macbook pro y un iPhone.

Su voz me saca de mis pensamientos.

—Es aquí, ¿Estás listo?

No realmente, pero asiento y voy detrás de ella. El lugar está abarrotado de esculturas, piezas en exhibición y personas sonrientes. Incluso Ana luce feliz mirando una colorida pared con un diseño de cristal de colores.

—Este me gusta, se vería muy bien en la habitación de Teddy. —gira para mirarme y rápidamente se recompone—. En mi departamento, por supuesto. Y tal vez cuando sea más grande.

Sigue caminando entre las esculturas y voy detrás, observándola, siguiéndola como un jodido cachorro corriendo detrás de su juguete favorito. Ana se detiene en un cuadro con un pez y se ríe.

—Este se vería precioso en tu catamarán. —lo señala, tomando la tarjeta de la descripción para mirar el precio—. Podría obsequiartelo en tu cumpleaños, así Mía puede darte otra corbata.

Se ríe de su propio chiste, pero tiene razón. Mi hermana acostumbra darme prendas con estampados floreados y coloridos, muy alejados del estilo limpio y sobrio que normalmente utilizo.

—Faltan algunos meses para mi cumpleaños, estoy seguro que puedes pensar en algo mejor.

Me empuja con su mano y sigue caminando y sonriendo. Brillando. Soy como una polilla atraída a la luz que es Anastasia. No soy capaz de mirar a nadie más, ella es lo único que tiene mi atención.

Toca un florero de cerámica con relieve, luego un cuadro de un campo de girasoles y sigue por el siguiente pasillo observando más de la galería de arte. La seguiría hasta que viera el último de los artículos, pero me apetece pasar a algo más íntimo y que incluya alcohol.

Con esa idea en mente, doy un paso más rápido para atrapar su mano curiosa.

—¿Has visto suficiente?

—Si.

Sin soltar su mano, tiro de ella de vuelta por los pasillos y las personas hasta la calle. Por fortuna, conozco bien esta zona y sé de un restaurante italiano cercano a Escala que podría funcionar para lo que sigue.

El Assaggio se encuentra medianamente ocupado cuando entramos y somos guiados inmediatamente a una mesa, con Taylor siguiendo hasta la barra.

La camarera nos entrega los menús y Anastasia revisa rápidamente los platillos con las cejas fruncidas en un puchero.

—¿Cómo es que nunca vinimos aquí? —levanta la mirada hacia mi—. La lasaña se ve deliciosa y el tiramisú me hace agua la boca.

—No lo sé —digo con sinceridad—. Supongo que visitamos más mi restaurante en la Columbia Tower.

Ella baja la vista y eso es todo lo que necesito para saber que es cierto. No frecuento este tipo de lugares porque la señora Jones es una cocinera brillante y prefiero la privacidad de mi ático.

—Asumo que estás de acuerdo con mi elección del lugar —es mi turno de sonreír—. Esta cita está saliendo mejor de lo que esperaba.

Su cabeza se endereza para mirarme tan rápido que no hay forma en que oculte la sorpresa.

—¿Es una cita?

—¿Hace tiempo lo fue? —ella sabe a lo que me refiero.

—Creo que si.

—Entonces lo es.

La camarera elige ese momento para interrumpir, trayendo las copas y el vino, y tomando el pedido de los platillos. Dejo que Anastasia elija la comida para ambos, y un pequeño postre para ella.

Esperaba que tuviera algunas dudas o que quisiera hablar de Theodore pero no lo hace, sigue comiendo y sonriendo, disfrutando el momento. Cuando terminamos la cena, caminamos de vuelta la cuadra que nos separa de Escala.

—Tengo qué admitir que fue divertido —dice cuando entramos al ascensor—. Gracias Christian.

—Fue un placer.

Ella vuelve a sonreír y no puedo dejar de mirarla. Me siento un poco como el Christian de su diario, todo cursi y enamorado. Tal vez se debe a que ella es preciosa cuando sonríe porque sus ojos brillan.

Cuando el ascensor abre en mi vestíbulo, nos dedicamos una última mirada.

—Siento que debería besarte. —susurro.

Sé que escuchó porque sus mejillas se tornan rojas.

—Me gustaría que lo hicieras.

Sonrío porque es ahora ella la que suena como la chica tímida que conocí, la que estaba tan impresionada por mi que aceptó intentarlo.

Mi mano sube para sujetar su mejilla y mi pulgar acaricia su piel antes de tocar sus labios. Son suaves y gruesos, perfectos para morder.

Cuando mis labios hacen contacto con los suyos, el beso se vuelve intenso, casi desesperado. La presiono contra la puerta del ascensor hasta que me quedo sin aire, ambos agitados y sorprendidos.

Sus finos dedos acarician mi barba crecida.

—Iré a ver a Teddy. —se muerde el labio para contener otra sonrisa—. Buenas noches, Christian.

Memories: El Recuerdo De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora