14| Te lo juro

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ESTEBAN

Ésta vez no me ha costado mantenerme despierto durante la noche, debido a que no puedo dejar de pensar en Ángel y en mí regreso al cuerpo de marines. Las palabras de Daniel no hacen nada más que resonar con fuerza en mi cabeza volviéndome loco con cada repetición.

Había hecho unas cuantas llamadas a contactos que aún tengo en la marina y todos me han dado negativas en cuestión a tomarme de vuelta, pero uno de ellos me ha dicho que muy probablemente tendría que ir directamente a las oficinas. Esa es mi mejor opción. Empacar mis cosas y emprender un viaje de dos horas en carretera para llegar a una de las oficinas principales de reclutamiento.

Hago mi computadora portátil a un lado y me levanto de la cama para comenzar a guardar lo poco que he dejado en mi armario. Abro el baúl oculto bajo mi cama, saco todos los documentos, reconocimientos y placas que podrían serme útiles. Tomo una ducha rápida para después ponerme mi uniforme. Tomo mi máquina de afeitar, pasándola por mi barbilla para remover el poco vello que pueda haber crecido y después la llevo a mi cabeza para recortar un poco mi cabello.

Tomo la maleta, mi frasco de pastillas para combatir el sueño y salgo de mi habitación tras haber dejado todo limpio y en perfecto orden. Bajo las escaleras intentando no hacer mucho ruido. Son apenas las seis de la mañana y no he dejado de rogarle al cielo porque mi madre siga durmiendo.

Titán me sigue al bajar las escaleras, causando ruido con el movimiento de su placa de metal. Me doy media vuelta para poder quitarle el collar cuando escucho la voz de mi madre.

— ¿Esteban? —aun suena adormilada, como si recién se hubiera levantado de la cama.

<< Gracias, Titán. Gracias. >> pienso mientras volteo a ver a mi perro. Él se limita a sentarse y ladear un poco la cabeza.

—Buenos días, mamá—me limito a decir.

— ¿A dónde vas? —la expresión en su rostro me resulta indescifrable, pero puedo ver que teme a mi respuesta.

—Creo que el uniforme te lo dice, mamá.

— ¿Para qué es esa maleta? —se acerca a mí con pasos lentos y cautelosos reforzando el nudo de su bata de dormir. No puedo mentirle más. Ya me había enlistado sin darle aviso la primera vez. Sería injusto que le volviera a ocultar algo así.

—Mamá—sus ojos me observan temerosos. Como si ya supiera lo que estoy por confesarle—, volveré a la marina.

Su mirada está clavada en el suelo. Una mano es apoyada en su pecho y puedo jurar que ha perdido el equilibrio por una milésima de segundo. Retrocede un par de pasos, pasa las manos por su corto cabello y lleva sus dedos a sostener el puente de su nariz.

—No. No lo harás.

—Está decidido, madre. Ya me he puesto en contacto con algunos compañeros y...

—Te enviaron a casa por una razón, Esteban—me interrumpe—. No creo que volver sea lo correcto.

—Tengo que ir a una oficina de reclutamiento para corroborarlo—tomo la maleta una vez más, cuando siento que mi madre la sostiene también.

— ¡No te irás a ninguna parte! —tira de la maleta a modo que tengo que soltarla—. Tendrás que pasar por encima de mi cadáver.

La veo con incredulidad. No puedo creer que me esté armando éste espectáculo a estas alturas. Mi madre recoge la maleta, haciéndome a un lado y poniéndose frente a la puerta, impidiéndome salir sin tener que tirarla antes.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora