09|Por favor, permíteme besarte

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ESTEBAN

Ni siquiera quiero recordar el alboroto que fue el salir de la casa, así que guardo el recuerdo en algún rincón de mi mente y sigo conduciendo hasta que estoy en la casa de los Woodsen. Son las seis de la mañana. Justo tengo tiempo para poner en orden el desastre que seguramente debe de haber en mi habitación.

Bajo mi maleta, en la cual sólo cargo ropa recién lavada —debido a que todas mis pertenencias se han quedado en mi cuarto en la mansión— y la dejofrente a la puerta para regresar a bajar las bolsas de papel cargadas con comida.

Guardo la ropa interior limpia en un cajón y cuelgo las camisas en el armario. Saco la comida que ya ha caducado del refrigerador, dándole paso a las compras que he hecho hace unas horas y elimino el polvo que se ha acumulado en los muebles con ayuda de un trapo que me he encontrado en uno de los cajones.

Una vez que he comprobado que todo está en perfecto orden, decido meterme a bañar. El agua fría me ayuda a mantenerme despierto y alerta. Me enjabono el cuerpo y el cabello de forma rápida, como si de esa forma fuese capaz de acelerar el tiempo para poder ver a Ángel más pronto.

Me cepillo los dientes, el pelo y me cambio lo más rápido posible. Me dirijo a la cocineta del cuarto y preparo un emparedado, el cual logro devorar en menos de un minuto. Paso la media hora que falta imaginándome al profesor de Ángel. Espero que se trate de un tipo poco atractivo, con muchos kilos de más y de más de cuarenta. No sé porque me preocupo por la forma en la que luce sí sé que Ángel no puede verlo, pero aun así me mortifica el hecho de saber que un tipo joven y guapo se acerque a ella. Hace ya mucho tiempo que no me sentía tan celoso, y probablemente mis celos no tengan ninguna razón de ser, pero no lo sabré hasta que tenga a ese tipo frente a mí.

Emprendo mi camino a la casa a las siete con cincuenta minutos. Me aseguro de lucir impecable y seguro de mí mismo. Una de las mucamas es la que me abre la puerta. Su mirada me recorre de pies a cabeza antes de preguntar—: ¿Puedo ayudarle en algo?

—La señorita Woodsen, ¿en dónde se encuentra?

— ¿Ángel o Patricia?

—Ángel—lo digo como si fuera obvio.

— ¡Ah! —exclama—Ángel está en el estudio, con su profesor.

—Oh, gracias—le digo antes de abrirme paso. Estoy por regresarme a preguntarle por la apariencia física de aquel misterioso sujeto, pero no lo hago. Muchas especulaciones podrían desatarse de semejante duda.

Compruebo que mi postura sea firme y me aseguro de parecer intimidante, antes de acercarme a tocar la puerta del estudio. Doy un par de golpes más al no obtener respuesta alguna, y estoy por abrir cuando veo que la perilla ha comenzado a girar.

Para mi sorpresa, es Teobaldo quien se encuentra de pie frente a mí. Una sonrisa se dibuja en su rostro en cuanto me ve de pie frente a él. Sostiene un helicóptero a control remoto entre sus manos. Sus grandes ojos están fijos en mí, como si estuviera a la espera de algo.

—Hola, Teo. Busco a tu hermana, ¿está contigo aquí? —pregunto al mismo tiempo en el que intento ver hacia el interior de la habitación.

—No—dice con indiferencia. Parece concentrado en su juguete—. Creo que se han movido a la biblioteca. Buscaban algo relacionado con Da Vinci.

—Gracias, Teo.

Es lo único que le digo antes de trotar —casi correr— a la biblioteca ubicada en el segundo piso. Subo los escalones de dos en dos y me apresuro a buscar la habitación. Toco la puerta un par de veces, pero no obtengo respuesta. Escucho risas, la risa tan peculiar de Ángel y abro la puerta de inmediato sin que me importen los modales, que estoy seguro tuve alguna vez pero rara vez los recuerdo ya.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora