ESTEBAN
Han pasado dos semanas desde aquella noche en la que Ángel me dijo que me creía. Quince días en los cuales hemos intentado mantener nuestra mejor actitud hacia el otro. Ambos hemos aclarado cada pequeño detalle relacionado con lo que tenemos, y eso nos ha dado paz. Hemos hablado mucho de nuestro pasado, del presente y de lo que cada uno espera hacer en un futuro.
La chica de ojos verdes me ha hablado de su amor por las artes, y de lo mucho que le gustaría dedicarse a eso profesionalmente, tal y como lo hacía su madre. Yo le he hablado de los planes que tengo de concluir mi carrera en justicia criminal para poder unirme al cuerpo policiaco en Chicago, y así poder pelear contra personas como Kellan Fitz. Aunque eso sería algo difícil debido a mi relación con la justicia en estos momentos.
Hemos reído y reflexionado mucho; sin embargo, Ángel no se ha repuesto del todo. La pérdida de nuestro bebé le ha mantenido seria y perdida en cuanto deja de hacer cualquier actividad, es por eso que le he pedido a Santos que nos envíe pinturas, cuadernos de dibujo, lápices, pinceles y de más. Ambos intentamos mantenernos ocupados, mientras ella pinta, yo me dedico a reparar cosas en la casa, leer, o a verle hacer ese arte abstracto que sólo ella entiende.
También me había tomado el tiempo de hablar con Santos sobre lo sucedido con su prima. Perdí la cuenta de las veces que se disculpó conmigo sobre lo ocurrido. Me juró que se aseguraría de que Madison no volviera a molestarnos y también que le haría prometer que no diría nada sobre nosotros o nuestro paradero. Yo le agradecí infinitamente por lo que ha estado haciendo por nosotros; sin embargo, decidí omitir la verdad de lo que había pasado con Ángel en cuanto le pedí que también me enviara unos medicamentos.
Hacía ya un par de días hablé con Ángel sobre la posibilidad de dejar el país. Hemos estado muy en paz, pero esta no es la vida que quiero para ella o para mi. Ambos merecemos algo de normalidad.
Veo la lluvia cayendo en el exterior. La veo atreves de la gran ventana que se adueña de uno de los lados de la recámara principal. Ángel se encuentra pintando justo a un lado, a uno de los extremos de la ventana. Frunce el ceño en señal de concentración, antes de sumergir el pincel en el pequeño envase de vidrio con pintura celeste, para después pasarlo por el bastidor y quitar el sobrante de la pintura con la tela de su pantalón de mezclilla azul.
—Amor, podrías pasarme aquel pincel— dice mientras señala con su índice la pequeña herramienta artística que yace sobre la mesa del comedor—. Gracias— exclama en cuanto se lo entrego.
Este cuadro tiene muchos tonos rojos, pero hay más azul que nada. Las líneas se desplazan por el lienzo con cada movimiento que hace Ángel, y forman una especie de silueta. La silueta de una mujer.
La chica de ojos verdes retrocede para admirar su obra..., y sonríe. Como amo verle sonreír.
—Te amo demasiado— digo sin más al verle de ese modo—. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé a la perfección— se acerca a besar mi frente —. Eres perfectamente correspondido, Maxfield.
Me reconstruye. Escucharle decir que corresponde a mi amor, me arma por completo.
— ¿Tienes hambre?— pregunto.
—No mucha.
Intento no reprocharle nada, a pesar de saber que apenas ha probado bocado los últimos cinco días. Ha perdido peso, y su piel se ha comenzado a tornar incluso más pálida de lo normal, pero tengo pavor a romper la atmósfera tan pacífica que yace sobre nosotros.
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El Guardaespaldas ©
RomanceEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...