37| Yo también lo siento.

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ÁNGEL

He perdido el rumbo desde hace varios minutos, pero evito que el miedo me amedrante y sigo caminando. La nieve hunde mis pies, impidiéndome avanzar más rápido, además de causarme escalofríos por todo el cuerpo. No he venido lo suficientemente abrigada, debí de recordar que la temperatura descendía por las noches. El abrigo no es suficiente y las botas definitivamente no son las adecuadas para andar en la nieve.

Mi celular está guardado en mi bolso de mano, pero a pesar de eso, logro sentir la leve vibración que emite mientras reproduce el timbre que me permite identificar las llamadas de Esteban. Intento dejar de llorar; sin embargo, todo lo que estoy sintiendo— el frío, el hambre, el coraje, la humillación, el sentimiento de traición— logra acumularse y no hace nada más que aumentar la intensidad de mi llanto.

Sabía que algo pasaría, jamás debí de haber ido a esa estúpida reunión. He comenzado a titiritar y han comenzado a caer diminutas gotas de agua que anuncian la próxima tormenta. No sé en dónde estoy y tampoco sé cómo llegar a casa. La carretera está transitada pero no hay carro que se detenga, y no estoy segura de querer que lo hagan.

— ¡Ángel! —escucho que llaman mi nombre a lo lejos. Sé que es Esteban. Reconocería su voz en donde fuera.

— ¡Vete a la mierda! — le grito en respuesta. Nunca le había hablado en ese tono.

— ¡Ángel, déjame hablarte! ¿Qué te dijeron?

— ¡Cosas que no quiero repetir! — apresuro el paso, pero para ese entonces Esteban ya ha orillado el vehículo y se ha bajado para alcanzarme. Intento correr, pero él me atrapa y me carga, colocándome por encima de su hombro como si se tratara de un bulto de paja— ¡BÁJAME! — grito mientras doy golpes en su espalda con mis puños.

— ¡No te voy a bajar! — dice mientras camina de vuelta a su auto—. No hasta que te deje dentro del coche y hablemos como personas civilizadas— abre la puerta del acompañante y me deja en el asiento. Intento abrir la puerta, pero él ya ha puesto el seguro, y lo bloquea de alguna forma que desconozco, impidiéndome salir.

— ¿Me vas a dejar hablar? — pregunta tras haber entrado al vehículo y haber encendido la calefacción.

—No— cruzo los brazos sobre mi pecho y volteo hacia la ventana. No tengo ganas de escucharlo. No quiero que me vea la cara de estúpida una vez más.

—Lo siento— dice al alcanzar mi mano, haciéndome derramar las lágrimas que había logrado contener.

— ¿Qué de todo?

—Todo. No debí llevarte a esa reunión, fue una mala idea.

— ¿Por qué, Esteban? ¿Por qué iba a enterarme de tu pasado? — él traga saliva y se queda callado. Se acomoda en el asiento y aprieta las manos en el volante — ¿Quién es Maddie? — Él parece tensarse aún más y no voltea a verme — ¡¿Quién es Maddie?!— pregunto, esta vez con los ojos llenos de lágrimas y voz quebrantada.

Sé quién es, las chicas de la fiesta me lo habían dicho, pero quiero escucharlo de él. Quiero que sea él quien me lo confirme ¿cierto? Quiero que me diga toda la verdad ¿o no? Esteban sigue tenso, aferrando aún más las manos al volante. Su mandíbula está apretada y veo el dilema atravesando cada una de sus facciones, mientras yo intento no volverme loca.

— ¡¿Quién es Maddie?! ¡Dímelo de una vez, con un demonio!

— ¡Mi prometida! — Me grita, y esta vez me sostiene la mirada—. Era mi prometida.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora