02| Pesadillas

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ESTEBAN

Estoy cargando una ametralladora. Mis brazos están cansados por sostener el arma tanto tiempo, pero no importa. Estamos en la base, he logrado salir vivo de otra misión. Trevor, teniente segundo y mi mejor amigo, se encuentra a mi lado riéndose de una broma que le había hecho a otro marine mientras dormía. Al parecer, le había trasquilado ambas cejas y ahora, el pobre, luce más gracioso de la cuenta.

Intento ignorar el calor pero es imposible cuando no puedo dejar de sentir las espesas gotas de sudor bajando desde mi frente hasta mi barbilla. Doy gracias al cielo por tener un uniforme que me protege la piel de las intensas quemaduras que puede llegar a causar la exposición al sol. Trevor suele bromear diciéndome que casi me he puesto tan moreno como él, yo le contesto en broma que falta mucho para eso.

—Teniente Maxfield, le espero en la oficina. — me llama el coronel.

—Sí, señor. — me pongo en posición firmes y doy un saludo propio de los marines. Camino hacia la oficina con pasos seguros. Abro la puerta y la cierro tan pronto como entro. Veo que hay unos mapas extendidos sobre una mesa y el mayor los observa con detenimiento colocando los dedos sobre su barbilla.

—Teniente Maxfield, quería darle mi reconocimiento por el arduo trabajo que ha estado desempeñando— dice poniéndose de pie—. Es el teniente primero más joven que he llegado a ver. Muchos no son dignos de semejante cargo; pero puedo ver el potencial creciente en usted y puedo asegurarle que, de seguir así, llegará a ser capitán más pronto de lo que espera.

—Le agradezco, señor— digo sin despegar mis brazos de los costados de mi cuerpo—. Sus palabras son de gran motivación.

—Por eso mismo he decidido dejarlo a cargo de la siguiente misión— se aclara la garganta y se sienta al borde del escritorio—. Se trata del chico que descubriste. El que colabora con los afganos y les vende parte de nuestro armamento. Kellan Fitz, según recuerdo.

—Está usted en lo correcto, coronel.

—Necesita tener precaución, Maxfield. Ese mal nacido es bastante peligroso. No podemos darnos el lujo de tenerlo alerta. Hay que atraparlo por sorpresa.

Mi vista logra ser distraída a un punto en la ventana. Puedo jurar haber visto a alguien espiando. Estoy por asomarme cuando los vidrios explotan. Una bocanada de fuego y aire caliente arrasa con la oficina. Algo se ha encajado en mi tórax y me encuentro aturdido, gritando de dolor en el suelo. El coronel se encuentra inconsciente a unos centímetros de distancia. Intento ver lo que ha pasado con el resto de la base a través del fuego y el humo, pero nada atraviesa mi campo de visión. Las lágrimas de impotencia, rabia y desesperación resbalan por mis mejillas sumándosele al dolor que siento: punzante e insoportable.

Me arrastro fuera del lugar en el que estoy cubriéndome con los restos del escritorio del coronel. Estoy por llegar a una zona libre de fuego, cuando lo veo. Un cuerpo completamente quemado. Gran parte de su rostro ha quedado irreconocible, pero aun así se de quien se trata. Es mi mejor amigo..., Trevor.

Despierto soltando un grito. Mis mejillas están húmedas y estoy sudando frío. Titán está ladrando como nunca pero guarda silencio en cuanto ve que he despertado.

—Dios mío, Esteban— la voz de mi madre logra traerme alivio. Entra al cuarto y enciende las luces que están ubicadas en la cabecera de mi cama. —. ¿Estás bien? — se sienta a un lado mío en el colchón y coloca sus manos sobre mis mejillas. Mi respiración es apresurada y pesada. Inhalo y exhalo con prisa en un intento por recuperar el aliento.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora