ESTEBAN
Siento como si el mundo entero se estuviera desmoronando a mí alrededor. Como si mi existencia fuera una broma divina, y el único propósito de ésta fuera hacer daño.
Camino de vuelta hacia la recámara y veo que Ángel aún no se ha despertado. El medicamento la había noqueado por completo, haciéndole dormir por varias horas ya.
Los recuerdos de todo lo que hemos pasado las últimas horas se reproducen en mi mente como si se tratara de una película horrible. Mi mirada se enfoca en el desastre que hay en el suelo del baño. El color rojo tiñe algunas partes del azulejo, y ver la bañera solamente me provoca agonía.
Tomo bolsas de plástico vacías y artículos de limpieza para poner todo en orden. No quiero que Ángel se torture más viendo todo el desastre en cuanto despierte. Tiro las gasas, la toalla que había usado para sacar a Ángel de la bañera y los residuos de las cosas que el doctor había dejado. Limpio cada rincón del cuarto de baño y procuro volver a poner todo en su lugar.
Después de haber limpiado la recámara y el baño, me dirijo a la cocina a recoger la cena que no llegamos a probar. En cuanto termino, no puedo evitar sentir el dolor que he estado posponiendo. Siento como mi corazón se estruja dentro de mi pecho, y de pronto, me siento incapaz de contener el llanto.
Ángel estaba embarazada y no me lo dijo.
No me lo dijo a causa de mi gran estupidez y no puedo evitar ponerme a pensar en que todo seguiría bien si yo no me hubiera ido de la casa. Si Madison no se hubiera tomado el atrevimiento de besarme, si Ángel y yo no hubiésemos discutido antes para evitar que ella fuera a buscarme.
~*~
Cuando menos acuerdo, la noche ha vuelto a caer y yo no he podido reunir el valor para ir a la recámara. Cada vez que mi mano toca la perilla lo único que logro sentir es miedo, tristeza e impotencia. No tengo el valor de encarar a Ángel. No sé cómo le diré que el bebé no sobrevivió. Temo no tener las palabras suficientes para poder consolarla y tampoco puedo evitar sentir un coraje inmenso conmigo por ser tan cobarde.
Tras varios minutos de estar parado frente al umbral, por fin me decido a entrar. Giro la perilla con lentitud, intentando hacer el mínimo de ruido. Ángel está despierta. Su mirada está perdida en el techo de la habitación y puedo ver las lágrimas resbalando por sus mejillas. No emite ninguna clase de sonido, sólo veo las diminutas gotas de agua salada cayendo con lentitud sobre sus mejillas. Me acerco a la cama con detenimiento y cautela. Ella parece no notarme, o al menos ignora mi presencia. Me acomodo a un lado suyo y estiro mi mano para poder alcanzar la suya. Tarda en reaccionar, pero en cuanto entrelazo mis dedos con los suyos, y ella no me rechaza, siento como parte de mi alma me vuelve al cuerpo.
—Lo perdí, ¿cierto?— su voz es apenas un susurro, pero yo la he escuchado a la perfección.
Mi silencio le da la respuesta. Ella pasa saliva y voltea su rostro hacia mí. Sus ojos están agrandados e inundados en llanto. Sus labios están apretados y su barbilla tiembla al igual que el resto de su cuerpo. Me arriesgo a acercarme más a ella, y para mi sorpresa, es ella la que me abraza con fuerza.
Su cabeza está hundida en mi pecho y se ha puesto en posición fetal, logrando verse aún más inocente e indefensa. Beso su cabeza y hago un esfuerzo sobrenatural por contener el llanto. Tengo que ser fuerte. Se lo debo.
—Q-Quiero bañarme— se pone de pie con pasos lentos, pero no parece muy estable. Me apresuro a cargarla y le acomodo con mucho cuidado en la bañera. Puedo ver que aún hay sangre seca entre sus muslos y en sus manos.
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El Guardaespaldas ©
Storie d'amoreEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...