01| Regreso a la realidad

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ESTEBAN

Estoy sentado en uno de los sillones del inmenso aeropuerto en la ciudad de Chicago, Illinois. Aun me parece extraño estar en un lugar tranquilo en comparación con Afganistán, en donde había completado mi servicio como marine —más bien me habían mandado a casa debido a una fuerte lesión—y también donde había pasado los peores años de mi vida.

Pensé que me sentiría inmensamente feliz al momento de volver a casa pero, siento todo menos felicidad. Fue como golpearme contra un muro y darme cuenta de que mis amigos—los pocos que sobrevivieron— volverán a pelear por el país mientras yo estoy a salvo. Fue darme cuenta de que no tengo la mínima idea de como volver a ser un civil.

A pesar de todo, no extraño mi uniforme militar. Me siento ligero y libre al usar unos pantalones de mezclilla, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero café, la cual me había reglado mi madre hace ya unos años. Mis pies se sienten ligeros y cómodos usando zapatos en lugar de aquellas pesadas botas negras. Poder usar ropa casual nuevamente todos los días será algo realmente liberador.

Veo a la gente pasando de un lado a otro. La mayoría abrazando a sus familiares o riendo a carcajadas por las gracias que ha hecho el bebé de al lado. No puedo evitar recordar cuando yo era así de risueño y jovial. Solía ser el chico más popular de la escuela. Esa clase de chico cliché que se acuesta con todas y es estrella de fútbol americano. Mi vida era bastante buena, pero no tenía sentido. El ejército definitivamente te hace madurar, te cambia, pero también te destruye.

Mis oídos han logrado aturdirse con todo el ruido que se ha desatado a mí alrededor. Llantas de maletas rodando por el suelo, niños llorando y otros corriendo de un lado a otro, gente haciendo llamadas de negocios o conversando con sus parientes por el móvil. Volteo hacia el sillón de al lado. Un niño de no más de ocho años está sentado con su vista atenta a la consola de videojuegos. No se ha molestado en quitarle el sonido, así que puedo escuchar las armas siendo disparadas y las granadas haciendo explosión. Escucho los gritos de muerte que emiten los soldados virtuales y logro comenzar a sentirme enfermo. El ruido y los recuerdos se comienzan a hacer insoportables con cada minuto que pasa.

—Cole, ya vámonos.

La voz de su madre se hace presente en el lugar y agradezco infinitamente el hecho de que hayan llegado a recogerle.

El niño cierra su consola con desánimo, se cuelga la pequeña mochila con dibujos de superhéroes en el hombro, y corre a tomar la mano de su madre.

—Vaya, vaya ¡Miren lo que ha traído el viento!

Volteo hacia el lado opuesto tras haber reconocido aquella voz. Mi hermano mayor, David, está de pie a un lado mío con una sonrisa de oreja a oreja. Luce bastante bien pero, por lo visto, sigue sin pagar sus propias cuentas. Él me abraza con entusiasmo, pero yo no le respondo. Mis brazos permanecen pegados a mis costados como si ya no supieran reconocer esa muestra de afecto. Sus brazos estrujan mi cuerpo con fuerza, yo sigo sin responder. Sólo quiero que me suelte.

—¡Dios mío!—toca mis brazos y una expresión de sorpresa parece haber inundado cada parte de su rostro. —Sí que haz hecho ejercicio, ¿eh? ¡Ahora tendrás que entrenarme, hermanito!

Ríe, pero guarda silencio en cuanto nota que no me ha causado la mínima gracia.

—Público difícil—ríe incómodo. Supongo que el encuentro no fue lo que esperaba. —Vámonos a casa.— me da una palmada en la espalda y carga mi par de maletas.

No tengo la mínima intención de ayudarle debido a mi cansancio. Los días que pasé interno en aquel hospital me habían dejado completamente drenado. El camino a su auto me parece eterno, pero no puedo evitar lamentar lo incómodo que mi silencio está resultando para Dave. No ha dejado de contarme cosas sobre mamá, sobre sus fiestas descontroladas y otras cosas a las que realmente no estoy poniendo atención. No porque no quiera hacerlo, si no porque me siento ausente.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora