47| Ronald Woodsen.

5.1K 385 13
                                    

ÁNGEL

El trayecto de vuelta al lugar que solía ser mi hogar transcurre en completo silencio. Habíamos analizado la situación y no estaba en discusión. Teníamos que volver a ver qué estaba pasando. Ambos sabemos a todo lo que nos enfrentaremos con nuestra llegada, pero no nos importa. No nos ha importado hasta ahora.

— ¿Podrías intentar una vez más?

Me pregunta Esteban sin quitar la vista del camino. El pequeño dispositivo electrónico yace en mis manos mientras vuelvo a marcar el número de David Maxfield. Sigue sin haber contestación.

—Dices que, ¿Santos tampoco te responde?— me pregunta con nerviosismo, yo niego con la cabeza en respuesta. Ni su mejor amigo, ni su hermano mayor han estado devolviendo las llamadas, haciendo que Esteban se imagine los escenarios más fatídicos. El disparo que se había escuchado antes de que se cortara la llamada, no ayudaba en lo absoluto.

Habíamos dejado la casa de Santos desde hace ya casi hora y media, salimos tan pronto como terminamos de empacar. Esteban me ha dejado a cargo del teléfono, y yo no le he quitado la vista al móvil ni un solo segundo.

—Necesitamos un plan— dice él rompiendo el silencio.

— ¿Cómo hacer un plan cuando no tenemos ni idea de lo que sucede?

—Entonces, tenemos que lograr contactar con alguien. Con quien sea.

—Intentaré llamar a casa— digo al mismo tiempo en que tecleo los números del teléfono fijo de la casa.

Nada. No hay respuesta.

—Me manda a buzón— confieso, sin poder evitar la decepción.

— ¡Con un demonio!— grita Esteban golpeando el volante con la palma de su mano —. Ni siquiera estamos armados ¡Tenemos el arma, pero no las municiones, carajo!

Era cierto, y lo peor, es que la policía nos está buscando y no podemos parar a comprar municiones. Esteban mete a fondo el acelerador, y le exijo que baje la velocidad, recordándole nuestra situación con la justicia. Lo que menos necesitamos ahora es que nos encuentren por su falta de conciencia sobre los límites de velocidad.

Esteban intenta tranquilizarse, lo noto en cada fibra de su ser; pero sé que, por su mente, no paran de atravesar las peores escenas y yo sólo puedo limitarme a ver la pantalla del celular, esperando a que se ilumine y muestre el nombre de cualquier persona que pueda ayudarnos a saber qué diablos está pasando.


~*~


Llegamos a mi casa un poco antes del amanecer, y al menos todo en el exterior parece en perfecto orden... a excepción de que no hay seguridad. No logramos ver por ningun lado a Salvador, a Carlos o a cualquiera de los encargados. Sé que Esteban se ha puesto más nervioso debido a la fuerza con la que ha comenzado a apretar el volante.

Mi piel se pone de gallina en cuanto subo los escalones que llevan a la entrada principal. Esteban me toma de la mano, logrando hacer que me sienta un poco más segura. Tengo un mal presentimiento, y no sé la razón por la cual no puedo girar la perilla de la puerta o tocar el timbre. Algo en mi pecho me lo impide.

— ¿Está todo bien?— me pregunta Esteban viéndome con preocupación. Ya que había estado bastante calmada..., hasta ahora. Yo me limito a asentir con la cabeza e ignoro mis pensamientos. Abro la puerta, y Esteban me hace a un lado para pasar él primero —. Mantente cerca, ¿de acuerdo?— yo me limito a asentir con la cabeza en respuesta.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora