39| Te fugarás con ella, ¿cierto?

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ÁNGEL

No he salido de mi habitación por casi dos semanas. Mi padre me ha mantenido encerrada desde que Galia me dijo que Esteban estaba a punto de salir de prisión. Se puso como loco. Aumentó la seguridad en la casa, puso una orden de restricción en contra de Esteban, diciéndoles a los oficiales que Esteban había abusado sexualmente de mí. Yo lo negué.

A pesar de sentirme totalmente humillada al sacar a la luz algo tan privado, les dije a los oficiales —y a mi padre— que Esteban nunca me había obligado a hacer nada que yo no quisiera. Eso enfureció aún más a papá y lo mandó golpear. Lo agredieron tan brutalmente que al parecer tuvieron que internarlo por unos días. Nunca pensé que Ronald Woodsen sería capaz de hacer semejante barbarearía, pero por lo visto, no lo conozco bien.

En cuanto a las autoridades, mi declaración les valió menos que un cacahuate, y aun así ejecutaron la orden de restricción en contra de Esteban tan pronto como lo dieron de alta en el hospital. Yo no pude hacer nada, David era el que se encargaba de mantenerme al tanto de todo al mandarle mensajes de texto a Galia, ya que mi padre me privó de cualquier tipo de medio de comunicación y Patricia había sido su cómplice en absolutamente todo.

He dejado la comida, las terapias y los antidepresivos en un intento por hacer que mi padre recapacite, pero nada ha funcionado. Galia pasa muy malos ratos discutiendo con mi padre por insensible, y conmigo por ser tan terca y descuidada con mi salud. Me siento mal por ella, pero a pesar de los malos ratos, le agradezco por seguir a mi lado. Al menos lo hacía, antes de que mi padre la despidiera por haberle traicionado.

Galia solía dormir conmigo para ahuyentar los sueños malos, pero desde que mi padre la sacó de la casa, me atormentan los recuerdos del secuestro. Todo lo que Esteban y yo pasamos al estar en aquel lugar logra quitarme las ganas de dormir. Y las peores noches son en las que, el tacto de Kellan logra sentirse completamente real en mi piel, llenándome de miedo. Tanto, que no me atrevo a abrir los ojos por pensar en que él pudiera estar tocándome otra vez.

— ¿Puedo pasar, hija? — la voz de mi padre me saca de mi ensimismamiento. El ruido que causan sus golpes en la puerta me hace estremecer. No me atrevo a decir palabra. No quiero, ni puedo, ver a nadie—. Ángel, ábreme. Por favor.

—Vete — mi voz es apenas un susurro, pero al parecer he logrado que mi padre me escuche.

—Tienes que comer algo. Por favor. Sal al jardín, las peonias están preciosas, linda. Toby te extraña. Teo pregunta por ti y..., extraño verte tocando el piano— sus palabras no hacen más que lastimarme de una forma que no puedo explicar ¿Cómo pretende que vuelva a ser la misma de antes después de todo lo que he pasado? —. Tu avión sale mañana temprano.

Al escuchar eso consigo las fuerzas para ponerme de pie e ir a abrir la puerta. Mi padre me regala una mirada triste y sorprendida al verme. Sé cómo debo de lucir. No he dormido bien, ni he probado bocado los últimos siete días. Mis ojeras han tomado un tono morado, como si me hubieran dado un golpe en cada ojo. Mi cabello debe de estar hecho un desastre y mi piel parece haber tomado un tono grisáceo.

—No pienso subir a ese avión— es lo único que consigo decir.

—No tienes alternativa, cariño. Tú sabes lo que le puedo hacer a ese imbécil si tú no te vas a Londres.

—Sí, me lo has dejado muy claro, Ronald.

—No me llames así.

—No puedo llamarte de otra forma. Mi padre ya no existe ¿me oyes? ¡Te odio! — tan pronto como termino de hablar, siento la palma de Ronald Woodsen —mi padre— estampándose contra mi mejilla. El impacto y la impresión son tales que caigo al suelo y de pronto, siento miedo del hombre que está de pie en el umbral de la puerta de mi habitación—. Vete de aquí.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora