17| Quiero estar contigo

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ÁNGEL

—Siempre supe que Patricia era mitad gata y mitad humana.

Dice Galia haciéndome reír a carcajadas. Una parte de mí no quiere reírse porque sé que es mi hermana de la que está hablando, pero la otra parte sabe que en parte... es verdad. Galia no ha parado de decir barbaridades sobre Patricia desde que me vio el rostro y los brazos llenos con líneas rojizas.

—Da gracias a Dios que no te ha escuchado— le digo en cuanto logro contener la risa.

—Pues sería mejor que me escuchara—dice—. Eso y un montón de cosas más que me he estado guardando.

Niego con la cabeza.

—No lo vale, Galia. Patricia no entendería, aunque le soltaras todo tu diccionario de insultos.

—En eso tienes razón, preciosa—dice mientras toma mis manos y me ayuda a salir de la bañera. Me coloca mi bata y le escucho abrir el cajón de mi peinador para comenzar a cepillar mi cabello— ¿Lo quieres recogido o suelto?

—Suelto, por favor—sonrío. Ella enciende la secadora y comienza a trabajar con mi cabello mientras yo intento no quedarme dormida a causa de lo relajantes que me resultan sus caricias en mi cuero cabelludo.

—Hablando de animales—rompe el silencio—, ¿Esteban irá a ese viaje?

—Galia—la reprendo—. No lo llames así. Ya te he explicado mil veces lo que pasó.

Desde el incidente con Esteban, Galia parece no tolerar su presencia. A pesar de que le he contado a detalle todas las razones por las cuales actuó de esa manera, se hace de oídos sordos y se niega a confiar nuevamente en él. Le he dicho también que Esteban ha comenzado con terapia, pero aun así no creo convencerla de que es un buen hombre.

— ¡Pues aunque me lo expliques un millón de veces! —exclama—. Sabes que la única razón por la cual no le he dicho a tu padre lo sucedido es porque me rogaste que no lo hiciera, no porque sienta lástima por ese chico.

Ruedo los ojos al cielo en respuesta a su sermón.

—No me hagas esos ojos—ahora es su turno para reprenderme—. Te he dicho un centenar de veces que te quiero como a una hija. He sido tus ojos por mucho tiempo ya y no pienso dejarte ni aunque esos doctores te devuelvan la vista, ¿me entiendes? — su voz se ha quebrado y sé que está haciendo un esfuerzo por contener el llanto.

—Gracias por protegerme tanto, Galia. Sabes que te quiero.

—Lo sé, lo sé— me da unas palmaditas en la espalda—. Bien, basta de tanta lloradera. Levántate, tengo que ponerte el vestido.

Le obedezco de forma inmediata y sigo sus instrucciones mientras me pasa mi ropa interior para después colocarme el vestido por encima de la cabeza. Me entrega un par de calcetines y me los pongo sin problema, para que después me ayude a enfundarme en un par botines que tienen un tacón de no más de cinco centímetros, según dice ella.

—Sólo te pongo un poco de labial y quedarás perfecta—ella me aplica el pintalabios con extrema cautela y después dice—: Bien, estás lista.

Estoy por agradecerle cuando escucho la puerta de mi habitación abriéndose. Galia suelta el mechón de cabello que me estaba acomodando y se queda en silencio, así que sé que muy probablemente es Esteban.

—Buenos días, Galia—mis sospechas se comprueban—. Sólo quería comprobar que la señorita Woodsen ya estuviera lista.

—Lo está—dice con extrema indiferencia—, pero tienes que aprender a tocar la puerta.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora