ESTEBAN
Creo que jamás en mi vida le había hablado de tal forma a una mujer, pero Madison realmente me ha sacado de mis casillas. Ángel debe estar pensando lo peor. Intento poner en marcha el vehículo con manos temblorosas y maldigo en cuanto las llaves caen de mis manos al piso de la camioneta.
—Esteban, no puedes conducir en ese estado.
—¡CÁLLATE!— ella da un respingo en su lugar. Yo hago lo posible por moderar mi tono de voz —Vete, Madison. Ya causaste daño suficiente.
La morena intenta insistir, pero no tarda en darse por vencida y bajar del vehículo. Ni siquiera soy capaz de esperar a que caliente el motor en cuanto logro encender la camioneta. Conduzco a la velocidad que me permite el pavimento húmedo y ligeramente escarchado por el frío y las constantes lluvias de las últimas dos semanas. Voy atento a las orillas en caso de que Ángel se haya detenido en algún otro lugar, pero no hay rastro de ella. Solamente ruego al cielo porque se encuentre en la casa.
Siento algo de tensión liberada en cuanto veo el auto clásico de Santos estacionado frente a la puerta, pero maldigo en cuanto veo cómo Ángel sale de la casa con una mochila cargando en la espalda. Sus ojos están hinchados por el llanto, pero también sé que está furiosa a muerte.
—Ángel, espera— le suplico acercándome a tomar su muñeca.
Ella me regala una mirada llena de desprecio y se suelta bruscamente de mi agarre sin decir palabra. Deja la mochila en el auto y regresa al interior de la propiedad. Yo la sigo y no puedo evitar sentirme como perro sin dueño. Siguiendo a los extraños esperando a que pase un milagro que lo saque de las calles.
—Amor, por favor escucháme.
La sigo hasta la recámara principal en donde se dispone a empacar la poca ropa que hemos acumulado estas semanas. Está por salir de la habitación, cuando me interpongo en su camino. Intenta sacarme la vuelta, pero se lo impido, comenzando a notar la frustración en sus ojos.
—¡Déjame en paz!— grita con voz entrecortada.
—No. Lo que viste no es lo que tú crees.
—Ah— pone los ojos en blanco— ¿Entonces no te estabas besando con una morena afuera de ese restaurante? Tienes razón, debí de haberlo imaginado todo.
—¡Ella me besó a mi!
—Gracias por la aclaración, eso me hace sentir muchísimo mejor.
—Ángel, por favor.
—¿Por favor? ¿¡Por favor qué!?
—Déjame explicarte. No te vayas. Seré totalmente honesto contigo. Responderé a todas tus preguntas, solamente pido que me escuches.
—¿Quién era?
«Mierda» pienso. En cuanto le revele la identidad de la mujer que me besó, no me va a creer ni una sola palabra que salga de mi boca.
—Ángel...
—No.
Sus ojos se llenan de lágrimas. Mi expresión y mi silencio han hecho conexión en su memoria. Ya sabe de quién se trata. Noto cómo le cuesta respirar y temo que le esté dando un ataque de pánico. Una holeada de pequeños temblores invade su cuerpo y es entonces cuando me apresuro a envolverla en mis brazos. Ella intenta alejarme, pero está más concentrada en intentar controlar su respiración.
Silencio.
Uno tenso y abismal, es el que se apodera del ambiente. La pego más hacia mí, y es entonces cuando siento su pequeño cuerpo temblando bajo mis brazos, haciendo que mi corazón se estruje y duela. Siento las palmas de sus manos extendidas contra mi pecho, quiere que la suelte, así que eso hago. No quiero que vuelva a exaltarse.
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El Guardaespaldas ©
DragosteEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...