12| Estoy roto, jodido, hecho añicos

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ESTEBAN

—Ella no quiere que vuelvas a poner un pie en esa casa.

Me repite Daniel Johnson por milésima vez. Han pasado apenas unas horas desde el incidente y ha venido sólo para poder restregarme en la cara el hecho de que Ángel, mi ángel, no quiere volver a verme.

—Ya me ha quedado claro.

—Estarías mucho mejor si volvieras a la marina, Maxfield—mi mirada se enfoca en él—. Deberías de considerarlo seriamente.

Me quedo en silencio por unos minutos intentando procesar lo que mis oídos acaban de escuchar. No puedo negar que lo había pensado antes, pero no puedo volver. Me habían enviado a casa por una razón y no creo que puedan aceptarme de vuelta.

— ¿Cómo está ella? — me atrevo a preguntarle, aunque estoy consciente de que probablemente optará por mentirme.

—Buscando alguna forma de cubrir las marcas tan horribles que le has dejado en el cuello—dice sin tener el mínimo tacto, haciéndome sentir peor. Desvío la mirada y paso saliva al recordar lo que había pasado —. Piensa lo que te he dicho antes—abre la puerta principal de mi casa—. Estarías mejor allá—es lo último que dice antes de salir de mi casa.

—Esteban—escucho la voz de Pili—, tu madre quiere verte. Está en el despacho—dice antes de retirarse con pasos rápidos.

Emprendo mi camino hacia la oficina de mi madre, la cual solía pertenecer a mi padre, preguntándome cual es la razón por la que me ha mandado llamar. Suelto un suspiro pesado antes de abrir la puerta del lugar. Hacía ya mucho tiempo que no me atrevía a entrar aquí. No lo había hecho desde la muerte de papá. Su despacho era su santuario, y para ser verdad, nunca me había hecho sentir digno de estar presente en ésta habitación en la que estoy ahora; sin embargo, había entrado antes, cuando me mandaba llamar para reprenderme por mi mala conducta o porque nunca era lo suficientemente bueno para algo.

—Teby, cariño. Ven acá—mi madre está de pie frente a los estantes repletos de libros. Una de sus manos está recargada en su cadera mientras que, con la otra, sostiene un trapo con el cual limpia el polvo de algunos ejemplares. No puedo ignorar el hecho de que ha vuelto a llamarme por mi sobrenombre, lo cual logra hacerme sentir incómodo.

— ¿Qué pasa? — me acerco a ella para quitarle el trapo sucio de las manos y obligarla a que me dé la cara. Ella me sonríe de forma melancólica y toma asiento en la silla principal del escritorio.

— ¿Qué ha pasado, hijo? —toma mis manos entre las suyas, estirando sus brazos por encima del cristal que cubre el material de la mesa— ¿Por qué fuiste a trabajar hoy?

Sus ojos reflejan angustia y sé que muy probablemente David ya le ha ido con el chisme.

—Porque me he sentido indispuesto.

—Hijo, dime qué es lo que sucede en realidad.

—No me pasa nada, mamá. No necesito que me salves de algo que no existe y no quiero seguir hablando de esto—me suelto de su agarre intentando ignorar su mirada triste y desconsolada—, así que será mejor que me vaya.

—Te escuché llorando, Esteban— me freno en seco al escuchar lo que me acaba de confesar—. Anoche. Me desperté al escuchar el sonido que hizo la puerta al golpear con la pared. Me levanté de la cama para ver quién había entrado y fue entonces cuando vi cómo llorabas mientras abrazabas a tu hermano.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora