ESTEBAN
—Si dejaras de lanzarme chocolates me sería más fácil comer mi helado.
Dice mi chica sentada en una de las sillas afuera de la heladería. Estoy sentado frente a ella y no he dejado de lanzarle chocolates confitados por el simple hecho de que me gusta verle reír, y molestarse. Amo la forma en la que arruga la nariz cuando se enfada y me siento incapaz de dejar de admirarla.
Hoy cumplimos dos meses andando a escondidas, pero también celebramos el hecho de que he podido dormir tranquilo gran parte de los días a la semana y todo gracias a que por fin reuní el valor para ir a terapia con Tate.
—Es tu culpa—explico divertido.
— ¿Es mi culpa que tengas un complejo con lanzarme chocolates?
—Si dejaras de arrugar tu nariz en la forma en que lo haces cuando te molestas, todo sería más fácil y te dejaría comer tu helado—las comisuras de sus labios se elevan formando una sonrisa, haciendo también que el rubor se adueñe de sus mejillas— ¿Qué acaso no puedes dejar de ser tan adorable? El rubor en tus mejillas ha hecho que me den ganas de lanzarte todo el almacén de chocolates.
Ángel ríe a carcajadas y todo el mundo pone su atención en nosotros, pero ya me he acostumbrado a su risa escandalosa.
— ¡Ya te he dicho que no me hagas reír en público, Esteban! —me reprende aun siendo víctima de su alegría.
—Lo siento, no puedo. Tu risa fea es la única cosa que mantiene a los chicos alejados de ti—ella vuelve a reír, pero no sabe que en parte lo digo en serio.
Su belleza es innegable y de no ser por su risa extraña —o por mi mirada de "te daré un tiro en medio de las cejas si no te alejas"— muchos chicos ya se hubieran acercado a intentar hablarle. Ángel está por terminar su helado, así que le pido una caja de sus galletas favoritas antes de liquidar la cuenta y salir del local.
—Debes de dejar de alimentarme tanto—dice comiendo una de las galletas de choco chispas—. Galia se queja de que ya no es tan fácil elegirme los pantalones—ríe.
—Estás perfecta así—le digo con honestidad—. Para ser sincero, te faltaba algo de carne en los huesos—entonces siento cómo me da una palmada en la espalda en modo juguetón. Seguimos nuestro camino hacia la camioneta, ya que es tarde, y no podemos levantar sospechas.
Abro la puerta del copiloto para que Ángel pueda subir. Le ayudo a abrochar el cinturón de seguridad, y después rodeo el vehículo por la parte delantera para tomar mi lugar.
—Dame una galleta—le pido mientras estiro mi brazo para poder alcanzar la caja que reposa sobre sus muslos.
—No te daré nada—dice cerrando la pequeña caja de cartón—. Tendrás que ganártela.
Su tono de voz ha cambiado. Ahora es provocador y algo sensual. Sé que intenta provocarme y rio divertido al ver su esfuerzo.
—Á-Ángel—tartamudeo en cuanto siento como posa su mano en mi pierna. Me encanta ser la única persona capaz de apreciar ésta faceta de ella—. Ya lo hemos hablado antes.
—Pero no estoy haciendo nada malo...—esboza media sonrisa—, sólo he apoyado mi mano en tu pierna mientras conduces.
— Dios, ¡cómo te adoro! —rio sin perder la concentración en el camino de vuelta a la mansión Woodsen—, pero necesito que muevas tu mano de mi muslo si no quieres que choquemos.
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El Guardaespaldas ©
RomanceEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...