ESTEBAN
Tuve la primera discusión fuerte con mi primera novia formal a los quince años. Recuerdo que mi madre se acercó a mí, colocó su mano sobre mi hombro y me dijo—: Tu abuelo solía decirme que, cuando una persona te ama realmente, te ama a pesar de todo y de todos sin importar las consecuencias que el amarte pueda traer.
Esa frase quedó grabada en mi memoria desde entonces. Solucioné mis problemas con aquella chica, pero cuando vinieron más problemas en relaciones diferentes, más serias y más intensas; comenzaba a darme cuenta de que, poco a poco, aquella frase iba perdiendo sentido. Hasta que, a los diecisiete años, conocí a una chica de cabello negro y piel morena. Su nombre era Madison, y vaya que le amé. Le amé tanto que la frase tomó sentido en su totalidad, convirtiéndose así en mi más grande y firme convicción..., hasta ahora.
No creo que Ángel sea capaz de perdonarme..., no después de esto. Y mucho menos creo ser capaz de perdonarme a mi mismo.
Lo que acabo de hacer no tiene perdón y mucho menos una justificación que me parezca lo suficientemente válida. Con las fuerzas que me quedan, logro cargarla y recostarla en el viejo catre. Su piel está sucia y magullada, al igual que la mía. Las imágenes de lo que pudo haber pasado me atormentan tanto que quisiera poder arrancarme la cabeza.
Lágrimas de rabia y culpa se han apoderado de mis ojos. Por primera vez en toda mi vida me resulta imposible dejar de llorar y siento pena por mí al verme tan vulnerable.
«No merezco su perdón» digo hacia mis adentros, sintiendo como si mi corazón se estruja y se rompe en miles de fragmentos diminutos.
—Tengo que admitir que verte llorar a mis pies me causa una gran satisfacción, Esteban—me encuentro tan ausente que no me he percatado de la presencia de Kellan. Está de pie frente a mí, viendo como me revuelco en mi propia miseria. Realmente estoy llorando a sus pies, pero eso es lo que menos me importa ahora.
—Sálvala..., te lo ruego. —no puedo creer que esas palabras hayan salido de mi boca. No puedo creer que este rogándole a un sociópata de mierda que salve la vida de la mujer a la que amo..., la mujer a la que estuve a punto de matar.
Un sollozo involuntario delata mi angustia, mi desesperación. Mis puños están cerrados con tanta fuerza que siento como mis uñas se encajan en mi piel pálida y rasposa. Quiero obligarme a dejar de llorar, pero no puedo. No quiero que me vea derrotado. Sabe que me ha dañado de la peor forma posible y yo estoy dejando mi dolor en evidencia.
Jamás me había doblegado de esta forma. Incluso frente a los afganos había permanecido fuerte debido a que mi altivez no me permitía mostrarles el daño que realmente me hacían. El hecho de que Kellan es quien ha quebrantado hasta la última pieza de mi orgullo me hace rabiar.
— ¿Qué fue lo que dijiste? — se pone de cuclillas y acerca su oído a mí para oírme suplicarle una vez más, pero se retira al ver que no lo repetiré —. Lo siento, es que los gritos de Ángel realmente me han aturdido hace unos momentos— ríe—. Tengo que admitir que no puedo creer que mi plan haya funcionado— en su rostro solo esta dibujada una sonrisa enorme y perversa.
— ¡¿Qué fue lo que me hiciste hacer?!
Estallo en cólera, sintiendo como mis cuerdas vocales se desgarran por la falta de hidratación. No recuerdo lo que hice, pero sé que he herido gravemente a Ángel. Esta será la gota que darrame el vaso con la poca cordura que me queda. Kellan me observa con superioridad y falsa melancolía.
—Oh, Esteban— aprieta los labios y baja la cabeza—. Yo te advertí. Te advertí que volvería a vengarme de ti. Advertí que iba a torturarte y que iba, no, más bien..., voy a hacerte tanto daño que me suplicarás por tu muerte. Tú fuiste el que decidió ignorar mi advertencia. Jamás pensé que olvidarías mi rostro, pero al ver que realmente no me recordabas me sentí ofendido—un gesto de indignación se apodera de sus facciones— ¿Cómo olvidar a un genio como yo? Eso, Esteban, eso me hizo sentirme muy molesto, pero lo que realmente me hizo odiarte, fue verte feliz.
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El Guardaespaldas ©
RomanceEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...