28| Por eso estamos aquí..., por eso ella está aquí.

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ESTEBAN

Kellan se ha llevado a Ángel de mi lado. No tengo idea de en dónde la tenga; pero en el fondo, le agradezco que lo haya hecho. Así no podré causarle más daño.

Estoy acostado boca arriba en el viejo catre. Kellan me ha puesto la intravenosa una vez más y sigue amenazándome con que matará a Ángel si no hago todo lo que él me dice, lo cual consiste en no comer, aunque me ponga la comida justo enfrente y gozar al ver cómo me meo encima por no tener las fuerzas para levantarme. Cada día viene a inyectarme un líquido en color azul que me impide dormir por más que quiera hacerlo. Estoy seguro de que es la droga que había estado trabajando y traficando en Afganistán. Sus inventos químicos en conjunto con la venta de armas a los afganos le habían conseguido la vida tan miserable que tiene ahora.

En el momento en el que recabé las pruebas suficientes en su contra, me apresuré a exponerlo con mis superiores. Todo escaló mucho más rápido de lo que imaginé. Fitz tenía cargos adicionales tales como trata de blancas, tráfico de personas y otros crímenes atroces. Yo inicié la investigación en su contra. Yo fui quién se olvidó de su rostro. Por eso estamos aquí..., por eso ella está aquí.

— ¿Cómo está ella?

Es mi pregunta usual..., pero nunca obtengo respuesta.

Por las noches, solamente puedo escuchar gritos. Intento imaginar que vienen de otro lado, que vienen de otra persona, pero sé que no pertenecen a nadie más que a Ángel y yo no puedo hacer nada, porque Kellan se encarga de inmovilizarme cada que tiene la oportunidad. Solamente puedo limitarme a llorar y dejar que la culpa me carcoma de adentro hacia afuera.


~*~


— ¡Levántate!

Fitz luce ¿asustado? Mientras me desata los pies y me empuja fuera del catre.

— ¡Muévete, imbécil!

«Si pudiera moverme, no estuvieras vivo» pienso.

—¡Estoy intentando hacerlo a tiempo, demonios! — Fitz está hablando, mejor dicho, gritando a alguien a través de un teléfono celular — ¡Muévete, con un carajo! — ahora me grita a mí.

Al ver que no puedo hacerlo, me deja tirado en el suelo y sale de la habitación. Intento gritar al pensar que puede irse, llevándose a Ángel con él; pero no regresa. Es entonces cuando escucho disparos. Muchos disparos y el eco de pasos firmes y rápidos golpeando contra el suelo.

— ¡Tenemos a la chica! — grita una voz desconocida — ¡El helicóptero, necesitamos un helicóptero! ¡Llamen al hospital más cercano, necesitamos llevarla allá ahora!

Entonces los pasos de antes vuelven. Escucho puertas siendo golpeadas y vidrios rompiéndose. La puerta del cuarto en el que estoy se abre de golpe y veo las letras amarillas... el FBI. Nos han salvado.

— ¡Tengo a Maxfield! ¡Detengan el helicóptero! ¡Tienen que llevarse a los dos! ¡AHORA! — el agente me carga sobre su espalda y me lleva hacia la salida del lugar en el que hemos estado cautivos. El frío me quema la piel y el viento causado por el helicóptero me hace sentir como si desprendiera los pies del suelo.

— ¡LA CAMILLA! ¡NECESITAMOS ESTABILIZARLO, YA!

Me colocan algo alrededor del cuello y entre dos hombres me suben a la camilla de hospital, la cual no tardan ni medio minuto en subir al helicóptero. Todo esto me hace sentir de vuelta en Afganistán, cuando nos rescataron a Trevor y a mí después de que los afganos nos habían dado por muertos, abandonándonos en medio de la nada.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora