ESTEBAN
La respiración se me queda atorada en la garganta, una extraña sensación invade todo mi sistema nervioso y no puedo evitar sentirme increíblemente torpe al no poder formular una respuesta ante una petición de semejante magnitud. La mujer que amo me ha pedido que esté con ella. Me ha pedido que sea el primer hombre en su vida y lo único que puedo hacer es ser víctima de los nervios.
Ella me besa castamente intentando dar inicio a un mayor nivel de intensidad, pero mi conciencia no me permite avanzar. No me permite aprovecharme de su inocencia, así que la detengo.
—Ángel...—comienzo a decir, pero ella sigue besándome—, esto no está bien. No es correcto.
— Qué es lo que no es correcto, ¿eh?
—Yo no, tú eres...—las palabras parecen no ser capaces de salir de mi boca.
— ¿Qué yo soy virgen y tú no? ¿Qué eres mayor que yo? —Coloca una mano sobre mi pecho— ¿Crees que me importa eso?
—No es tanto eso, amor—llevo una de mis manos a rascar mi nuca debido a los nervios al no saber explicarme sin herir sus sentimientos—. No tienes una idea de lo increíble que me siento al que me hayas elegido a mí. Es solo que yo, tengo miedo. Tengo miedo a no ser lo suficientemente bueno, miedo a que te arrepientas..., miedo a hacerte daño.
—No puedes vivir con miedo a lastimarme, Esteban. No me subestimes—suena ofendida e indignada; sin embargo, no puedo evitar estar orgulloso de la firmeza en sus palabras—. Me estoy arriesgando yo aún más que tú ¿y me dices que no lo harás por miedo?
—Es que siento como si me estuviera aprovechando de ti—digo sin más y ella suelta una risita carente de humor, pero no me dice nada respecto a mi comentario.
—Te estoy dando mi consentimiento. Sé lo que quiero—retrocede un par de pasos y cruza los brazos sobre su pecho. Sus ojos se han opacado. Está haciendo un esfuerzo sobrehumano por no llorar. Intento tomarla del brazo, pero ella se aleja aún más y limpia con el dorso de su mano una lágrima traicionera.
—Mi niña...—me coloco frente a ella y coloco un mechón de su cabello detrás de su oreja—, no tienes una idea de lo mucho que quiero estemos juntos. En serio que no te lo imaginas—una sonrisa se asoma en la comisura de sus labios, pero desaparece tan pronto como llega.
— ¿Entonces? —Pregunta con la voz entrecortada—, ¿Cuál es el problema?
<< ¡Vamos! ¡No seas cobarde y díselo de una buena vez! >> dicta la voz en mi cabeza.
—Es que yo—dejo salir el aire que no me había dado cuenta había estado conteniendo—, mi cuerpo, estoy lleno de cicatrices. Son horribles, ni siquiera me siento capaz de describir lo feas que son—siento como mi voz se quiebra por un breve instante. Inhalo y exhalo antes de enmarcar su rostro con mis manos—. Y sé que no puedes verlas por ahora, pero no es necesario hacerlo para que me entiendas. Cada una de ellas tiene una historia cruel que contar y yo..., temo a que cuando tus dedos las rocen, tomen vida propia y pueda llegar a pasar algo peor— los recuerdos se arremolinan en mi memoria—, a aquella vez. No quiero que vuelvas a ser víctima de algo así.
Ella se acerca más a mí y sus manos buscan el centro de mi pecho. Sube lentamente hasta rozar mis labios con las frías yemas de sus dedos y dice—: Confío en ti, Esteban. Sé que no volverá a pasar. Creo en ti.
Entonces me besa. Me besa como aquella vez en mi habitación. Me besa con deseo y urgencia y me es imposible no responderle. Muerdo su labio inferior en cuanto le tomo por los muslos, haciendo que sus piernas abracen mis caderas, y un gemido tímido e involuntario abandona sus labios. Noto como se sonroja al instante, haciéndola lucir aún más dulce e inocente que antes.
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El Guardaespaldas ©
RomanceEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...