ESTEBAN
Ángel y yo llevamos dos semanas de tranquilidad. Desde que le dieron de alta, ha parecido mejorar bastante. He pedido mi trabajo de regreso, ya que es la única forma de estar cerca de ella; sin embargo, Ronald me pidió esperar hasta que ella se recupere por completo. Por lo tanto, Ángel y yo hemos permanecido en contacto por mensajes de texto y llamadas nocturnas cuando ninguno de los dos consigue conciliar el sueño.
No me ha querido contar nada de lo sucedido durante el secuestro—y no la culpo por eso— pero me gustaría saberlo para ver en qué forma podría ayudarle. David y yo nos hemos encargado de poner a los Woodsen al corriente con respecto a la farsa montada por Kellan Fitz. Ronald ha duplicado la seguridad en la casa, y tanto Carlos como Salvador tienen exigido el no dejar a sus protegidos ni a sol ni a sombra. Me ha dado las mismas órdenes a mí con respecto a su hija menor.
Me encuentro bajando mis maletas para retomar mi puesto, cuando veo a mi madre aproximándose con pasos firmes y rápidos.
— ¡Estás loco, Esteban! ¡Detente ahora mismo! — La voz de mi madre me llena los oídos, pero sigo en mi asunto—. Estás loco si crees que voy a permitir que vuelvas a tu trabajo como guardaespaldas— me está hablando como si se tratara de algo de suma seriedad. Está exagerándolo todo, pero una parte de mi logra entender su preocupación.
—Lo bueno es que no te estoy pidiendo permiso, madre — ella me observa como si le hubiera hecho la peor ofensa de la vida.
— ¡Estás llevando esto demasiado lejos y todo por esa niña! — retengo el impulso que tengo de alzarle la voz. Odio que se refiera a Ángel como una niña malcriada cuando es probablemente la mujer más fuerte que he conocido en mi vida.
—Te voy a pedir que no vuelvas a llamarle de esa forma.
— ¿Cómo no puedes verlo, hijo? ¡Ve cómo te portas conmigo últimamente!
—Lo siento, pero tú eres la que provoca mis reacciones, mamá. Ángel es muy diferente a lo que todos creen.
—Es sólo una chica más, bebé — dice, mientras acaricia mi mejilla en un gesto maternal.
—No lo es. Ella es la chica, mamá — mi madre me observa con confusión y niega con la cabeza.
—Eso mismo decías de Maddie — retrocedo un par de pasos en cuanto escucho ese nombre. Sabe que ese es un tema que no me gusta tocar. Mi madre me observa triunfante, sabe lo que ha hecho. No puedo creer que aún no sea capaz de superar mi relación con aquella mujer. Ella pensaba—o piensa— que Madison es la mujer ideal para mí y desde que terminamos no me ha parado de pedir que vuelva a contactarla.
—Por favor, no vengas con eso ahora. No otra vez — ella sabe que me ha hecho daño al mencionarla—. Madison es parte de mi pasado, madre. No la he visto en años y no planeo hacerlo. No después de lo que pasó entre nosotros.
—Al menos ella era de tu edad — siento como si para mi madre resultara imposible el dejar de atacarme «¿Por qué me dice todo esto ahora? ¿Por qué lo hace de este modo?»
— ¿Estás tratando de decirme algo? — le cuestiono acortando la distancia que hay entre ambos. Estoy desafiándola con la mirada y ella parece más firme que nunca. Mi madre no es de esas mujeres que se dejan intimidar fácilmente.
—Sólo estoy diciendo que Ángel es bastantitos años menor que tú, hijo. Es mucha diferencia.
—No es como si me estuviera aprovechando de ella, madre. Ambos estamos muy conscientes de lo que implica nuestra diferencia de edades. Además, somos adultos. Creo que sabemos muy bien cómo llevar nuestra relación.
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El Guardaespaldas ©
RomanceEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...