40| ¡Esteban detente!

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ÁNGEL

Los párpados me pesan a medida que intento abrir los ojos nuevamente. Me encuentro desorientada y me toma un par de minutos el captar que estoy en la cama de mi habitación. Comienzo a pensar que sólo soy yo despertándome en medio de la noche, pero no es así. Recuerdo el desmayo, los gritos de mi hermano menor e incluso vagamente voces alarmadas a mi alrededor.

—Despertó.

Una voz ajena a mi memoria se hace paso en mi ensimismamiento. Es una mujer de mediana edad, alta y de complexion fuerte. Viste una filipina de color verde esmeralda. Por el tono que ha empleado, sé que le ha hablado a alguien más en la habitación.

—Linda, ¿puedes decirme tu nombre?

Ahora otra voz femenina se cuela en el cuarto. Sé que es una doctora y se encuentra a centimetros de mi, pero no logro reunir la fuerza para abrir los ojos. Mi garganta y mis labios se encuentran demasiado secos; en cuanto la doctora se percata de esto, le pide a la enfermera que me ayude a beber un poco de agua. Una vez que siento el efecto del líquido, respondo a su pregunta.

—¿Sabes en dónde te encuentras?

—En mi habitación.

—¿Recuerdas lo que pasó?

—Me desmayé.

La doctora asiente con la cabeza mientras termina de revisar mis signos vitales.

—Ángel, soy la doctora Jules Coleman, me dicen que no estás llevando una alimentación adecuada desde hace días. Temo que esto se trata de una anemia bastante importante; sin embargo, tengo que hacerte unas preguntas de rutina ¿te parece?

Me limito a asentir levemente con la cabeza. No es como si tuviese la opción de no responder. Sé que debo de hacerlo por mi bien, pero más que nada por la tranquilidad de Galia y de Teobaldo. Ambos están sentados en un sillón a tan solo unos pasos de distancia de mi cama. Veo cómo Teo mira con reproche a Galia en cuanto ella le indica que salga de la habitación un momento. Es como si ella ya supiese lo que la doctora está por preguntarme..., yo también lo he imaginado, así que agradezco que se haya preocupado por proteger mi privacidad.

—Bien, como te he dicho, necesito hacerte unas preguntas para corroborar mi diagnóstico— su sonrisa logra tranquilizarme un poco—. Tu padre pidió estar presente, y realmente sería lo mejor, ya que aun no cumples la mayoría de edad.

—Tengo veinte años, ese número cuenta de algo, no lo quiero aquí— le exijo. La doctora asiente con la cabeza; acto seguido, voltea a ver a Galia; supongo que está pensando que ella es mi madre.

— ¿Pasa algo? — pregunto. He comenzado a ponerme nerviosa.

—No, tranquila—saca una tableta y comienza a tomar notas—. De acuerdo, ¿cuándo fue la última vez que tuviste tu periodo? — su pregunta logra desconcertarme.

—Hace— es entonces cuando me doy cuenta de que no lo recuerdo—, yo, n-no lo recuerdo.

— ¿Has tenido relaciones sexuales? — siento como el rubor sube a mi rostro y la vergüenza me invade.

—S-Sí.

«Galia va a matarme después de esto» pienso mientras evito la mirada de la mujer que ha sido como mi madre los últimos años.

— ¿Usaste protección? — las preguntas son cada vez más incómodas y las respuestas más difíciles.

—N-No— Esteban y yo sólo habíamos estado juntos dos veces, pero no recuerdo haber usado protección. Veo como la doctora apunta algo más en su expediente y yo siento que me muero de nervios.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora