10| Tú eres todo.

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ESTEBAN

Han pasado un par de semanas desde que Ángel y yo nos besamos, y desde entonces, hemos estado saliendo en citas secretas. Esta vez ambos hemos salido en compañía de Galia, la señora que le hace la vida más fácil a Ángel al seleccionarle la ropa para cada día de la semana. Ha venido con nosotros debido a que hoy por la noche se festejará el cumpleaños número veinticuatro de Patricia, y Ronald quiere que su hija menor compre un vestido nuevo para la ocasión.

—Me parece que éste es bastante lindo, ¿tú qué opinas, Esteban? —me pregunta Galia sacándome de mis pensamientos.

Ella sostiene un vestido corto en color negro. La costosa prenda tiene un escote bastante pronunciado y la espalda descubierta. Galia me observa expectante a lo que tengo que decir y Ángel se limita a quedarse de pie, apoyándose con su bastón, a unos centímetros de distancia.

—Opino que le falta tela en la espalda y le sobra escote—digo sin más y Galia rueda los ojos al cielo, haciéndome sentir como el padre amargado y sobreprotector. Obviamente Ángel luce preciosa con cualquier cosa que decida vestir, pero considero que ese vestido sí es bastante revelador.

La pelinegra sigue buscando entre los centenares de vestidos. Busca con entusiasmo y se cuelga en el hombro cada vestido al que le sonríe. Yo sólo logro pensar en que Ángel está a unos centímetros de mí y no puedo hacer contacto alguno con ella porque Galia lo notaría. Se daría cuenta de lo que pasa entre nosotros, y muy probablemente, no podría callárselo.

— ¿Qué tal éste?

Ahora sostiene un vestido rojo no más largo que el anterior. Este tiene los hombros descubiertos y la espalda cubierta, lo cual logra agradarme más.

—Ese está mucho mejor— digo sonriente. Ángel y Galia sonríen también.

Galia comienza a darle una descripción a detalle del vestido a la chica de ojos verdes. Ángel no ha dejado de sonreír mientras la escucha con atención a la hora de elegir un par de zapatos bajos, debido a que teme caer frente a todos por querer hacerse la valiente usando tacones, que queden con su vestido.

—Esteban, deberías de buscar algo tú también— me dice Galia, poniendo la vista en la sección de caballeros al fondo del enorme local.

—Tengo suficientes trajes.

—No creo que quieras parecer guardaespaldas en una fiesta llena de jóvenes.

— ¿Y por qué no querría hacerlo?

Pone las manos en su cintura y rueda los ojos al cielo una vez más antes de explicarme la situación como si fuera lo más obvio del mundo.

—Porque todos estarían al tanto y nadie revelaría su verdadera identidad ¿si me explico? —Hago una mueca sin entender del todo—. Yo me entiendo sola. Ahora ve y pruébate esto.

Camino hacia los vestidores sosteniendo el pantalón caqui y la camisa azul marino que Galia me ha ordenado medirme. Una chica me entrega un tarjetón de plástico que indica el número de prendas que llevo, y después me señala el camino hacia la sección de caballeros.

Me desvisto y me enfundo en la ropa nueva. Para ser honesto, me agrada la combinación de ambos colores, pero no pongo mucha atención en la forma en la que me veo. Sólo me aseguro de que no me quede demasiado ajustado, como para no poder enfundar un arma; o demasiado flojo, como para parecer un crío que usa los pantalones a media nalga. El pantalón está bien, pero la camisa me queda demasiado ajustada. Ni siquiera puedo mover bien los brazos.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora