ESTEBAN
Intento abrir los ojos a pesar del cansancio que me invade de golpe. Mi vista permanece borrosa por unos segundos antes de que por fin pueda distinguir algo. Estoy en una habitación que desconozco. Parece ser un lugar abandonado debido a todo el polvo acumulado y a las grietas en la pintura y las paredes.
« Ángel » los recuerdos me golpean « ¿En dónde está, Ángel? »
Desorientado, intento incorporarme, pero me doy cuenta de que estoy atado de pies y manos a lo que parece ser un viejo catre. Giro mi cabeza en un movimiento frustrado para darme cuenta de que me inyectan algo por vía intravenosa. Con la mirada, sigo el camino de los cables hasta un monitor, pero no puedo ver con claridad lo que sea que se encuentre en la pantalla amarillenta. El pánico comienza a colarse de forma inevitable en mi sistema. Todo esto me recuerda a los experimentos clandestinos que se hacían en Afganistán.
El molesto sonido que hacen los resortes en cuanto me muevo logra sacarme de mi ensimismamineto. Vuelvo a la posición en la que me encontraba segundos antes, sólo para darme cuenta de que estoy empapado en sudor a pesar de que estamos iniciando noviembre, y el frío del exterior se cuela a través de las grietas.
La tierra se adhiere a mi cuerpo como si de una segunda capa de piel se tratara. Mis labios se sienten secos, y al humedecerlos con mi lengua, me percato del mal estado en que se encuentran. Una punzada de dolor se apodera de pronto de mi pierna derecha y recuerdo la sutura improvisada a la que tuve que acudir en la ambulancia.
«Debe de estar infectada » pienso al instante, pero intento no preocuparme tanto por eso. Necesito averiguar cómo salir de aquí. Necesito saber de ella.
Forcejeo en un intento por librarme de las ataduras, pero el rechinido que hace la puerta al abrirse logra hacer que me detenga.
—Nuestro soldadito valiente ha despertado— la voz de Kellan Fitz hace eco en las paredes y viaja hasta mis oídos. Está usando uniforme militar, sus botas chocan con fuerza contra el suelo haciendo rechinar las tablas viejas que cubren el piso. Arrastra una silla hasta el interior del cuarto y se sienta a menos de un metro de distancia del jodido catre en el que me encuentro.
— ¿Cuánto tiempo llevo aquí? — el sonido de mi voz suena lejano..., casi ausente.
—Shh—coloca su índice sobre mis labios, haciéndome callar y temblar de rabia—. Aquí el que habla soy yo, ¿de acuerdo? —Se pone de pie y comienza a caminar alrededor de la habitación—. Ángel despertó hace tres días.
«¿¡Tres días!?»
—Decidí mantenerte más tiempo dormido a ti, pero deberías de agradecérmelo ¿Sabes? Te ahorré una sordera..., la perra sabe gritar—su sonrisa es cinismo puro, en su mirada retorcida no hay nada más que maldad. Intento levantarme, haciendo que Kellan se intimide un poco, haciéndolo retroceder.
— ¡¿Qué le has hecho?!—pregunto entre dientes. Siento como si la mandíbula se me fuera a partir en dos— ¡¿En dónde está?!
—Ese tonito de voz. Siempre fuiste un pedante—se acerca a centímetros de mi rostro para decirme—: La he dejado tan deshecha que no la reconocerás en cuanto la veas. Quedará igual o más loca que tú si es que logra salir viva de aquí.
Es entonces cuando siento el cólera y la adrenalina apoderándose de mi torrente sanguíneo, y en un movimiento mal calculado, logro irme de cara contra el suelo, llevándome el catre conmigo haciendo que me aplaste. Siento como la aguja de la intravenosa se ha encajado más profundamente en mi brazo, causándome una oleada de dolor que logra extenderse por todo mi cuerpo.
ESTÁS LEYENDO
El Guardaespaldas ©
Любовные романыEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...