41| Harina para panqueques

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ESTEBAN

Mi respiración es agitada y siento cómo la ira hace temblar todo mi cuerpo. El arma se siente inestable entre mis manos y mi cabeza me atormenta pidiéndome que siga disparando hasta acabar con aquellos policías. Hasta acabar con Ronald Woodsen.

Me duele no poder ser capaz de controlar mis episodios de ira, pero lo que más me hiere y me lastima es saber el miedo con el que me ve Ángel cuando me pongo así. David sigue manejando y Ángel no me ha quitado la vista de encima. Aún sostengo el arma, y de no haberme quedado sin municiones, hubiera seguido disparando.

—Todo está bien. Estaremos bien— dice ella intentando llegar al arma sin dejar de sostenerme la mirada. Sus dedos tiemblan en cuanto logra quitármela. Sus ojos siguen fijos en los míos. Me siento inmóvil e incapaz de hablar.

—Aquí me quedo yo— dice mi hermano mientras se estaciona frente a una gasolinera abandonada. Todos bajamos de la camioneta—. Cuídense, por favor— parece preocupado.

—Lo haremos— dice Ángel con media sonrisa—. No te preocupes, te llamaremos en caso de que algo salga mal.

— ¿Cómo contacto con ustedes en caso de que tenga que hacerlo?

—G-Grabé los números en tu teléfono— logro articular palabra después de varios minutos. A mí me encontrarás como Gabriel y a Ángel como Regina— no nos puse esos nombres porque me agradaran, sino, porque tenía que pensar rápido y eso fue lo primero que se me vino a la mente—. David, es muy importante que no nos llames. No lo hagas a menos de que haya pasado algo grave, ¿de acuerdo? — mi hermano se limita a asentir con la cabeza y de alguna forma logra alcanzarme y abrazarme.

—Cuídate, maldito imbécil.

—Yo también te quiero, hermano— él sonríe de oreja a oreja y sus ojos se han puesto vidriosos. Después de darle un abrazo a Ángel, David saca su celular y pide un taxi.

—Estaré bien. Váyanse de una buena vez— dice.

Ángel y yo nos apresuramos a obedecerle. Tenemos que tomar mucha ventaja, y aun tengo que cambiar las placas.

— ¿Estamos bien? — le pregunto a la chica de ojos verdes al verle preocupada.

—Estamos bien— responde sin atisbo de duda en su voz. Le sonrío, y pongo a andar la camioneta.


ÁNGEL

Llevamos alrededor de dos horas en carretera y el sueño ha comenzado a hacerse presente. Esteban mantiene las manos fijas en el volante y la mirada bien puesta en el camino. Ha sacado un papel de su bolsillo. Parece ser la dirección del lugar al que vamos. Ninguno de los dos parece querer hablar de lo que pasó hace unas horas, o más bien, tenemos miedo de hacerlo. Ambos vamos callados, dedicándonos a escuchar y apreciar el silencio.

— ¿Tienes hambre? — me pregunta de repente, haciéndome dar un pequeño salto en mi asiento.

—No, aún no— digo, él asiente con la cabeza y el silencio vuelve. Sé que le está costando bastante trabajo el hacer plática en este momento.

—Creo que— aprieta las manos en el volante—, deberías de descansar un poco.

—No tengo sueño— miento, pero él lo sabe.

—No hay problema, en serio. No pienso volver a dispararle a nadie— el dolor se hace presente en su expresión al decir eso. La culpa lo está matando y no hay nada que yo pueda hacer para hacerle sentir mejor—. No tienes por qué tener miedo a quedarte dormida.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora