ESTEBAN
Ha pasado poco más de un mes desde que nos dieron de alta en el hospital, desde que presenté mi renuncia a Ronald Woodsen y desde que Ángel y yo terminamos. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que aun hay ocasiones en las que me cuesta creerlo. Son las ocho de la mañana, pero me encuentro despierto desde las cuatro. Veo la nieve de diciembre llenando las calles del vecindario a través de la ventana en mi habitación e intento ahuyentar el recuerdo de todo lo que ha pasado desquitándome con mi saco de boxeo.
— ¿Cuántas veces este mes has tenido que reparar ese saco? —pregunta mi hermano mayor haciéndose paso sin pedir permiso en mi habitación. Titán corre hacia él y David le saluda acariciándole la cabeza. Yo sigo con lo mío ignorando por completo su comentario. Sé a qué viene. Sé que probablemente acaba de llegar de la mansión Woodsen.
—Ayer fue su cumpleaños.
Golpeo el saco con más fuerza. La tensión se adueña de la habitación.
—Te lo digo por si es que no lo recordaste.
Doy un último golpe al saco y hago lo posible por no perder los estribos.
—Estoy muy consciente de que me perdí su cumpleaños, gracias — digo antes de colgarme una toalla en el hombro para meterme a la ducha.
—Es gracioso ¿sabes? Fue una cena en su honor y ella no se presentó — Intento seguir ignorándolo, pero sus comentarios me lastiman más de lo que pretendo— ¿Pero sabes que es lo peor? Sólo Teo, Galia y yo nos preocupamos por su ausencia en una cena con cien invitados. Los demás se ocuparon de seguir fingiendo que todo estaba en perfecto orden. Ella te necesitaba y tú no estuviste ahí.
—No voy a discutir esto contigo.
—Ángel no está bien, Esteban. — quiero que se vaya, pero sé que no lo hará—. Teo me contó que se niega a recibir terapia, que Galia ya no es capaz de consolarla. Que no se siente segura en ningún sitio, ni siquiera en su propia piel. Que no puede dormir sin que se haya asegurado de que la puerta está bajo llave. También me contó que se despierta gritando por las noches y las pastillas que le han recetado no hacen más que noquearla por días enteros.
— ¡Cállate! ¡No quiero escuchar ni una palabra más!
— ¿Qué no te das cuenta? Ella no necesita pastillas, ni a su padre, ni a su hermano ¡Te necesita a ti tanto como tú a ella!
—No quiero seguir escuchándote. Déjame solo.
~*~
Es la una de la madrugada cuando me despiertan los golpes en la puerta de mi habitación. Me levanto de inmediato sin detenerme a pensar en que solamente me viste un bóxer en color negro. Es mi madre la que se encuentra al otro lado del umbral.
—Tenemos que hablar, hijo. David y yo te esperaremos abajo— su voz es cada vez más insegura y temerosa. Habíamos tenido una discusión muy fuerte hace un par de semanas y ninguno de los dos ha podido superarlo.
—Bajo enseguida— respondo. Me pongo un pantalón deportivo y una playera negra antes de ir escaleras abajo. El enorme candelabro que adorna el recibidor esta encendido y tanto David como mi madre guardan un silencio abrumador en cuanto me ven entrar al cuarto.
— ¿Está todo bien? — pregunto al ver la angustia en la mirada de ambos.
—Esteban— el tono que ha empleado mi hermano logra ponerme la piel de gallina. Ese tono fue el mismo que usó cuando me dijo que papá había muerto—, se trata de Ángel— mis sentidos se ponen alerta con tan sólo escuchar su nombre. Mi corazón late con fuerza y mi respiración se ha tornado más pesada.
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El Guardaespaldas ©
RomanceEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...