ESTEBAN
— ¿Estás seguro de que éste es el camino correcto?
Le pregunto a Cody en cuanto el camino al hospital más cercano ha comenzado a parecerme eterno. Mi pierna no para de sangrar, haciéndome sentir cada vez más débil y somnoliento. El chico rubio tiene las manos fijas—casi inmóviles— en el volante, la vista bien puesta en la carretera y todo en él parece indicar tensión e inconscientemente he comenzado a rogarle al cielo que sea por la presión de llegar a tiempo al hospital para internar a su colega.
—Tranquilo— intento sonar lo más calmado posible—. Donovan estará bien.
El chico no hace más que asentir con la cabeza.
—Creo que hay algo de morfina en algún lugar de la ambulancia, ¿seguro que no la quieres? Tu pierna no se ve cada vez peor— Dice al fin.
—Estoy bien—intento sonar amable—. He estado en peores situaciones.
La verdad, es que el medicamento me hará dormir, y no puedo permitirme ese lujo en una situación como ésta. Kellan aún sigue tras nosotros. Seguramente ya se ha dado cuenta de que algo anda mal; además de todo eso, está el factor más evidente y es que, aunque tenga una placa bastante real, Cody no parece ser de fiar.
—Como quieras— dice el chico, encogiéndose de hombros.
Me destenso un poco en cuanto comienzo a ver que nos hemos adentrado en territorio poblado. Comienzo a buscar entre las luces y los edificios para ubicarme bien en caso de que algo suceda y tengamos que escapar. Las fuentes de luz en la ciudad hacen que todo luzca más seguro; además, la oscuridad nunca ha sido lo mío. En Afganistán, pasábamos muchos momentos a oscuras, y eso lograba hacerme sentir cautivo e intranquilo. Siempre solía cargar con una linterna o algún encendedor barato, los cuales lograba prender cada que mis superiores no me estaban viendo. Ellos solían llamarme la atención diciéndome que por mis "jueguitos" echaría de cabeza a todo el pelotón, pero era así mi forma de recordar que la luz siempre regresaría a mi.
—Ya casi llegamos— dice Cody sacándome de mi ensimismamiento —, pero tendré que llegar a una gasolinera antes. El tablero me indica que dos llantas necesitan aire— sonríe en forma nerviosa.
—No— respondo de manera tajante—. Podemos lograrlo.
—Lo que podríamos pasar es un accidente. Tengo que nivelar las llantas.
—Si tanto miedo tienes, yo conduciré entonces.
El rubio procede a poner los ojos en blanco.
—No puedes. No con la pierna así.
—De acuerdo— le digo, sin tener interés en hacerle otro comentario, ya que realmente no le he escuchado con claridad.
—Aprovecharé para cambiarte los vendajes.
—Puedo solo— contesto con seguridad.
—Oye, no es que esté dudando de tu independencia— dice—, es solo que luces bastante mal.
Sé que el chico tiene razón. Estoy empapado en sudor y gracias a los retrovisores, he podido ser capaz de apreciar a simple vista mi palidez y mi cansancio.
—Gracias, pero no dejaré que lo hagas. Lo haré yo.
Cody rueda los ojos al cielo y baja del vehículo para proceder a nivelar las jodidas llantas. Yo aprovecho para pasarme a la parte trasera de la ambulancia. Tomo un paquete de vendas nuevas, y repito lo que había hecho la primera vez. La herida no luce mucho mejor, pero noto que ya no sangra tanto.
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El Guardaespaldas ©
RomanceEsteban Maxfield es un teniente de la marina estadounidense. Su servicio acabó y ahora él ya no sabe qué hacer de vuelta como civil. Su vida y su mentalidad han cambiado. Evita dormir para no sufrir de sus perturbantes pesadillas y no puede bajar la...