08|¿Celos?

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ESTEBAN

El doctor de la familia Woodsen ha venido a hacerme un último chequeo en la pierna. Ya me ha quitado las puntadas, pero tengo que seguir vendando la herida sólo por precaución. Me dejó su tarjeta, para poder contactar con él en caso de una emergencia, y me insistió en que llamara a su amigo el psiquiatra para que me ayudara con el asunto del insomnio. Le recalqué que no necesito de ninguna clase de ayuda.

—El primer paso es aceptarlo, hijo.

—Acepto que no necesito ningún tipo de ayuda—es lo último que le digo antes de ver cómo sale de mi habitación. Me pongo de pie y noto como ya no me duele en lo absoluto al caminar. La única molestia que logro percibir es la de la venda haciendo presión en mi pierna. Doy un par de vueltas alrededor de la habitación, para después acostarme en la cama una vez más. Estoy harto de que no me dejen hacer nada.

He hecho ejercicio, pero a paso muy lento. Sólo puedo levantar poco más de la mitad del peso al que estoy acostumbrado. De lo contrario, podría repercutir en la tensión de los músculos en mis piernas.

— ¿Qué te dijo el doctor? —mi madre se adentra en mi habitación sin tocar.

—Pude haber estado desnudo, mamá— la reprendo.

—No seas indecente, por favor— me reprende de vuelta.

—Me dijo que todo está bien. Mi herida ya está cicatrizando y puedo volver a mi trabajo en cuanto pasen estos tres días—no me lo había expresado en voz alta, pero lo supuse en cuanto me dijo que todo estaba bien.

— ¡Antes prefiero estar muerta que dejarte volver a ese miserable empleo! —la voz furiosa de mi madre retumba en las paredes de mi habitación. Sólo me quedan tres días de reposo para poder volver a mi trabajo, pero mi madre no hace nada más que renegar y ponerme excusas cada que retomo el tema de mi empleo en la mansión Woodsen.

Mis tres semanas de reposo se han convertido en un campo de batalla constante; pero en este caso, no tengo opiniones a mi favor. David no hace nada más que apoyar a mi madre y no puedo evitar creer que se debe a algún asunto relacionado con la cancelación de todas sus tarjetas de crédito. Mi hermano sólo se limita a permanecer de pie a un lado de nuestra madre con sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón y la cabeza gacha.

—Mamá...

— ¡No, Teby! —Grita y me acomodo de nuevo en la cama esperando al inicio de un nuevo discurso — ¡Eres mi bebé! ¡Nada de lo que me digas me hará cambiar de opinión!

—Madre, ya no soy un bebé—tomo una inspiración profunda en un intento por no elevar mi tono de voz—. Tengo veinticinco años. Además, tienes que entender que Ángel corre peligro.

—Pues—lleva sus manos a sus caderas—, no creo que a Ronald se le dificulte conseguir a alguien más. No eres el único joven con experiencia militar en ésta ciudad. Además, tienen el dinero suficiente como para pagarle a alguien más.

—Sabes que no es solamente por la experiencia militar o por el dinero, madre.

— ¡Sé que no es por el dinero, hijo! —Lleva los dedos de su mano derecha a sostener el puente de su nariz, logrando hacer un gesto dramático muy típico en ella—. Tú no necesitas el dinero. Su padre—ahora se encuentra señalándonos a ambos hermanos con su índice—, que en paz descanse, se encargó de dejarlos asegurados monetariamente para el resto de sus vidas y de las de sus hijos, por Dios.

— ¡¿Por qué te resulta tan difícil entender que no quiero ser un mantenido el resto de mi vida, mamá?! ¡No soy David, carajo! —mantener la cordura ya se ha vuelto imposible. Mi madre abre los ojos como platos y alcanza la mano de mi hermano para darle un fuerte apretón protector.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora