42| Tal vez estamos cometiendo un error.

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ÁNGEL

Todo mi cuerpo ha comenzado a temblar y las lágrimas no paran de resbalar por mis mejillas sin control alguno. No planeé esto. Un embarazo en la situación en la que nos encontramos Esteban y yo no es apropiado. Aun no me siento preparada para ser madre y temo por la seguridad de Esteban.

Estiro el brazo para alcanzar la prueba nuevamente, y salgo del baño. Los nervios comienzan a hacerse presentes en cuanto oculto el trozo de plástico, a toda prisa, entre mi ropa al ver que se abre la puerta de la habitación.

— ¿Todo bien? — pregunta Esteban entrando al cuarto.

—Sí, Sí— me las arreglo para sonreír—. Todo perfecto— no sé por qué estoy tan nerviosa y tampoco sé por qué le oculto lo que está pasando, pero no puedo evitar sentir dudas ¿Qué pasará si él aún no está listo para ser padre? Ninguno de los dos lo está ¿Cómo tomará la noticia? No podré ocultarlo por mucho tiempo. Me conoce muy bien y no tardará en darse cuenta de que algo anda mal. No tardará en percibir que le estoy ocultando algo.

— ¿Estuviste llorando? — la preocupación y la duda en su expresión es genuina, y no puedo evitar sentirme culpable al ocultarle lo que pasa. A fin de cuentas, también es asunto suyo.

—No. Yo—pienso en algo creíble para decir—, sólo extraño a Teo— medio miento—. Eso es todo— intento sonreír, pero sale más como una mueca. Él me sonríe de forma melancólica antes de avanzar hacia donde estoy para abrazarme con fuerza.

—Los panqueques están listos— dice él. Sé que aún sabe que le estoy ocultando algo. Soy una pésima mentirosa—Te espero en la cocina, ¿vale? — sonríe antes de dejar la recámara principal.

Me apresuro a sacar la prueba de su previo escondite, para ocultarla en uno de los cajones del armario. La escondo entre mi ropa interior, procurando dejarla hasta el fondo del pequeño cubículo de madera.

Tras haberme tranquilizado un poco, camino por el pasillo con pasos lentos. No tengo el valor de ver a Esteban a los ojos después de decidir ocultarle lo que acabo de descubrir.

— ¿Dos están bien? — pregunta al mismo tiempo que vierte más mezcla en el sartén.

—Tres— él sonríe y se concentra en su trabajo como cocinero. Juego con mis manos y con las hebras de mi cabello mientras Esteban sirve los panqueques en un plato. Quiero reír al ver cómo se frustra tratando de encontrar el cajón de los cubiertos. La cantidad de cajones y gabinetes que hay en la cocina de la casa de Santos es realmente increíble. Encontrar las cosas puede llegar a ser todo un acertijo.

—Aquí tiene, señorita— dice en forma refinada en cuanto me hace entrega del pequeño utensilio. Intento lucir lo más normal posible, pero estoy consciente de que Esteban ya ha notado como juego con mis nudillos. Siempre lo hago cuando estoy muy nerviosa. Ambos comemos en silencio, y el hambre parece ser más voraz de lo que pensábamos, ya que la forma en la que comemos parece más bien desesperada.

— ¿Has pensado en el futuro? — pregunta Esteban de repente, haciendo que la comida se haga nudo en el trayecto de mi tráquea a mi estómago. Este hombre me quiere matar de un susto —. Nuestro futuro.

—Sí. Lo he pensado— sonrío —. Dime tu plan y yo te diré el mío después— finjo demencia mientras corto un pedazo de panqueque con mi tenedor. Hago fuerza sobrehumana por enfocar mi mirada en la mantequilla derretida combinada con la miel de maple que ha quedado en el plato, en lugar de ver a Esteban a los ojos.

—Oh, bueno— sonríe tímidamente —. He pensado en mudarnos a una casa pequeña y acogedora a las afueras de la cuidad. Te imagino a ti tocando el piano en nuestra sala todos los días. Nos veo casados y felices, con hijos algunos dos años después de haber comenzado nuestro matrimonio— al escuchar eso siento como mi corazón se parte en mil pedazos y no puedo evitar que las lágrimas comienzan a abultarse en mis ojos.

El Guardaespaldas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora