Capítulo 49, parte 2

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***

JESSIE

Me quedo con la boca abierta, sin articular palabra. Los ojos empiezan a picarme, pero no los cierro, no dejaré caer esas lágrimas. Blake da media vuelta y se va, dejándome ahí plantada. Trago saliva mirando el piso, sintiendo un enorme vacío en mi pecho. Tengo la vista nublada por al agua acumulada entre mis párpados.

Blake acaba de cortarme, cuando yo iba a hacerlo. Tal vez ambos estemos siendo imprudentes, pero aún tengo la idea de que puede estar siéndome infiel.

Podía, ya no están juntos, si coje con otra no te está poniendo los cuernos.

No ayudas, conciencia.

Respiro profundo; no voy a llorar aquí, en el colegio. Me trago las lágrimas, el dolor y la decepción, y saco a relucir mi enorme orgullo. Levanto el mentón y me dirijo hacia los vestidores como si nada hubiese pasado.

No les voy a negar que miro muchas veces de reojo a Blake mientras entrenamos. Se puede notar que está furioso; ignora a todos, usa más fuerza de la requerida para los ejercicios, y varias veces lanza la pelota más lejos de lo que debería.

Por mi parte, me concentro en desahogarme con el baile, como he hecho toda mi vida. Hay algo en la música que me hace olvidarme de absolutamente todo, y aunque haya empezado más enojada que Furia de Intensa Mente, termino más feliz que Alegría; no sabría explicarlo, simplemente bailar me hace sentir mejor.

Al llegar a casa, noto que no hay nadie. Saco un pote de helado del freezer, le mando un mensaje a Sammy y subo a mi cuarto a ver películas románticas con finales felices que nunca voy a tener. No tengo que decir nada cuando mi amiga llega, entiende el contexto en el momento en el que cruza el umbral de mi puerta, y corre a abrazarme. Me permito soltar las lágrimas recién cuando sus brazos me envuelven; no quería llorar sola.

–Sammy... él...

–Shh, no tienes que decir nada. –Me acaricia el cabello y recuesto mi cabeza en su hombro–. Ya me voy a encargar yo misma de descuartizarlo y darle sus pedazos a los tiburones.

No sonrío, no digo nada; me quedo callada dejando que el dolor me consuma.

[...]

–Jessica, te estoy hablando. ¿Quieres dejar eso? –espeta mamá.

Separo los ojos del celular y la miro.

–¿Qué?

–Te estoy pidiendo que cuelgues la ropa que está en el lavarropa.

–Bueno –digo sin ganas y vuelvo a fijarme en la pantalla en mis manos.

–Ahora. –pide, pero no le hago caso–. ¡Deja eso! –insiste, pero no le presto atención, no tengo ganas ni de mover un pie–. ¿Con quién hablas tanto? –inquiere.

–Con seres humanos.

–¿Con quién?

–Con gente, mamá, qué importa con quién. ¿No puedo hablar con nadie ahora?

–A mí me dices con quién estás hablando porque tienes dieciséis años, no dieciocho. ¿Con quién hablas? –Se cruza de brazos.

–¡¿Qué te importa con quién hablo?! Tengo una vida social y tengo amigos a los que responderles, te guste o no, y no tengo por qué decirte con quién estoy hablando porque es mi privacidad y no tienes el derecho de romperla.

–A mi no me vas a hablar así –amenaza con un dedo frente a mis ojos.

–¿O qué? ¿Me vas a golpear? Pensé que habíamos superado esa etapa.

Solo Por Seis Meses (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora