Capítulo 44

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***

Una luz tenue me despierta. Cuando abro los ojos, veo a Tita abriendo las ventanas. El fresco aire del exterior se cuela por la abertura y llega a mis brazos desnudos, poniéndome piel de gallina.

–¡Tita! –murmuro en un gruñido, tapándome hasta la cabeza con las sábanas.

–Vamos, arriba. Acabo de volver de la Iglesia y el sermón de hoy hablaba de la familia –comenta. Ella siempre fue muy religiosa–. Así que he decidido que hoy vamos a tener un almuerzo familiar. Vamos, arréglense.

Me sacude del brazo y unos momentos después escucho que la puerta se cierra. Oigo un gruñido de parte de Amelie y luego el ruido de las sábanas. Asomo la cabeza y veo que Caroline sigue en el quinto sueño.

Me levanto con fatiga y cierro la ventana. Afuera hay unas nubes grises que no parecen de primavera y que le dan al ambiente una temperatura fresca. Tomo un jean negro con una camiseta de mangas largas del mismo color y voy al baño a vestirme. Al volver a entrar al cuarto, veo que –increíblemente– Amelie está destendiendo su colchón y desinflándolo, ya vestida.

–Es raro verte con ropa ajustada si no es en una fiesta.

–No te ilusiones. –Le sonrío antes de sacar un remerón gris claro de mi armario y ponérmelo sobre la camiseta.

La castaña pone los ojos en blanco y carcajea.

–Caroline. –Camina hacia su hermana y se agacha a su lado–. Caroline, levántate y arréglate.

La zarandea del brazo y la otra abre lentamente los ojos, desperezándose.

Luego de ponerme los borcegos oscuros, me dirijo hacia la planta baja. Me encuentro con Tita, tía Cynthia y mamá en la cocina, mientras que papá y tío Carl están en los sillones del living discutiendo sobre algo.

Miro el reloj en mi muñeca y saco un bollo de pan del cajón, ya que es cerca de la una y en cualquier momento vamos a comer.

–¡Jessica! –exclama mi madre y pongo una mueca–. Come una fruta, ¡no pan!

Pongo los ojos en blanco y salgo de la sala, dándole un mordisco a mi desayuno.

–Jessica, por Dios –dice en un grito ahogado antes de que me vaya. Me doy vuelta con una ceja enarcada–. ¡Tienes un culo enorme! –Abre los ojos como platos, horrorizada, y yo enarco una ceja.

¿Que no se supone que ese es nuestro objetivo?

Claro, como si me pudiera molestar lo que me dijo.

–Bueno. –Asiento una vez y vuelvo a alejarme, dando otro mordisco al mismo tiempo que bajo el extremo de mi remerón, que se había enganchado en el cinturón y no me tapaba el trasero.

–Jessica, por Dios, ese pantalón no te quedaba así. –Deja el cuchillo sobre la tabla y camina hacia mí, limpiándose las manos con un repasador–. No estás comiendo bien, estás engordando. Dame el pan. –Extiende una mano.

–No. –Frunzo el ceño.

–Jessica... –dice entre dientes.

¡Por Dios, que deje de llamarme así!

Pongo los ojos en blanco y le dejo el bollo medio mordisqueado en la palma de su mano.

–Come una fruta, hay bananas.

Corta la punta mordida del pan y vuelve a meterlo en el cajón. Pongo los ojos en blanco y saco una zanahoria, con tal de llevarle la contra.

Además, las bananas no tienen comparación con las zanahorias.

Solo Por Seis Meses (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora