NOTA DE LA AUTORA: Estoy editando los capítulos, pero voy de a poco. Tal vez llegue un punto en el que vean cambios en la forma de escritura, pero es por eso. Los capítulos editados van a tener tres asteriscos al principio.
Sin más, los dejo empezar con la lectura :)
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***
Abro los ojos lentamente. Mi hermano Tyler me está sacudiendo del brazo para que me despierte, siempre tan sutil. Me froto la cara con las manos y miro por la ventanilla del avión; estamos bajando. La luz del cinturón está prendida, por lo que tengo que aguantarme las ganas de ir al baño, que sin duda sobran después de seis horas en este maldito asiento de avión.
Nunca antes he estado en Los Ángeles. Por lo que vi en las fotos, es muy lindo, si bien siempre voy a preferir Chicago. Excepto en la parte del clima, prefiero el calor al frío, definitivamente. Y a pesar de haber crecido con el lago a unas cuadras, a éste mar sí me voy a poder meter, y eso suma mil puntos.
No te acostumbres, son solo seis meses.
Lo sé, conciencia, pero pienso disfrutarlos mientras duren.
Cuando salgo del baño del aeropuerto, mamá y Tyler me esperan con las valijas. Pedimos un taxi y a la media hora estamos frente a la casa. No es enorme, pero tiene un buen tamaño. Lo primero en lo que me fijo son las dos ventanas del segundo piso que dan a la calle. Seguro son habitaciones. Hablando de eso...
–Elijo primera la habitación –le susurro a Tyler con una sonrisa malvada.
–¿Eh? –Me mira, recalculando lo que acabo de decirle–. Oh, no, no tan rápido. Yo soy más grande, tengo el derecho de elegir primero. Ilusa.
Iluso él.
–Solo por un año, y yo ya me lo canté.
Corro hacia la casa y cierro la puerta a mis espaldas antes de que él logre entrar. Doblo en la esquina y subo las escaleras. Entro al cuarto que está frente a estas y simplemente no necesito mirar el otro. Este va a ser mío. No porque tenga algo la habitación en sí, sino por lo que veo a través de la ventana que da al costado. En la casa de al lado, a la misma altura de esta habitación, está el cuarto de un chico. Pero no cualquier chico, uno particularmente hermoso.
¿Eh? ¡Pero si está de espaldas y no le ves la cara!
¿Y qué, conciencia? Tú solo mira esa espalda, es obvio que hace gimnasio. Y los que hacen gimnasio siempre están re buenos.
Ya me vas a contar cuando sea feo y malhumorado y lo único que puedas salvar de él sea su espalda.
Ignoro a mi conciencia y bajo a abrirle la puerta a mi hermano para anunciarle que el cuarto con ventanas a la derecha y a la calle es mío, justo a tiempo para ver a papá estacionando el auto detrás del camión de mudanzas, que también llegó mientras yo estaba arriba. Sacamos todo y, mientras esperamos el otro camión, subo a mi nuevo cuarto y me siento sobre la cajonera petiza que hay debajo de la ventana del costado. Ya le pondré algún almohadón y será más cómoda.
Acomodo mentalmente mis pertenencias en la habitación y, apenas termino mi cuarto ideal, papá entra cargando mi piano vertical con mi hermano. Los ayudo a acomodarlo en una esquina y bajo para recibir el camión con mis muebles y los de Tyler.
Cae la noche y me recuesto sobre mi cama de una plaza y media. Sin darme cuenta empiezo a pensar en el vecino. Suponiendo que sí está bueno, se veía más o menos de mi edad, por lo que lo más probable es que se haga amigo de mi hermano antes que mío. Nací con esa desgracia. Igual que con la desgracia de que cuando siento que las cosas están yendo bien, empiezan a ir mal.
Se escucha un trueno a lo lejos y las gotas de lluvia comienzan a golpear contra la ventana. Me duermo escuchando el agua caer en el techo de mi nueva casa, y me despierto con el mismo sonido. Estoy acostumbrada a que llueva, en Chicago no teníamos épocas secas, pero esperaba poder salir a curiosear los alrededores en mi primer día ahí. El universo parece tener otros planes.
Después de almorzar, tomo mi laptop y me siento en la cajonera que ya tiene algunos almohadones y peluches. Abro el navegador y busco qué tengo cerca: la escuela, un parque, el mar...
Unos golpes me interrumpen. Levanto la cabeza hacia mi puerta, pero está abierta y no hay nadie. Vuelvo a bajar la mirada, pensando que ya estoy imaginando cosas, cuando vuelvo a escucharlos. Vienen de atrás mío. Me doy vuelta, confusa. Atrás tengo la ventana, ¿quién va a estar golpeándola en medio de la lluvia?
Oh por Dios.
Okey, lo admito, me equivoqué.
Sí que te equivocaste, querida conciencia.
El vecino está re bueno. Piel ligeramente morena, pelo castaño claro ondulado, casi con rulos, y sus ojos... creo que son marrones, no puedo ver muy bien, pero brillan.
Me saluda con la mano y me regala una sonrisa cerrada. Yo le devuelvo el gesto, todavía shockeada con que haya golpeado su ventana para hablar conmigo. Él se acomoda el pelo con una mano, el típico gesto que hacen los que tienen el pelo corto a los costados y más largo arriba. Después se aleja de la ventana y no lo veo más, pero sigo mirando por si vuelve.
¿Por qué querría volver? Ya vio que eres fea y no le interesas, por eso se fu...
Mirá quién volvió, conciencia; y se supone que tú tienes que subirme el autoestima, no bajarla.
El chico tiene un papel y un fibrón en la mano y se pone a escribir algo contra el vidrio. Cuando termina, da vuelta el papel y puedo leer lo que anotó:
«¿Cómo te llamas?»
Aprovecho que estoy en la computadora y abro el Word. Pongo la letra bien grande para que entienda y le respondo:
«Jessie, ¿y tú?»
Cuando acerco la pantalla a la ventana, él vuelve a desaparecer.
Ya lo asustaste.
Shh, conciencia, ahí volvió. Y con una laptop, le gustó mi idea.
Me muestra la pantalla y leo.
«Matteo, pero me dicen Matt»
Y así seguimos charlando por un largo rato. Me entero que tiene dieciséis –los años que yo voy a tener en unas semanas–, y también que voy a ir a su escuela durante el tiempo que esté aquí. Le cuento que vengo de Chicago y que trasladaron a mi padre por su trabajo. Tal vez no le cuento de la existencia de mi hermano... pero no tiene por qué saberlo, ¿verdad?
Sabes que tarde o temprano va a enterarse y va a ser más amigo suyo que tuyo, ¿verdad?
Silencio, conciencia, silencio.
Llevamos una hora "charlando" cuando me dice que tiene que ir al gimnasio o su entrenador va a matarlo. Volvemos a usar ese método al otro día... y al otro... Tengo ganas de abrir la ventana y escucharle la voz, pero la llovizna no cesa y no quiero empaparme, así que tendré que conformarme con esto hasta que termine la puta lluvia.
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Solo Por Seis Meses (I)
Romance¿Qué harías si un día viene alguien y te dice que te irás al otro lado del país, donde no conoces a nadie, durante seis meses? Jessica Harris no se lo tomó muy bien, estaba acostumbrada a su vida tranquila y monótona. Pero no estaba en posición de n...