Capítulo 51

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Podría catalogar los días que siguieron como los peores de mi vida. Mamá no dejó de preguntarme por qué Blake ya no va a casa y por qué yo ya no visito a Brooke después del colegio. He evitado todas las preguntas; siento que si mamá lo sabe, no solo va a ser algo real, sino también definitivo. No hay vuelta atrás si se lo digo. Ella automáticamente tendrá rencor hacia él y, si existe la posibilidad de que volvamos –algo de lo que, debo admitir, tengo esperanzas–, va a borrarse para siempre.

Hasta que un día tengo que decírselo porque me está sacando de los nervios. Le grito «Blake y yo cortamos, ¿si?», antes de que dos gruesas lágrimas caigan de mis ojos. La bruja, en vez de consolarme como una buena madre haría, me mira decepcionada y comienza a regañarme –a los gritos– porque no puedo conservar a un chico por más de un mes sin que se vaya todo a la mierda. Me dice que tengo un problema con el compromiso, que siempre lo tuve y siempre lo voy a tener. Básicamente, dice que jamás en la vida tendré una pareja estable. Oh, y luego me quita el celular, como podrán imaginar, porque –según ella– seguramente me hablo con veinte chicos al mismo tiempo para tener entretenimiento.

Esa era la yo de antes, que se hablaba con todos y no concretaba con ninguno, pero ya no soy así. ¿Cómo podría hablarme con alguien cuando aún pienso en Blake?

Así que acá estamos, sin celular hace cinco días porque supuestamente soy una puta que cambia de novio cada mes. Verán que mamá me tiene una estima impresionante.

Más alta que la Torre Eiffel.

¡Miren quién aprendió sarcasmo!

En cuanto a la escuela, me estoy gastando todos mis ahorros por pagarle a la gente para que haga mi tarea. Le debo como cinco chocolates a Sammy. Cinco por cada materia que compartimos.

En los entrenamientos ni siquiera presto atención. Mi subconsciente hace las cosas automáticamente mientras mi mente viaja por las nubes. Descubrí que es la mejor manera de dejar de pensar en quien entrena conmigo. Igual tampoco es que lo logro. ¿Saben lo difícil que es no pensar en la persona que te está agarrando las piernas para hacerte dar una mortal en el aire? Y lo peor es que su tacto aún me da escalofríos.

Creí que habías aprendido que no eran escalofríos.

No es el momento, conciencia.

Sobre el resto, no sé qué es de mi vida. No presto atención a nada. Podría perfectamente cruzar una calle en rojo y ser aplastada por tres autos al mismo tiempo, y probablemente no me enteraría. Los que no me conocen podrían decir que estoy drogada. Mamá me lo preguntó el otro día, porque además tenía los ojos rojos por no dormir y llorar toda la noche. No le respondí porque articular una palabra suponía mucho esfuerzo. Me agarró de los pelos y repitió la pregunta. Me largué a llorar al segundo –lo siento, es que estaba sensible; ¿no les pasa que si lloraron por un largo rato, les dicen «a» y lloran de vuelta? Bueno, eso me pasó a mí–; le juré que no, le dije que solo estaba muy mal por lo de Blake. No sé si me creyó o no, sólo sé que eso me sumó una semana más sin celular. Igual creo que no era la única que estaba sensible. Y papá, del otro lado de la mesa, miraba la escena sin decir nada, como siempre. Es un puto sumiso de mi madre.

Cómo si fuera poco, la semana pasada fueron los exámenes finales de todas las materias, uno cada día. No tuve tiempo de estudiar –ya que me la pasé llorando y viendo películas románticas– por lo que estuve con el celular a escondidas en cada una de las pruebas. No sé cómo hice para que no me descubrieran, pero logré pasar todas las evaluaciones sin tocar un apunte. O al menos eso espero; nos darán las notas en un par de días. Si desaprobé alguna, mis padres me mandarán a vivir a la calle.

Solo Por Seis Meses (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora