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"Recuerdo el momento exacto en el que me enamoré de ti".

"Estábamos en tu habitación, yo te ayudaba a escoger ropa para tu cita con Noah". 

"Me reía al ver tu cara de frustración cada que salías del baño y te mirabas al espejo inconforme". 

"Yo simplemente no podía dejar de pensar en lo hermosa que eres, si importar lo que usaras. Un sentimiento desconocido me inundaba y me hacia sentir algo en el estomago. Era muy extraño". 

"Me enamoré de esas mejillas que se tornaban de un color carmesí al ponerte nerviosa, me enamoré de ese cabello desarreglado de color carbón y me enamoré de cada parte de tu cuerpo y alma, pero mis partes favoritas eran tu sonrisa y lo que me haces sentir".

"Caí en cuenta que estaba completamente perdido por ti en cuanto saliste con tu tonta falda negra y tus tenis converse sin lavar". 

"Me odié tanto al no impedir ir cuando tuve la oportunidad. Pude haber usado cualquier excusa... Que tu cabello se veía mal, que tu labial no era el correcto o que simplemente lucias ridícula. Pero eso solo hubiera sido mentirte". 

"¿Lo recuerdas?" 

Ella soltó una risa y escondió su cara tímidamente en mi pecho, para luego responder con un "Claro que me acuerdo, yo suplicaba en mi mente por que me detuvieras".

Los dos nos reímos y me miró con esos hermosos ojos que pueden tomar cualquier color. Me besó y solo la abracé, fuerte, porque sabía que jamás la iba volver a soltar, porque ese día fui el hombre más feliz del mundo... 

Solté un suspiro para cuando regresé al presente. 

Ella estaba acostada a mi lado, la tenía abrazada y ella tenía sus piernas entre las mías. Sonreí al verla dormir tranquilamente y le acomodé su cabello para ver sus pestañas. 

Sus parpados estaban hinchados, sus mejillas aún estaban un poco húmedas. Había llorado toda la noche y yo nunca me alejé de ella.

Me aparté de ella con lentitud, tratando de no despertarla. 

Lo logré, salí de la cama y ella seguía durmiendo tranquilamente, solo que ahora abrazaba a una almohada y no a mi. 

Nadie estaba en la mansión más que nosotros dos. Así que le preparé su desayuno rápidamente.


—Hola, cariño —le susurré dulcemente y puse la taza de café y el plato con el pan en la mesita de noche que tenía a su lado—. ¿Tienes hambre?

Ella negó con la cabeza y se ocultó en las sabanas. 

—Tienes que comer algo cariño, ya llevas cuatro días sin hacerlo —repuse sentándome a su lado y acariciando su cabeza. 

Negó de nuevo junto con un débil llanto y no insistí más. 

Porque sabía como funcionaba, no la presionaría porque sabia que no causaría nada en ella. No hace lo que se le dice hasta que lo quiere hacer por su propia cuenta. 

Todo había sido tan extraño desde aquel día. No quería separarse de mí, pero a la vez no me decía nada. Literalmente no hablaba, con nadie.

Y yo no hice preguntas porque eso solo la estresaría, lo que le causaría ansiedad, lo que la llevaría a horas de llanto. Y siempre creí que lo mejor era llorar para sacarlo todo, si, pero también necesitaba desahogarse, o en cambio se ahogaría con sus lagrimas. 

Pero cada persona es diferente al afrontar el duelo, la muerte, el sufrimiento. Hay personas que salen y beben o fuman como si no hubiera un mañana. Hay personas que ante el mundo hacen creer que lo superan, pero al llegar a sus casa solo lloran y lloran, recordado a esa persona. 

Hazme suspirar {Draco Malfoy y tú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora